[D&D-A] - Un mundo Aparte (y la Isla de los Túmulos)
En esta entrada se inlcuye una brevísima mención de lo ocurrido durante la visita a la Isla de los Túmulos en la sesión del 17/05/2015, así como una hilarante narración de los eventos de la sesión del 24/05/2015 escrita integramente por Daveron (jugador de Alexander) en la que los jugadores llegaron al pueblo hobbit de El Distrito.
La Isla de los Túmulos
Lamentablemente, los registros de lo ocurrido en la sesión del 17/05/2015 parecen haberse perdido en las peripecias varias que ocurrieron desde entonces a la escritura de esta brevisima nota. ¡Pero no todo ha perecido a en los fuegos del olvido! Sabemos que los aventureros zarparon hacia la Isla de los Túmulos tras los terribles acontecimientos que tuvieron lugar en Fondaria. Sabemos, también, que se dirigieron hacia las ruinas de la Familia Kevelleck, en búsqueda de un antiguo códice que databa del Anómicus. Como su nombre lo indica, la Isla es un lugar sombrío y tenebroso, desterrado hace tiempo del reino de los vivos, donde los túmulos, criptas y cementerios de tiempos pasados abundan. Los aventureros llegaron durante la noche, y fueron rápidamente recibidos por todo tipo de monstruosidades no-muertas que parecían proteger el lugar. Contamos con registros de que, si bien encontrar los pisos superiores de las Ruinas fue fácil, una espesa bruma dificultaban su exploración, mientras que vientos más fuertes de lo habitual entorpecían el uso de arcos y ballestas. Sabemos, también, que en el proceso de encontrar el acceso a los pisos inferiores donde se encontraba el códice, los aventureros se toparon con un colosal gigante esquelético, alerta en su reanimada furia contra los vivos. Los aventureros probaron todo tipo de estratagemas para superarla: desde el combate directo, hasta el escape y el sigilo. Alexander hasta utilizó ataques mágicos que no había mostrado hasta ese momento a su compañero, solo para recibir la desconfiada represalia de Valyghar. Eventualmente, ambos aceptaron que la monstruosidad era demasiado fuerte para ser derribada en las condiciones adversas en las que se encontraban. Haciendo inteligente uso de un señuelo, consiguieron distraer al gigante por un momento, e ingresar en los calabozos bajo las ruinas. Allí encontraron una cornucopia de aberraciones, en lo que únicamente podría describirse como una gran laboratorio para la carne humana. Trampas y zombies se interponían en su camino, mientras que golems de carne colgaban del techo cuál reces de carnicería. Eventualmente, voces humanas se inmiscuyeron en el necrofago horror. Lyran, un enloquecido nigromante, prometía la muerte final a su "crust" Orzan, un guerrero reanimado que vestía una armadura de placas negra y empuñaba con ambas manos una espada de hielo. Por lo que podía entenderse de sus gémidos, Lyran sentía furía y culpa por la muerte de su hermano hacía tiempo, y desviaba toda esa responsabilidad en el maldecido Orzan (ver las cartas de Rennan). Los aventureros lucharon ferozmente pero...cansados y superados en números, debieron recurrir al ingenio para arrebatarle el preciado códice al nigromante. ¿Cómo lo lograron? Alexander nos lo comenta en el siguiente relato....
Ruinas Kelleveck, en la Isla de los Túmulos (tomada del Docaedron de Dyson) |
Un mundo aparte - Parte 1
Registrado y escrito por Daveron
En la bruma de la noche dos siluetas caminaron acompañados
por un profundo y tenso silencio. Atrás de ellos y bajo la luz de las dos lunas,
aún podían divisarse las ruinas de la morada de los Keleveck. Ni Valyghar, ni
Alexander miraron atrás, estaban heridos, cansados y aunque habían obtenido lo
que habían ido a buscar, en el fondo sabían que nuevamente habían sido
derrotados.
−Debemos hablar de lo sucedido…− murmuró Alexander rompiendo
el silencio sepulcral de aquella noche−. Estuvo demasiado cerca, si no hubiéramos
tenido esa poción de invisibilidad el nigromante nos habría matado a ambos.
–Nunca
había visto una cosa así en mi vida, un nigromante, un mago que juega con la
muerte –expreso Valyghar con pesar−. Algo está cambiando, nada de esto es
normal, estoy muy preocupado, tengo miedo de lo que pueda llegar a
pasar...
−Nada
ha cambiado, desde que emprendimos éste viaje hace tres años hemos estado
enfrentando peligros como estos, pero ahora temo que no estamos a la altura de
las circunstancias –confesó Alexander expresando una mezcla de temor e
incertidumbre−. Cuando nos reencontramos estaba confiado en mis habilidades y
como vos dijiste, mi arrogancia me llevó a la derrota cuanto enfrenté al monje.
