El Artilugio de los Dioses

Esta entrada presenta la última narración de batalla de una mini-campaña de Warhammer Fantasy que jugásemos con AstharothLeo en el invierno del 2009 y que denominamos "Expedición a la Torre". Esta narración presenta el desenlace final de la campaña y termina de explicar la historia detrás de esta incursión de los Hombres Lagarto a los desiertos del Caos.


En esta narración final de la campaña la forma de escritura se torna mucho más literaria y se dan más explicaciones "roleras" para sucesos propios del juego (e incluso se gasta una considerable cantidad de espacio en dar explicaciones que solo tratan sobre la historia de la campaña). Esto se debe a dos motivos: en primer instancia, las narraciones anteriores me resultaban demasiado estructuradas y muy poco roleras. Yo soy uno de esos curiosos jugadores que se eligen al army mirando el trasfondo y que busca armar historias con las partidas (y el estilo anterior de escritura no estaba rindiendo para ello). El segundo motivo es que, a diferencia de las narraciones anteriores, esta se escribió pasado algún tiempo de la partida. Mi mala memoria me obligó a darle un tinte un poco más literario y menos detallista.
Por último, y como siempre, esta narración fue originalmente posteada en este thread de la comunidad Wargamez.

Sin más introducciones, doy pie a la narración de la última batalla de la campaña "Expedición a la Torre", jugada como una batalla por el flanco cuyo nombre es...


"Tlaloc se postró frente a la Torre Silenciosa, en expresa reverencia. Los vientos de la magia, ferozmente arremolinados en el lugar, inundaban su percepción sobrenatural con advertencias y tentaciones. La reciente victoria sobre las tropas de Maladar le había dado tiempo a las fuerzas restantes de la Comitiva Lagarta para rodear la Torre y ganar tiempo.
Lo-Tax condujo a su estegadón hasta Tlaloc y ordenó a la dotación que comenzaran con los preparativos: tras desmontar el arco gigante y colocar una serie de telas, glifos y plumas sagradas, el antiquísimo mastodonte se encontraba listo para su verdadera tarea.
El chaman eslizón se irguió nuevamente y levantó ambos brazos al cielo, invocando la fantasmal presencia del Gran Sacerdote, psiquicamente presente atraves de los ojos de sus más selectos servidores. El cuerpo de Tlaloc se retorció en un involuntario espasmo, antes de comenzar a susurrar lentamente palabras con una voz ajena y la cabeza gacha.
La Torre respondió con un estruendoroso ruido de ancestrales engranajes y las paredes mismas comenzaron a moverse, separarse, superponerse y encastrarse, reconfigurandose en el acto para mostrar aquello que habían sido llamadas a salvaguardar: apresado por gruesas cadenas de oro, con glifos inscriptos en cada eslabón, un artilugio compuesto por inmóviles circulos yuxtapuestos, levitaba en el centro de la única habitación, tapizada en laminas inscriptas con instrucciones y portentos.
Un gesto del poseído sacerdote bastó para activarlo, moviendo los círculos concentricos en una hipnótica danza que expulso los pesados aires de energía mágica en todas direcciones, despertando a los engendros cercanos con terribles chirridos.

Para cuando Tlaloc volvió en sí, la Torre había recuperado el estilo arquitectónico que él había conocido. El Artilugio de los Dioses se había encadenado al lomo del estegadón, y su séquito de asistentes personales lo aguardaban con reverencia. Lo-Tax había cumplido su misión de protección y podía retornar al lomo de uno de sus Terradones, acompañado por algunos de sus guerreros de confianza, mientras Gor'Khatax organizaba lo restante de sus tropas y llamaba con guturales mordiscos a su guerreros predilectos. Cinco como eran, estos saurios habían sobresalido del desove por su instintivo manejo sobre los gélidos y sus intimidantes tácticas de choque. Los últimos remanentes de los cazadores eslizones se formaron en dos grupos y aguardaron en la vanguardia la predecible respuesta de los nativos, que avanzaban extasiados por la densidad de la magia.

