Batalla por el Desfiladero de los Cráneos

En esta entrada comparto la narración de batalla del primer partido de Warhammer Fantasy Battles que formase parte de la camapaña "Expedición a la Torre" (aproximadamente en el año imperial 2518), campaña jugada durante el invierno del 2009 y que enfrentaría a mis Hombres Largato contra los Guerreros del Caos de AstarothLeo, usando las reglas de séptima edición.

Por cuestiones de espacio, transporte y otras varias, esta batalla consistió en un partido a 1.000 puntos, en una mesa de 90cm de ancho x 120cm de alto (que nosotros interpretamos como un pase entre escarpadas montañas). Lamentablemente no sacamos fotos aquel día, así que intentaré ilustrar la batalla con algunos dibujos.  Finalmente, supongo que es adecuado aclarar que esta Narración de Batalla vio su luz por vez primera en este thread del foro Wargamez. Sin más, ¡a las armas!




"Tlaloc leyó el portento de las estrellas una última vez.
Hacía tan solo unas semanas que el chamán eslizón, junto con una extensa comitiva militar, había cruzado los portales mágicos de su lejana ciudad para incursionar en los adversos desiertos del Caos. Su objetivo, secreto para los casuales espectadores nativos, lo obligaba a adentrarse más de lo que la prudencia recomendaba y, sí bien sus escamas habían visto las atrocidades de varias batallas en diversos lugares, aún prefería evitar las escaramuzas innecesarias a todo coste. Así lo hubiese hecho su maestro.
Sin embargo, habían sido esos deseos los que lo llevaron a atravezar aquel escueto valle plagado de ruinas y rodeado por empinadas montañas escarpadas, para evitar las principales rutas de viaje. Esos deseos los que ahora lo disponían en un lugar reducido, meramente con la vanguardia de su ejercito bajo su mando y un muro de guerreros del caos tapando el otro lado del camino. Esto, seguramente, no le hubiese pasado a su maestro. Pero eso era ahora irrelevante, y cuando el terradón de Lo-Tax, aquel fiero guerrero eslizón que lo acompañase por orden del Sumo Sacerdote, retornó de su misión de exploración con su lanza en alto, Tlaloc supo que sería una noche de tormenta. 

Los guerreros nativos eran pocos en número, pero la fiereza que denotavan era suficiente para calentarle la sangre a un saurio. En la delantera, probablemente hostigados por sus superiores, un extenso bloque de bárbaros eran arengados por un oficial tuerto de largas barbas. Su flanco derecho era resguardado por cinco hombres con suficiente porte para asustar a miles, protegidos por pesadas armaduras, blandiendo armas encantadas. Estos caóticos caballeros eran los mejores del montón, los asesinos favoritos del general.
Pero no terminaba allí la galería de atrocidades: resguardado por la seguridad de sus hermanos barbaros, un reducido grupo de guerreros,tambien protegidos y armados con acero blasfemo, aguardaban en la retaguardia del ejercito, observando a sus congeneres con la misma malicia y dedén que depositaban en sus rivales.

Solo quedaba, a excepción de un pequeño grupo de jovenes jientes barbaros que merodeaban en algún costado del ejercito, el sombrío operador de esta maquina de desutrcción: Kramelar, heraldo mortal del Dios de la Sangre, comandante de hombres y destructor de comarcas, montado en su monstruoso juggernaut y rodeado por su jauría de mastines guardianes.
Los hombres lagarto se vieron forzados a desplegar sus tropas. Tlaloc confió en el liderazgo de Krolak, un longevo saurio a los lomos de un gélido, para mantener la cohesión de las tropas y le ordenó hacerlo desde una unidad de guerreros de su raza. Frente a este bloque de saurios, que ni desbordaba en número ni resultaba pequeño, habían dos grupos separados de hostigadores eslizones: uno compuesto por los exploradores de vanguardia y otro formado por cazadores más veteranos.
Además de ellos se encontraban, defendiendo el flanco derecho, cuatro enormes kroxigores, altos como torres y furiosos como la tormenta que Tlaloc ya comenzaba a invocar. Solo restaba, además del mago, Lo-Tax y su terradón, un grupo de batidores eslizones que habían conseguido (con mucho sacrificio) trasportar una salamandra hacia los campos de batalla. 