–Se detuvo−. Pero esa fue la primera de muchas, casi sucumbimos en la en la
tormenta en Lansdow y luego en el barco de Madwick y el dragón tortuga por poco
te calcina junto con Nemfre.
−Pero siempre sobrevivimos, Alexander. Eso significa algo.
−Es verdad –concedió Alexander reconfortado por las palabras de su compañero–, pero
de una u otra forma debemos volvernos más fuertes.
−Cuando regresemos al Distrito voy enseñarte a usar la espada.
−¿De verdad? –preguntó Alexander incrédulo, hacía varios días que su compañero
ignoraba deliberadamente este pedido.
−Sí –dijo él−. Sin desmerecer tus habilidades con el arco, creo que podría ser
de ayuda que aprendas a luchar con la espada, en algunas ocasiones podría haber
servido y creo que serias un buen espadachín.
−Gracias Valyghar, yo también tengo algo que mostrarte.
Al llegar a la costa abordaron el pequeño bote que los había
traído allí y emprendieron el camino de regreso. La noche era fría y la bruma
de la isla aún no había quedado del todo atrás cuando Valyghar le contó a su
compañero que además de la piedra de bloqueo también había conseguido encontrar
el misterioso códice que Edwin le había encomendado. Se trataba de un pequeño
libro cuya existencia, según le dijo el mediano, se remontaba a los tiempos del
Anómicus, estaba custodiado por dos candados que sólo podían ser abiertos de un
modo especial que no mencionó. Alexander lo observó detenidamente pero la
verdad era que nunca había oído hablar de aquel objeto y solo se limitó preguntar
sobre la legalidad de poseer un artículo como aquel. El León de Argos evitó dar
respuesta, era consciente que tenía en su poder un objeto más poderoso y
altamente ilegal: la piedra de bloqueo.
Pasó el tiempo y tras un rato de silenciosa reflexión,
Alexander comentó al pasar que poco antes del ataque a Fondaria se había
encontrado con Sindel y le había dicho que el León de Argos había muerto y
posiblemente ella se lo había creído. Valyghar evitó pronunciarse sobre la imprudencia
de aquel acto y se limitó a decir que lo mejor sería ocultar su identidad por
un tiempo.
El viaje de regreso fue más largo de lo esperado y mientras
el pequeño bote se deslizaba lentamente sobre el río se dijeron muchas cosas. Quizá
fue la tensión por lo que vivieron o por la incertidumbre de lo que les esperaba,
pero aquella noche Valyghar contó cosas que hasta entonces había guardado sólo
para sí; habló sobre su madre quien había muerto al darle la luz, sobre un
padre distante y ocupado en su carrera militar y sobre un joven sin
motivaciones que un día decidió cambiar su vida y unirse al ejército regular
para proteger Arcadia y convertirse en el hombre que es ahora.
− ¿Ese es el hombre en que vos querías convertirte o el que otro quiso
que fueras? –preguntó Alexander, implacable.
− Soy quien elegí ser –respondió Valyghar con igual determinación−. No le
guardo ningún rencor a mi padre pero tampoco le debo nada. Viví toda mi vida
escuchando a la gente hablar sobre sus grandes hazañas pero eso nunca me
importó porque sé que llegará el día en que hablarán de las mías; de las
nuestras.
−Es verdad Valyghar –concedió Alexander deslumbrado al ver que, a pesar de tantas
discusiones y desilusiones, el joven que había conocido en Gland aún vivía en
el prestigioso León de Argos–. Debe ser duro vivir bajo la sombra de un gran
hombre como tu padre pero lo importante es que te has vuelto un gran hombre.
−Solo espero lograr parecerme un poco a él –comentó el capitán desviando la
mirada.
−Yo solo espero que encuentres tu propio camino –dijo Alexander, mirándolo a
los ojos.
La conversación terminó abruptamente cuando bote llegó a la costa,
era una pequeña playa al sur de Fondaria y allí desembarcaron. Frente a ellos
se extendía una extensa pradera desde la cual podía verse a lo lejos tanto la
arboleda que debían atravesar para llegar a su destino como los pilares de humo
que aún se alzaban sobre los restos de Fondaria.
Comenzaron a caminar pero su paso era lento, estaban exhaustos,
desde hacía varios días que no habían podido descansar apropiadamente y el peso
de las heridas, las batallas y las pérdidas era cada vez más manifiesto. La madrugada
era fría, el invierno no se había ido del todo porque a pesar de que hacía
varias semanas que la primavera había llegado, sus señales aun eran débiles.