Grall, otro de los sobrevivientes de las tropas de la Batalla por el Desfiladero de los Craneos, había tomado una ruta distinta a la de su camarada Maladar. Convencido de la destreza mágica que había eliminado a su general, Grall pretendía combatir el fuego con fuego y había buscado la cooperación (utilitaria y momentánea, la única que se conoce en los Desiertos del Caos) del séquito de Tzeench. Travinkar, un sagaz aspirante a Principe Demonio, había observado cautelosamente el devenir de los hechos y adivinado el objetivo de los invasores. La esperable sorpresa del tesoro ancestral fue suficiente para tolerar la compañía del Khorneano y declarar la carga.
El plan de Travinkar intentaba solucionar tanto el problema enemigo como la incomoda situación que se presentaba en sus propias filas. Grall había llegado a su campamento en compañía de algunos despreciables nativos que deificaban al Dios de la Sangre. El mago de Tzeench optó por dividir su fuerza en dos frentes: una primera ola atacaría frontalmente el "campamento" enemigo, comandada por Travinkar mismo, en compañía de Grall. El héroe de Khorne estaría escoltado por un grupo de guerreros que, si bien habían obtenido su armadura del caos por sus méritos en batalla, aún no eran merecedores de la marca de su dios. Travinkar, en cambio, se rodearía de los mejores soldados que su ejercito pudiese brindarle. Guerreros caóticos, consagrados a "aquel que cambia las cosas" y gloriosos esgrimistas. La fuerza de la premonición los protegía mejor que los escudos, permitiendoles  desarrollar un modo aún más extremo de combate. Finalmente, un grupo de bárbaros iracundos, de la progenie de Grall, levantaba sus estandartes de Khorne en uno de los flancos.
Grall y liderada por Kaliop, discípulo de Travinkar. Su misión era entrar en combate en el momento justo y sorprender (y arrazar) a los invasores por sus zonas menos protegidas....eso y disminuir la influencia que Grall pudiese tener en el campo de batalla (haciendo más sencillo el momento de su desafortunado final). Pero Grall, si bien menos perspicaz, no era un completo idiota, por lo que seleccionó a Kodrel, el campeón entre sus bárbaros, un guerrero tan fuerte y apto que estaba a meros pasos de tornarse en un elegido, como oficial del bloque, con las intenciones de limitar la influencia del hechicero sobre la fuerza de flanqueo.

El combate comenzó en cuanto los contrincantes se divisaron. Travinkar ordenó a sus tropas avanzar, con el objetivo de dificultar la movilidad de los lagartos y trabarlos en una posición vulnerable al inminente ataque sorpresa de su discipulo. Pero los invasores de sangre fría tomaron de buen grado esta invitación y no se contuvieron en el avanze contra el enemigo.
Mientras la infantería del escamadura se acercaba a los guerreros de Grall, la unidad de Lo-Tax se apresuraba a ganarle un flanco a los espadachines de Travinkar. Éste, en turno, comenzaba a invocar los poderes obscuros de su señor y con incesantes susurros y cánticos intentaba en todo momento maldecir, lastimar y confundir a sus rivales con su magia. Lo que ni él (ni Tlaloc, en un comienzo) había tenido en cuenta era el poder inherente al Artilugio de los Dioses. En efecto, la mente del chaman eslizón se encontraba mucho más clara y calma, su potencial mágico aumentado como cuando era poseído por el Gran Sacerdote.
Travinkar habría podido, sin ninguna duda, haber arrasado el campo de batalla con sus hechizos, tornando hasta a los más leales enemigos en traidores a su servicio, de no haber sido por la presencia y poder de aquel misterioso artefacto. Pero, contando Tlaloc con los poderes de los Ancestrales, la batalla mágica que se libraba entre ellos se daba de igual a igual y llenaba el campo de batalla de una densa energía mágica.
Por otro lado, un grupo de cazadores eslizones intentó ganarle la retaguardia a los bárbaros, mientras que el otro se desprendió hacia el extremo opuesto, listo para rematar las tropas de Travinkar en cuanto se desmoralizasen.
Y es que, aprovechando su momentánea superioridad numérica, los Hombres Lagarto habían ejecutado otra de sus habituales emboscadas: en cuanto Gor'Khatax dio la señal, los cinco jinetes de gélido cargaron de frente contra los espadachines de Travinkar, al tiempo que Lo-Tax descendió junto a sus propios jinetes sobre el flanco de dicha unidad. Confiado por el inminente resultado, el escamadura saurio se despreocupó de la cuestión y ordenó a su propia unidad de guerreros el acercarse a los soldados de Grall.