La batalla comenzó cuando Kramelar perdió su poca pasiencia y liberó a sus bestias para que le trajeran la cabeza del chamán eslizón. Sus caballeros hicieron relinchar sus tenebrosas monturas y arremetieron con todas sus fuerzas en linea recta contra los saurios de Krolak. Los barbaros los siguieron hasta donde sus piernas pudieron, agitando los estandartes de Khorne, seguidos a paso lento por la pequeña unidad de espectantes guerreros.

Tlaloc, por su parte, respondió a los movimientos y terminó de tapar la estrellada noche con nubes relampagueantes, mientras Krolak avanzó cautelosa pero desafiantemente hacia los jinetes. Los eslizones, habituados a tender emboscadas, intentaron llamar la atención de estos disparando incluso por fuera de su rango, mientras los enormes kroxigores se posicionaban en la retaguardia, ya direccionados para interceptar a los caballeros cuando estos cayesen en la trampa.
Lo-Tax, por su parte, se propulsó directo hacia las nubes y cayó en una picada diagonal contra los mastines, interceptando su misión de asesinato. Tres de sus cráneos se sumaron a los trofeos de su lanza, mientras que otros fueron destrozados por su feroz montura.
La batalla parecía favorable a los guerreros de sangre fría y Tlaloc se dispuso a invocar un rayo atronador sobre sus oponentes, cuando su confianza se mostró infundada: un cambio en los vientos de la magia sobrevoló el campo de batalla y tanto Kramelar como Tlaloc pudieron sentir al Dios de la Sangre defendiendo a sus escogidos: por allá la salamandra, que los batidores habían traido esperanzadamente a la batalla, tenía un brote de inexplicable ira y atacaba y devoraba a todos sus amos, en el otro extremo, donde la caótica caballería caía en la trampa de los eslizones que se retiraban, la montura de Krolak se tornaba violenta contra su amo y se movia de forma erratica y aleatoria, imposibilitando una vital carga. Finalmente, en el techo de la ruina que el chamán había ocupado para divisar la batalla, la carcajada tenebrosa del maligno retumbaba como mil cañones y ante la mirada fija del satisfecho general enemigo, la misma ráfaga que Tlaloc intentaba controlar lo atacaba y hería, desplazandolo hacia la vanguardia del combate. 
Tras haber visto esto, Kramelar se hartó de andar paseandose por detrás de su ejercito y decidó sacear su sed de sangre con el primer rival que tuviese a su alcanze. Tras divisar a Lo-Tax arremetió directamente contra él y este, al tener su ruta de escape tapada por los jinetes barbaros, no pudo hacer más que aguardar desafiantemente la mole de acero y muerte. 
La batalla fue rápida y despareja: Kramelar arrazó al eslizón de un golpe que lo envió volando hacia unas rocas cercanas mientras su juggernaut arrancaba con sus dientes las alas del terradón apresado.