Cuando los arboles comenzaron a adornar el paisaje, Valyghar le preguntó a
Alexander dónde había aprendido a usar el arco y éste contó que en sus tierras
tuvo varios maestros que le habían enseñado distintas cosas pero ninguno se
dedico formalmente a enseñarle hasta que conoció a Rhadika , ella le
mostró que el arco no es simplemente un arma, significa muchas más cosas. Su
compañero preguntó qué clase de cosas pero Alexander no respondió, se limito a
decir que ya tendría oportunidad de mostrarle y que quizá hasta pudiera
enseñarle algo como retribución a su entrenamiento.
La conversación se vio truncada nuevamente cuando entre los
arboles aparecieron los muros del Distrito junto con un perro flaco que
oficiaba de guardián. Era un pequeño pueblo campesino de pocas hectáreas que
estaba protegido por unas débiles murallas de madera que oficiaban, más que como
una defensa, como un muro divisor que pretendía ocultar un pequeño mundo, que a
los ojos del viajero ocasional podía parecer simple y prosaico pero cuya
complejidad era tan profunda y antigua como toda la Bahía Dentada. En la
entrada del pueblo, frente a un gran portón había un pequeño centinela, que
estaba tan fuertemente armado como atento. Valyghar, que por decisión de ambos
se había transformado nuevamente en Sam, se acercó a él e hizo un ruido gutural
esperando que el mediano despertase, pero naturalmente éste ni siquiera se
inmuto. Por su parte Alexander lo ignoró y fue directamente a abrir la puerta sin
mucho éxito. El León de Argos con su característica poca paciencia dio la orden
de atención y el hobbit despertó sin comprender qué estaba sucediendo, ni qué
podían estar haciendo aquellos dos inmensos hombres en un sitio como aquel a
esas horas de la madrugada. Tras una breve conversación, el nombre de Edwin
Gladstone bastó para explicar la extraña presencia de los aventureros y para
que el guardia les abra las puertas sin hacer más preguntas. Valyghar lo miró
con severidad y le dijo que no debía dormir durante la guardia pero su mirada
no era la del León de Argos, era la de un gordito simpático que podría haber
sido el jardinero de un señor de aquellas tierras o un bibliotecario de Darsila.
El mediano se sintió más sorprendido que reprendido y los viajeros continuaron
su camino.
Tal como era de esperar el Distrito era un lugar pacífico regido
por los tiempos de la cosecha y cuya vida estaba atada a la luz del día; en
aquellas horas, naturalmente, todos estaban profundamente dormidos. El
tranquilizador silencio gobernaba la noche se vio interrumpido por una serie de
golpes que el inadaptado de Alexander propinó a las puertas de la taberna de
Edwin; su compañero lo miraba con asombro pero demasiado cansado para
detenerlo. Del interior se escucharon algunos gritos que esperaban ponerle fin
a aquel tortuoso ruido (que no cesó hasta que la puerta finalmente se abrió). Del
interior de la taberna salió el mismísimo Edwin Gladstone aún medio dormido y
con su pijama puesta (que incluía un ridículo gorro). Al principio los miró sin
comprender quienes eran, ni qué hacían allí, hasta que reconoció la voz de Valyghar
y recordó la importancia de aquel asunto.
−Edwin, te he traído lo que me has pedido– dijo el León de Argos
con una voz de hierro que no concordaba con su apariencia de coprotagonista de
alguna clásica obra literaria de Aldaron.
−¡Valyghar! –gritó Edwin como si se despertara de pronto e inmediatamente hizo señas
para que entren−. No te –se interrumpió−no los esperaba tan pronto, por favor,
pasen.
El lugar era pequeño y aunque tuvieron que agachar la cabeza para
evitar golpearse con alguna lámpara o chocarse contra alguno de los pequeños
taburetes, era bastante acogedor incluso para gente de su tamaño. El posadero
guío a los aventureros hasta la barra y les ofreció unas habitaciones que tenía
desocupadas. Ellos agradecieron su oferta y les pidieron sí además tenía algo
de comida. Edwin les ofreció queso, pan y algunos otros platos fríos mientras
preparaba café. Los aventureros apenas podían recordar cuando era la última vez
que habían comido y lo devoraron todo.
−Me alegra que hayan tenido éxito −comentó al pasar Edwin−. ¿Los
rumores que hablaban de fantasmas y muertos vivientes eran ciertos?
−Sí –murmuró Alexander con aire pensativo− debimos enfrentar a un nigromante
pero lamentablemente no pudimos detenerlo.
−¿Encontraron la piedra y el códice?
−Por eso hemos regresado –respondió Valyghar mientras sacaba de su bolsa el
codiciado objeto−. ¿Qué es exactamente esto?