Pero Gor'Khatax juzgó demasiado rápido la suerte de sus hombres. Contra toda predicción de los Hombres Lagarto y ante la arrogante sonrisa del hechicero del caos, los espadachines de Tzeench utilizaron sus premoniciones para deflectar, uno tras otro, la gran mayoría de ataques saurios. Lo-Tax, a su vez, no pudo conseguir que su lanza diera en el cráneo de Travinkar, quien se mostró tan efectivo en el combate cuerpo a cuerpo como en la batalla mágica. Una cruenta batalla se entabló entre estas tres unidades: formados en círculo, los bendecidos de Tzeench eran doblados en número y, sin embargo, se mostraban infalibles en combate. Haciendo uso de sus dos espadas, asestaban golpes precisos que dañaban (y, eventualmente perforaban) las duras armaduras de los jinetes Saurios, o bien sorprendían a los acompañantes de Lo-Tax, acostumbrados a arrasar con unidades debilitadas y no a sostener un combate durante periodos prolongados. Luego, los jinetes eran incapaces de superar los prodigiosos bloqueos de sus enemigos e incluso Lo-Tax, jefe eslizón consagrado en el combate singular, se encontró pasando de cazador a presa y haciendo uso de pendiente encantando para sobrellevar la dura batalla.
Pero con cada jinete que caía, con cada Terradon que era degollado, la fuerza de los lagartos se iba debilitando y fue una mera cuestión de tiempo que Lo-Tax se viera forzado, herido y agotado, a sonar la retirada mientras el último saurio montado caía bajo el brazo de Travinkar.

Pero ni Tlaloc, ni Gor'Khatax podían prestarle demasiada atención a lo que sucedida. Aprovechando la distracción que los cazadores eslizón estaban ocasionando sobre los bárbaros, los dos héroes lagartos movilizaron sus unidades (o monturas, en el caso de Tlaloc) para amenazar por dos frentes a los guerreros de Grall, obligandole a seleccionar un frente y descuidar, en ello, un flanco.
Cuando el polvo levantado con las cargas se disipó, fue Gor'Khatax y sus guerreros saurios quienes debieron quebrar la barrera de escudos-torre que los caoticos postraban frente a ellos y, con guturales sonidos y ancestral violencia, consiguieron hacerlo en buena medida. Sin embargo, ninguna lanza había conseguido quebrar la coraza carmesí que protegía a Grall, ni causar lesión alguna a su demoniaco Juggernaut.
Gor'Khatax brincó en el aire, tan alto que el casco de Grall le llegaba a la cintura y desefundó todo el poder mágico de su espada encantada, relentizando el tiempo a su alrededor para permitirle ganarle la vanguardia al enemigo. Pero ninguno de sus golpes fue lo suficiente poderoso para su presa y cuando el tiempo había vuelto a la normalidad, Grall impacto su maza en el pecho del escamadura con tanta fuerza que lo enterro en el polvo, a varios metros de distancia.
Afortunadamente para los lagartos, el rugido del estegadón se olló en ese momento y con una carga que hacia temblar el suelo, avanzó sobre los remanentes de la unidad enemiga empalando, mordiendo y aplastando cuanto soldado quedaba, mientras Tlaloc cambiaba la configuración del Artilugio para lanzar poderosos rayos de energía que calcinaron al paladín de Khorne en el acto.