Los kroxigores, por su parte, no se vieron afectados por el revuelco demoniaco y pudieron asaltar a los caballeros por el flanco, con esperanzas de poder disperasarlos antes de que los barbaros los asaltasen por el propio. 
Sin embargo, las gélidas bestias subestimaban la destreza de los guerreros enemigos y, sin el apoyo de los relentisados saurios, no solo se demostraron incapaces de derribar al enemigo, sino que fue un kroxigor quien encontró su fin ante las armas encantadas del enemigo. 
Los eslizones exploradores, por otra parte, rodearon la carga y se pusieron en el flanco de los encolerizados bárbaros  junto con un Tlaloc herido y una salamandra desquiciada. Sus cerbatanas hicieron lo posible por relentizar a los nativos, pero estos continuaron marchando hasta chocar el flanco expuesto de los kroxigores, matando con sus mayales a dos más de ellos y provocando una retirada. 
Fue recién entonces cuando Krolak pudo retomar el control de su montura y ordenar la carga contra los caballeros enemigos, matando a dos de ellos y provocando una fructifera retirada con su avasallador número. Tlaloc, por su parte, tomó refugio en una torre ubicada en la retaguardia enemiga y comenzó los canticos para otra invocación.
Los caballeros retornaron hasta su general, quien utilizó ingeniosas promesas de sufrimiento y dolor para devolverlos a la batalla. Luego, se acercó hacia su infantería pesada, que continuaba avanzando lentamente detrás de los barbaros, y busco una posición accesible para arremeter nuevamente al combate.

Sin embargo, esta vez no sería él quien diese el primer golpe: utilizando la unidad de guerreros pesados como objetivo aparente, Krolak consiguió cargar a estos y al general enemigo con su guardia de saurios, luchando cara a cara con él mientras sus guerreros sostenian la linea. 

De más está decir que la batalla fue encarnizada: Kramelar consiguó desviar el envión inicial de su oponente conectando un hachazo en la cabeza de su gélido, lo que dejó a Krolak desbalanceado y permitió al paladín del caos detener todos sus ataques. El saurio, por su parte, no contó con la misma suerte y si bien sus duras escamas y sus movimientos instintivos, consiguieron salvarlo de la mayoría de los golpes, Kramelar consiguió encrustarle su hacha en el costado, generando una herida que padecería durante el resto de la batalla.
En lo que el general enemigo no contaba era en la efectividad de la linea sauria: superados en número y cargados por el flanco, la infantería caótica comenzó a sufir bajas y no tuvo la intención de malgastar sus vidas en un general que odiaba. El juggernaut de Kramelar no pudo hacer más que seguirles (muy a pesar de los furiosos gritos de su jinete) y tanto el monstruo como los guerreros huyeron en dirección a la torre que ocupaba Tlaloc, mientras el paladín enemigo sentía en sus fuerzas como perdía la bendiciónde su amo.
Los cielos tronaron con furía relampagueante y con un exacervado ademán el chamán eslizón descargó las energías mágicas que venía canalizando, invocando un destructor rayo que pulverisó a Kramelar junto a su montura. 

Pero no era solo allí donde se libraba la batalla: los barbaros habían intentando (infructuosamente) dar caza al kroxigor sobreviviente y habían sufrido grandes bajas ante las cerbatanadas de los exploradores eslizón. Expuestos y abandonados, se vieron rodeados por todos sus bordes cuando tanto el kroxigor que buscaban, como las eslizones que les disparaban, como los veteranos que habían embaucado a los caballeros y la salamandra que aún se hallaba poseída con una colera demoníaca, arremetieron contra ellos a la vez. 
La batalla fue feroz. Los nativos blandian sus mayales por el aire con mayor terror que ira, mientras los veteranos eslizones se les trepaban entre sus filas y los degollaban con sus javalinas. Otros, con peor suerte, descubieron las contrariedades de abalanzarse a las fauces de la salamandra, o de enfrentar en combate singular a un enardecido kroxigor. 
Los pocos que consiguieron escapar corrieron en dirección lateral hacia una estatua que había cerca, punto al que se dirigían los jinetes barbaros con el objetivo de rodear al ejericito saurio. Lamentablemente para ellos, los exploradores eslizones consiguieron alcanzarlos antes de que se reagrupasen con sus hermanos y los eliminaron con facilidad y eficiencia. 
Para el momento en que los jinetes finalmente llegaron a la estatua, se encontraron con el asalto combinado de los dos grupos del eslizones y el solitario kroxigor, asalto que acabo en un instance con sus jovenes vidas. 