−Quizá prefieran tratar este asunto durante la mañana −dijo Edwin sin ocultar
la emoción que le generaba tener aquel preciado objeto a su alcance−. Parecen
estar exhaustos.
−Mejor que sea ahora −afirmó Alexander con frialdad.
Edwin guió al grupo a su estudio que estaba ubicado en la parte
superior de la taberna y se sentó tras un escritorio repleto de curiosos
objetos de tierras lejanas. Valyghar se quitó el anillo, recuperando así su apariencia
normal y le entregó el códice al mediano, éste se puso unos guantes y con
minucioso cuidado lo tomó y lo guardó dentro de un recipiente del que, según
dijo, esperaba no tener que sacarlo nunca. Alexander preguntó nuevamente qué
era aquel objeto que el nigromante guardaba tan celosamente junto a la piedra
de bloqueo, pero la respuesta de Edwin no fue lo que esperaban. Volvió a
contarles lo que ya sabían, era un registro de la historia de Arcadia que
remontaba de los tiempos de Anómicus pero no era él a quien le correspondería
saber sobre esos asuntos; dentro de la red de informantes a la que pertenecía
había distintos rangos y no todos sabían todos los secretos y esto era así por
una simple razón: la información que manejaban era altamente peligrosa e ilegal
y si no estuviera fragmentada sería un blanco fácil para grupos subversivos
como el Fénix Negro y ellos ante todo pretendían mantenerse al margen de
aquellos conflictos.
−Aunque el Fénix negro no es el único enemigo del Orden en estos
días −comentó Edwin más intrigado que alarmado−, nos han llegado noticias sobre
un levantamiento en el sur.
−¿Qué es lo que sucede en el sur? –preguntó Valyghar sin poder ocultar su preocupación
respecto a este asunto que tenía muy presente–. ¿Hay grupos armados?
−En realidad no se sabe mucho sobre el asunto, sólo hemos escuchado rumores. Al
parecer un hombre llamado Ander va peregrinando por los pueblos del sur y la
gente simplemente lo sigue dejando todo atrás –comentó el posadero sin
comprender las razones por las cuales alguien podría llegar a hacer tal cosa−.
Los Jueces tratan de ocultarlo y muchos lo relacionan con el principio del
Anómicus.
−Es realmente alarmante, no puedo creer que alguien esté haciendo algo así y
que Ramgast lo…− Se detuvo al darse cuenta que estaba pensando en voz alta.
−Dicen que puede curar a la gente con sus propias manos como hacen las pociones
–continuó el hobbit pero al escuchar el nombre del juez se detuvo−. ¿Qué tiene
qué ver Ramgast en éste asunto?
−Nada –se apresuró a decir el León de Argos para salir del apuro−. Justamente lo
raro es que no haya hecho nada.
−No hay nada raro en este asunto −comentó Alexander dirigiéndose más a su compañero
que a Edwin−. No sé si vendrá de la mano de Ander pero el conflicto es
inevitable…
−Eres un poco pesimista muchacho −comentó Edwin con cierta extrañeza.
La conversación no se extendió mucho más y los aventureros
decidieron que pasarían allí un tiempo hasta que se recuperaran de sus heridas.
Edwin se disculpó puesto que sólo disponía de una habitación pero para sorpresa
del mediano Alexander comentó que no había problema, que estaban acostumbrados
a dormir juntos. El posadero naturalmente malinterpreto las palabras del joven
y se disculpó diciendo que no sabía nada respecto a su relación, Alexander no
se dio por aludido y posiblemente tampoco le hubiese interesado aclarar la
situación mientras que Valyghar estaba demasiado cansado (y resignado) para
explicar una y otra vez lo mismo, lo único que pidió es no ser molestados bajo
ninguna circunstancia.
Entraron a la pequeña habitación, se quitaron la armadura y el
equipo y durmieron profundamente. Alexander se propuso levantarse al alba para
comenzar su entrenamiento pero no lo logró; ambos despertaron durante la noche
al escuchar que alguien golpeaba la puerta. Desde el piso de abajo se podían escuchar
los murmullos propios de una taberna llena de gente, no tenían la menor idea de
la hora que podía ser. Valyghar se incorporó, tomo su daga y abrió lentamente
la puerta para encontrar a una muy poco amenazante mediana. Era Linda, la joven
mesera que trabajaba para Edwin y que ya conocía la identidad del León de
Argos. Ella le preguntó si necesitaba algo puesto que hacía más de catorce horas
que estaban durmiendo. Escuchar aquello tranquilizó a Alexander que se
encontraba preocupado porque temía que el sol negro hubiera llegado. Linda lo
miró extrañada pero Valyghar con severidad la despachó inmediatamente sin darle
tiempo a decir nada. Alexander exigió comenzar con el entrenamiento pero su
compañero lo convenció de que era tarde y que llamaría demasiado la atención,
lo mejor era que comieran algo y siguieran durmiendo hasta el amanecer.