Con los jinetes de gélido muertos, Lo-Tax y sus eslizones en plena retirada y Gor'Khatax inconsciente entre sus guerreros, la situación se veía muy complicada para los invasores de sangre fría. Travinkar ya podía disfrutar de su victoria mientras avanzaba contra los debilitados guerreros saurios. Bastaba con que la fuerza de flankeo llegara ahora, como estaba planeado y por mera fuerza numérica la batalla sería una masacre...una masacre que ya no tenía necesidad de "compartir" con su inesperado aliado de Khorne.
Pero, curiosamente, las tropas no llegaban. Kodrel, aquel aspirante a campeón del caos comenzaba a demostrar su propios intereses: respetado por los bárbaros que lideraba y autóctono de estas tierras, era completamente indiferente al conflicto que se desarrollaba por la posesión de tal o cual baratija mágica. Lo que él veía era una oportunidad: la oportunidad de librarse de Grall de una vez por todas y hacer al mando de cuanto guerrero quedase. Usando una dialéctica extraña entre los devotos de Khorne, Kordel había conseguido engañar al discípulo de Travinkar y (en complicidad con sus, ahora fieles, bárbaros) había tomado la ruta más larga posible diciendo que se trataba de un gran atajo. A lo lejos podía oir los horrores del combate y cada vez que un rayo caía donde debieran estar sus "compañeros" él imaginaba un estandarte levantándose a su nombre.

Los lagartos intentaron reorganizarse para mejorar su situación. Los eslizones que debieron dar el golpe de gracia a los hombres de Travinkar comenzaron a hostigarlos para complicar su avance, mientras que los otros cazadores ya habían transformado el "hostigamiento" en una verdadera amenaza, mientras los confundidos bárbaros caían uno a uno ante los incesantes cerbatanasos, sin poder conseguir un ángulo de carga.
Entonces arribaron, en el último momento, Kordel y Kaliop junto a una desbordante cantidad de bárbaros por uno de los flancos del valle. La situación era crítica y solo quedaba una oportunidad desesperada de victoria.
Consciente de que, ni siquiera con el poder que le confería el Artilugio de los Dioses, podría Tlaloc detener el poder mágico de dos hechiceros de Tzeench, ordenó a su fiera montura cargar de frente a Travinkar y sus espadachines, dirigiendo todo el poder de su montura (y de sus hechizos) directamente contra el general enemigo.

El suelo comenzó a temblar nuevamente, mientras otra arrasadora carga del estegadón levantaba una barrera de tierra y polvo desde la que se dislumbraban los incesantes relampagueos que disparaba su artilugio. Los guerreros del caos se miraron mutuamente: claridivendetes como eran, podían prever la suerte que les deparaba si no rompían formación, pero el miedo a la muerte era menor que el del castigo por insubordinación que Travinkar podía infligirles.
Pero el hechizero de Tzeench no se movía. Ni siquiera para ponerse en guardia. Simplemente soltó su armas con la cabeza gacha y estalló en una carcajada en el momento justo en que la monumental masa del estegadón se estrellaba contra su armadura y contra las armaduras de aquellos pobres bastardos que desperdiciaban en un último acto de cobardía la destreza y fuerza que su dios les había concedido.


Del otro lado del campo, un chillido de odio retumbó en el valle. Avanzando velozmente sobre su disco volador, Kaliop había presenciado de primera mano la muerte de su maestro y no pretendía permitir que semejante insulto pasara en vano. Haciendo uso de todo su poder mágico, convocó las maldiciones más poderosas que su maestro le había enseñado y llenó de falsas visiones y fantasmagorías las mentes de los rivales enemigos. En todo el campo, los hermanos de desove luchaban entre ellos, infligiéndose heridas e incluso la muerte en la errónea creencia de estar repentinamente rodeados de enemigos.
Los guerreros saurios fueron los más afectados y el oficial entre ellos no tuvo más opción que ordenar la retirada para proteger al inconsciente Gor'Khatax de tan formidables y persistentes "enemigos".