Solo la salamandra se había abstenido de aquella zona, deseosa de liberar sus llamaradas ácidas sobre la pesada infantería enemiga, que ahora se reagrupaba en torno de la torre de Tlaloc y enfilaba contra la divisón que la hubiese humillado. 
Un solo fogonaso bastó para reducir a los soberbios guerreros a la mitad, calcinados bajo un fuego desconocido que se colaba bajo sus armaduras y abrazaba sus huesos. 
Pero esto no los consternó y los sobrevivientes cargaron contra los saurios de Krolak, al mismo tiempo que los tres caballeros del caos que habían escapado y sido reprendidos por su muerto general, atacasen por la retaguardia en busqueda de venganza. 
La batalla fue encarnizada. Tlaloc se vio obligado a observar como los caballeros arrazaban con los saurios que los habían desprestigiado, mientras la infantería pesada enemiga sufría lentamente algunas bajas, impindiendo a un Krolak herido y combativo liberar del combate a su unidad. Uno a uno, las vidas de los servidores saurios se intercambiaron por abolladuras y cortes en el acero impío, mientras Krolak se esforzaba por despedazar los cuerpos de los infantes enemigos. 
Para cuando su unidad había sido diesmada, y el escamadura solo era acompañado por un puñado de guerreros, aún quedaban dos caballeros en su retaguardia y otros tantos infantes al frente. Pero aún así y con una determinación que recordaba a la guardia templaria de su tierra, los gélidos guerreros aguantaron y arrazaron con sus últimas fuerzas a los infantes enemigos.
Finalmente, estando solo Krolak junto a su oficial, cuerpos de sangre fria y tiba se encontraban aglutinados por igual, regando el campo de lo que había sido una completamente masacre y solo seis de sus enemigos se hallaban en pie, los cuales rodearon y arremetieron contra el general y, tras decapitar al restante oficial, le dieron el golpe de gracia en la espalada del escamadura. 

Mientras los cuatro guerreros escapaban hacia las profundiades del desierto, los caballeros divisaron un encolerizado chamán eslizón. Enervado por su impotencia, Tlaloc desató toda la fuerza de la tormenta sobre los dos verdugos en un destello de luz atronadora que fundió sus armaduras, deshizo sus monturas y carboniso sus carnes. La batalla, había terminado. 

Tlaloc disipó la tormenta. Sus tronantes rayos ya no tenían objetivos sobre los cuales impactar: el escueto valle por el que su comitiva había intentando penetrar de forma impune en los Desiertos del Caos se hallaba ahora cubierto con las carcasas destrozadas de valientes guerreros. Una victoria, sí, ¿pero a qué precio?. 
La implacable furia de los adoradores de Khorne había hincado firmemente en la gélida confianza del hechicero eslizón y aniquilado a casi toda su vanguardia. 
Solamente la noticia de que el pendiente de Quetzl que Lo-Tax solía llevar a la batalla le había permitido mantener su fuerza vital en un cuerpo increiblemente herido, consiguió levantar el animo del chamán eslizón. 
Lo-Tax era un gran guerrero y Tlaloc lo sabía. Si su misión era de concretarse muchas habrían de ser las batallas como esta y era un placer tranquilizante el contarlo a su lado. Especialmente cuando el chamán sabía que no habían visto lo último de esta horda: Cuatro guerreros del caos, destinados épicas proesas de maldad, habían conseguido escapar ¡Bajo su yugo traerían a miles más, buscando venganza!"



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El resultado final de la batalla fue una victoria marginal para mis Hombres Lagarto y, si se lee con algo de cautela, puede verse casi un relato turno por turno de mis aciertos y errores. Por cierto, encuentro un tanto gracioso el modo en que está escrito esta Narración de Batalla. Veo muchos aspectos mejorables y, si no me equivoco, en estos 3 años mis narraciones se han vuelto bastante menos confusas y más entretenidas :P
Por otro lado, tengo muy gratos recuerdos de toda esta campaña y de estar tempranito en la casa de AstarothLeo, armando la mesa y comiendo facturas. En los días venideros pondré las demás narraciones de batalla que conforman esta campaña.

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