Valyghar tomó la forma de otro hombre puesto que, según le había
dicho Edwin, los medianos habían relacionado a Sam con Valyghar y no era
prudente tener esa apariencia si lo que buscaban era ocultarse. Cuando bajo a
buscar comida se encontró con la taberna repleta de festivos hobbits que
mientras cenaban mantenían largas y alegres charlas sobre asuntos relacionados con
su vida cotidiana y rumores que provenían de tierras lejanas, el tópico de la
noche al parecer era la tragedia de Fondaria. El León de Argos se acercó a la
barra, procurando llamar la atención lo menos posible, y mientras le pidió a
Edwin algo para cenar, preferentemente pollo con papas, le recordó la
importancia de que nadie entrara en sus aposentos. El mediano pidió disculpas
por la intromisión de su mesera y mandó a preparar la cena.
Mientras esperaba Valyghar se limitó a escuchar las
conversaciones de los hobbits. Uno de ellos se le acercó y le preguntó quién
era, qué hacía allí y si sabía algo sobre la tragedia que había asolado
Fondaria. El mediano se llamaba Jago McGee, era pelirrojo, regordete y su
actitud era tan simpática que terminaba volviéndose pesada con sorprendente
facilidad. Valyghar se presentó como un mercader de nombre Robert que provenía
de Portuaria y que se encontraba allí buscando al mismísimo Valyghar. Al
escuchar esto Jago llamó la atención de otros comensales que vinieron rápidamente
a su encuentro; se trataba de Fosco Bolfur, un joven de contextura delgada y
pelo castaño y de Gruffo Tallabuena otro joven morocho que tenía cubierta la
cara de pecas. Jago contó después de varias pausas teatrales lo que sin duda
debía ser el chimento más comentado de todo el Distrito, hacía unos días un
hombre gordo y desalineado había entrado a la misma taberna en la que estaban,
fue al baño y cuando salió ya no era él, era otro… ¡Era el León de Argos! Fosco
Bolfur se mostró escéptico respecto de que pudiera transformarse mientras que Gruffo
sostuvo que eso no sería del todo raro puesto que en el mundo hay todo tipo
cosas extrañas, desde ardillas gigantes, esqueletos que se mueven y al menos un
fantasma que vivía en la cuaderna del norte, él mismo lo había visto con sus
propios ojos. Robert contribuyó diciendo que se decía que durante las batallas Valyghar
se transformaba en un terrible león, pero Fosco lo desmintió nuevamente
sosteniendo que el apodo se debía a que montaba un león, no a que era un león. Gruffo
suspiro y ambos comenzaron un largo y acalorado debate sobre la realidad de
aquellos asuntos. Por su parte, Jago le contó a Robert que él mismo había
comprobado que nadie podría haber salido o entrado a ese baño y que
seguramente, dijo más bajo, Edwin les estaba ocultado algo.
El posadero llamó a Robert avisándole que la comida estaba
lista, éste fue a su encuentro y con él el resto de los hobbits quienes lo
invitaron a sentarse en su mesa. Valyghar trato de rechazar la oferta pero una
mediana llamada Yolanda Ampliagranja apareció para continuar con la
conversación. Parecía mayor que los otros y tenía el pelo trenzado de color
castaño oscuro. Tras varios intentos Robert finalmente logró que los hobbits lo
dejaran ir y se dirigió a su habitación.
Al entrar se encontró con todas sus cosas tiradas por el
piso y a su compañero sentado en una de las camas observando detenidamente las
tres espadas que tenía Valyghar mientras las hadas del fauno volaban sobre su
cabeza.
−Los hobitts son muy molestos –dijo el León de Argos tratando de
mantener la calma mientras se sentaba en su cama.
−No más que el resto de la gente –comentó Alexander sin prestarle demasiada
atención.
−Es verdad –respondió Valyghar con sarcasmo, sin dejar de observaba como su
compañero jugaba con sus espadas–. ¿Querés pollo?
–Solo las patas, no me gusta el resto –dijo Alexander y tomó una–. Hay algo que
te quería preguntar: ¿Qué haremos a partir de ahora?
–No estoy seguro –dijo Valyghar, suspiro y miró su compañero como si temiera
pronunciar las siguientes palabras–: Ander se está levantando en contra
del Orden, si Ramgast apoya esto. ¿De qué lado estamos nosotros? ¿Hay lados? En
el fondo, solamente hay gente; gente que quiere el orden y gente que quiere el
caos.