La batalla se acercaba a su fin. Tlaloc podía sentirlo, pero sus guerreros se encontraban debilitados y él mismo se hallaba rodeado. Lo que era peor, los bárbaros enemigos aún los superaban en número y el nuevo hechicero se hallaba fresco y deseoso de vengar a su maestro. Si conseguía repetir su conjuro, todo el remanente de sus tropas podría destruirse a si mismo.
Momentos desesperados ameritaban medidas desesperadas. Tlaloc ordenó a su montura acelerar hacia el centro del contingente enemigo, concentrando entre los temblores todo el poder del que disponía, conectando su mente con la del Gran Sacerdote y a éste con el Artilugio de los Dioses. Los discos del artefacto comenzaron a danzar frenéticamente, emitiendo una ola de sonido que levantaba los objetos en su camino: como una ráfaga de viento, con la fuerza de un ariete y el canto de tambor. Entonces, cuando se hallaba a punto de ser cargado por todos los flancos levantó sus brazos y con ojos radiantes vocifero el nombre de olvidados arcanos: el artefacto se ensambló a la perfección y al hacerlo generó una onda de cegadora luz ígnea que erosionó todo lo que encontró a su paso, fulminando tierra, gente y estructuras por igual.

Cuando el fulgor se disipó y el valle se halló a obscuras denuevo, Tlaloc yacía inconsciente entre sus asistentes. Los guerreros saurios habían conseguido tomar una cierta distancia y los cazadores eslizones comenzaban a proteger los flancos de la comitiva que huía rápidamente de sus enemigos.
Estos, en turno, habían sufrido bajas por la fuerza de aquel portento incandescente. La mayoría de los bárbaros se encontraban ahora en retirada, obedeciendo una conveniente orden con la que Kodrel se aseguraba el patrimonio de un pequeño ejército.
Cuando los gélidos invasores habían abandonado el valle (siguiendo la brillante lanza de Lo-Tax, quien sobrevolaba nuevamente el cielo indicando el camino por donde los lustrianos desaparecerían, de la misma misteriosa y rápida manera en la que habían llegado) un espectáculo de muerte y deterioro deleitaba las estatuas y pilares consagrados a impías criaturas. Dos batallas, dos asedios, habían rendido tributo a la sed de sangre de los dioses guerreros.

Ningún ser vivo yacía en el campo, hombre, lagarto u demonio, a excepción de uno. Kaliop, despojado completamente del ejercito que alguna vez había tenido esperanzas de liderar, se postraba ante las armaduras destrozadas de aquellos gloriosos espadachines con los que había compartido masacres, saqueos y victorias.
Pero entre los cuerpos, uno faltaba: ningún rastro del general restaba, a excepción de una armadura vacía y un casco intacto, mementos catalizadores del último gran hechizo de Travinkar.
Movido por un azaroso capricho, Kaliop calzó el mágico yelmo en su cabeza solo para quedar estupefacto mientras una conocida pero etérea voz le susurraba "Tenemos trabajo que hacer..." "

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Y con este cinemático y ajustado final terminó la campaña "Expedición a la Torre", situada aproximadamente en el año 2518 (dos años antes de Albión), con otra victoria para los Hombres Lagarto que les permitió sumar a su arsenal la unidad "Artilugio de los Dioses" (nueva, por aquel riosentonces). Para los curiosos: el fulgor final fue literalmente eso, una activación del ataque en área del artilugio (previo movimiento al centro del ejercito enemigo) que causó las bajas justas para provocar un chequeo (en turno fallado) de desmoralización en las tropas enemigas. ¡Dando los puntos justos, justos, para dar vuelta un partido!

Debo decir que tengo muy gratos recuerdos de esta campaña. Como ocurrió con "La Guerra de la Costa" (aquella mega-campaña que algún día debería resumir y subir a este archivo virtual), la idea fue simplemente juntarnos a jugar y la historia se fue desarollando a medida que pasaban las batallas. Hay, creo, una lección para aprender en ello: Desde ese momento, he intentando organizar 2 veces una campaña a Albión con reglas especiales, mapas, bandos y trasfondo...y nunca he conseguido concretar las reuniones. 

Divertirse jugando, divertirse imaginando.
¡Hasta la próxima campaña! 

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