–Solo
hay una forma de averiguarlo…
–Pero
eso nos alejaría del rastro de Denkel.
–En
última instancia la búsqueda de Denkel es irrelevante –dijo Alexander mirándolo a los ojos–
Esto se trata de la vida de mucha gente, entre ellas la tuya. Debemos terminar
con este asunto antes de encontrarnos con Ander. Allí decidiremos cual es el
camino que debemos seguir.
–Es
cierto
–concedió Valyghar, conforme.
–De
todas formas es probable que la rima de Thoral esté relacionada con
todas las cosas –dijo Alexander en tono críptico.
–¿Qué
opinas del libro? –preguntó despreocupado Valyghar mirando su plato, hacía rato
que había perdido el apetito.
–No lo sé, no creo que sea algo tan peligroso. Seguramente sea solo
historia.
–Estoy
preocupado por el futuro de la Bahía Dentada, Alexander –confesó Valyghar con pesar– Dijiste que no éramos capaces de defender su
destino, un soldado no puede permitirse eso.
–Lo
que temo es que no podamos cambiar su futuro. Lo único que podemos hacer es
volvernos más fuertes y para ello en principio debería recuperar el arco que
Rhadika me dio y ese monje me quitó. Pero no puedo hacerlo solo, necesitaré tu
ayuda.
–Es
cierto, ya vimos cómo te fue enfrentándolo sólo, eh –dijo Valyghar con una
sonrisa–. Comamos, descansemos y mañana comenzaré con tu entrenamiento.
La mañana siguiente vaticinaba un día espléndido, el sol
brillaba en el cielo anunciando la llegada la primavera que tanto se había
hecho esperar. Todo era perfecto en el Distrito o casi todo porque en el centro
del pueblo, en el patio de la taberna de Edwin, había un hombre de pie, inmóvil
empuñando dos amenazantes espadas. Se trataba de Alexander que aguardaba con
los ojos cerrados el despertar de su maestro frente a la ventana. Naturalmente
los habitantes del pueblo pasaban alarmados y temerosos de lo que pudiera hacer
aquel psicópata.
De pronto se escuchó un grito que exigía que el aventurero
deponga sus armas y explique qué demonios hacía ahí con sus espadas desenfundadas.
Se trataba de un hobbit regordete de mediana edad que tenía el cabello peinado
y un ridículo bigote, estaba vestido con el uniforme del ejército regular y
tenía una espada corta en el cinto que no parecía haber usada en mucho tiempo;
no había que ser muy observador para deducir que durante su vida no había
tenido mucha acción. Alexander le preguntó quién era y él contesto con tono
orgulloso que era el oficial Kalimac Manoverde y que debía respetar su
autoridad. El aventurero obedeció, guardo sus espadas y le explico que estaba
esperando a su maestro Robert para que le enseñe a combatir, pero además le
preguntó si tenía algo que ver con el guardia que dormía en la puerta del
pueblo.
Los subsiguientes gritos terminaron por despertar a Valyghar
que salió inmediatamente para ver qué estaba haciendo el inadaptado de su compañero
y pedirle disculpas al oficial. Este se sintió reconfortado porque alguien parecía
tomarlo enserio y con un tono bastante pedante le ordenó que controle a su
subordinado y que esperaba que esto no se repita. El León de Argos no le gustó
nada el tono del mediano y tras advertirle que a él nadie le grita, intentó
intimidarlo. Pero el hobbit no sólo no se acobardó sino que recuperó la
confianza puesto que la apariencia de Robert no era muy intimidante, se trataba
de un hombre de mediana edad, de pelo oscuro medio pelado, con bigote y ojos
claros. Cuando todo parecía calmarse Alexander, sin quererlo, profirió otro
comentario desubicado haciendo alusión a la figura poco atlética del oficial,
dando comienzo a una nueva discusión. Kalimac se retiró poco después
advirtiéndoles que tenía muchos problemas como para estar discutiendo con un
par de idiotas y que si no se iban, el mismo los iba a encerrar en el calabozo.
Alexander se despidió educadamente como si nada hubiera pasado y Valyghar le
dio un puñetazo en la cabeza que lo dejó en el piso.
–¡Nunca más toques mis cosas sin mi permiso! –gritó Valyghar
enojado.
–¡Pero
te estaba esperando para entrenar! –dijo Alexander acariciándose la mejilla.
–¡Nunca más! Esta va a ser la última vez. ¿Esta entendido?
–Sí…deberías agradecer que al menos yo recuerdo las pociones que llevas…–murmuro
Alexander ofendido haciendo alusión al encuentro con el Nigromante y a la
poción que le salvó la vida.
Valyghar miro al cielo, respiro
profundo y propuso comenzar con el entrenamiento. Primero explicó detenidamente
que en una situación de combate ante todo uno debe evaluar su entorno, medir el
alcance del oponente y ganar la iniciativa pues, básicamente, el que pega
primero pega dos veces. El primer paso debía ser entrenar la reacción ante los
golpes por cual le propuso a su aprendiz que él iba a dar un golpe y él debía
esquívalo sin cubrirse. Alexander se quejó diciendo que eso es lo que hacía
siempre y que quería empezar a entrenar ya con la espada pero su compañero no
lo escuchó y lo ataco directamente. Rápidamente el aquero trató de moverse
hacia un lado pero desafortunadamente (para él) no logró apartarse y recibió el
golpe en la otra mejilla cayendo nuevamente en el piso.
–¿¡Qué tipo de entrenamiento es este!? ¡Te estás
aprovechando por todo lo que te he hecho!
–¡Callado
Alexander!
–ordenó Valyghar al mismo tiempo que le arrojó otro puñetazo–. ¡Más
rápido!
Nuevamente el aquero fue golpeado pero esta vez no cayó y Valyghar,
sin darle respiro, le propinó otra puñetazo, un poco más lento, que rápidamente
Alexander logró esquivar. Ambos sonrieron y Valyghar arrojó un tercer golpe que
directamente impactó en la nariz de Alexander dejándolo tendido en el piso.
–Ehmm, esto no está funcionando – murmuró Valyghar.
–¡Claro
que no!
–gritó Alexander tratando de ponerse de pie–. ¿La gente normal no empieza su
entrenamiento con un calentamiento o algo así?
–Esas son tonterías, ahora es momento de hacer otra cosa. Yo voy a hacer formas
con la espada y vos vas a tratar de hacerlas lo más parecido posible.
Alexander intentó imitar los sutiles y precisos movimientos de su
compañero con relativo éxito. En ese momento Valyghar reconoció cierto
potencial en él pero la satisfacción fue breve porque su compañero volvió a
abrir la boca:
–¿Esto sirve en un combate real? –preguntó Alexander sin dejar de
realizar los movimientos.
–¡Claro! –respondió Valyghar.
–Es curioso, nunca te vi hacerlo…–comentó el arquero mirando hacia uno de los
lados.
–No juegues con mi paciencia, Alexander –advirtió Valyghar tomando aire
nuevamente.
Prosiguieron así un par de horas más, los medianos los
observaban ocultos sin comprender qué podían estar haciendo allí esos dos
hombres que después de golpearse durante un rato ahora realizaban absurdos
movimientos como si lucharan contra enemigos imaginarios.
El alboroto trajo de vuelta al oficial Manoverde que exigió
una inmediata explicación de qué demonios seguían haciendo allí. Alexander le
contesto que Robert intentaba enseñarle a usar la espada y que si quería podía
quedarse y aprender algo porque no se lo veía muy hábil. El oficial ignoró al
muchacho para evitar seguir discutiendo y sólo les pidió que prosigan lo que
sea que estén haciendo en otro sitio. Antes de irse volvió a comentar que tenía
muchos problemas, casi esperando que les preguntasen cuales. Valyghar cayó en
la trampa y Kalimac contó que un terrible conflicto estaba azolando el pueblo:
dos importantes familias estaban profundamente enemistadas desde hacía mucho y
ahora estaban a un paso de declarase la guerra, se trataba de los Piespesados y
Cofrelleno. Valyghar, recordando los tiempos en los que era un simple cabo y
estaba acostumbrado a tratar con estas riñas locales en Gland, propuso reunir a
las familias. La idea era buena pero el rostro Kalimac se ensombreció y contó
que un tal Wilband ya los había reunido en la Jarra Sedienta y que fue literalmente
una carnicería. Nadie sabía exactamente cómo comenzó el conflicto pues ambas
familias se acusan mutuamente. Nuevamente el capitán se ofreció a ayudar y
Kalimac confesó que esperaba que así fuera, pero tras pensarlo mejor, y ver que
Alexander seguía combatiendo contra enemigos imaginarios, le ordenó que no lo hiciera
porque seguramente le traerían más problemas.
Los aventureros continuaron entrenando en el lugar pero
ahora con la sensación de que habían olvidado una importante advertencia que
les habían hecho. Esta situación se prolongó durante unas horas hasta que Valyghar,
harto de aquello, decidió que como ya era el medio día debían detenerse para almorzar
en esa “pocilga” en la que se estaban quedando.
Sin más discusiones entraron en la taberna y se sentaron en
una mesa, Linda se les acercó para ver que necesitan pero al escuchar a
Alexander preguntarle a su compañero sobre el significado de la palabra pocilga,
se fue ofendida. En su lugar Jago los recibió gustoso, que por cómo se movía
era evidentemente que era un cliente habitual, y les preguntó si querían algo. Ellos
le respondieron que querían comida e inmediatamente el hobbit fue en busca
bebida y se sentó con ellos, Valyghar aprovechó la oportunidad para evitar otra
conversación trivial y fue el mismo a pedirle la comida a Edwin.
Jago y Alexander quedan solos y el mediano le preguntó cómo
se llamaba. Alexander se quedó mirándolo, sabiendo que debía mentir pero sin
saber qué decir. El tiempo pasó y la respuesta nunca llegó. El hobbit, al ver
que claramente el joven tenía algún problema metal, le preguntó sobre su relación
con Robert y éste respondió que le está enseñando a usar la espada. Jago se
sorprendió al oír tal cosa y enseguida lo relacionó con Valyghar y llamó a
Yolanda, que también andaba por ahí aguardando su entrada, para que cuente la
historia de cómo Sam se convirtió en el Asesino de Jueces Caídos en el baño de
esa mismísima taberna.
Alexander, aun dolorido por los golpes la interrumpió, y
dijo que conocía otra versión de la historia, una en la que el intrépido
compañero de Valyghar era quien en realidad había matado al Juez Renegado.
Ambos manifestaron que el León de Argos no tenía ningún compañero y prosiguieron
con la historia. Alexander escuchó con atención y, mirando a los ojos de su
recién llegado compañero, afirmó con sarcasmo que esa historia debía ser completamente
falsa pues si Valyghar hubiera ido a ese pueblo de incognito, ni ellos, ni
Edwin lo sabrían pues nunca habría hecho algo tan tonto como destransformarse a
la vista de todos, a menos que sea verdad la historia de que no fue él quien
mató a Ventisca y que no puede hacer nada sin su intrépido compañero. Robert se
limitó a decir que si Valyghar podía transformarse entonces debía ser cierto lo
que decían las historias que durante las batallas se transformaba en un feroz
león y de ahí provenía su apodo (que nada tenía que ver con su cabello como
dicen algunos difamadores).
La conversación se tornó más seria cuando Yolanda trajo el
tema del conflicto entre la Coalición Mercante y el Trono de Comercio. Allí
Robert expuso su posición que, según dijo para respaldar su autoridad en el
asunto, era la misma que la de Valyghar: Para él era injusto que se permitiera el
comercio con naves voladoras sin que haya ningún impuesto tal como proponía el
Trono porque eso terminaría en convertirse en un monopolio ya que ni la
Coalición, ni ningún comerciante particular, disponen de los recursos para
competir en igualdad de condiciones contra el inmenso poder económico de los
Lores. Yolanda contó que, si bien ella no tiene una posición tomada, conoce a
una chica que tiene que ver con el Trono de Comercio, una tal Sindel Norheim,
que según le dijo el conflicto iba por otro lado: Los lores, que habían sido
electos por el pueblo, siempre pusieron a disposición todos sus recursos para
los afiliados del Trono mientras que la Coalición, a pesar de llenarse la boca hablando
de lo democrático que era su sistema, termina formando grupos de poder
consolidados que no beneficial al trabajador común. Robert replicó destacando
nuevamente la necesidad de poner impuestos para defender la igualdad de
oportunidades porque en última instancia es contra la libertad contra lo que el
Trono atenta. Alexander que desde hacía rato estaba comiendo distraído comentó con
su implacable frialdad que le resultaba curioso que Valyghar proponga que la igualdad
es un valor a perseguir en el plano económico y no en el político. Robert apretó
los dientes y lo miró sin decir nada, claramente lo mejor era que prosiguiera comiendo
en la tranquilidad de sus aposentos.
~ ~ ~
Notas para Recordar:
- En el noveno día de viaje, los aventureros llegaron a las tranquilas tierras del Distrito.
- Los aventureros han visitado y conseguido superar la Isla de los Túmulos. Si bien no terminan de haberlo notado, en ellas lucharon contra los despojos enloquecidos de Lyran (hermano de Rennan), ¡quien sigue "vivo" en su morada!
- Los aventureros poseen una piedra de bloqueo, un objeto altamente ilegal que evita que puedan ser rastrados mágicamente.
- Valyghar ha comenzado a entrenar a Alexander en los usos de la espada.
- Ander (personaje de las primeras campañas que curase a Valyghar haciendo imposición de manos en las puertas de Aldaron, cuando conociesen a Tom Ramgast) ha comenzado algún tipo de levantamiento en las tierras del sur.
- Al parecer, existe un rumor popular de que el León de Argos se transforma en un león durante la batalla, y que de allí viene su apodo.