[D&D-A] - Un mundo aparte, pt.2

Esta entrada reproduce el registro que Daveron hizo de nuestro sesión del 08/06/2015. Valyghar y Alexander  mientras se enfrentan al refrescante desafío de solucionar los problemas cotidianos de los hobbits del Distrito. Acusaciones, emboscadas y fresas voladoras, en la calidez de una realidad dejada atrás.

Un mundo aparte - Parte 2
Registrado y escrito por Daveron


Al medio día del décimo día de viaje Alexander entró en la habitación en la que ambos estaban hospedándose desde hacía dos días en el Arado, la posada de Edwin en el Distrito. Su compañero se había refugiado allí para poder almorzar en paz, lejos de los inquisitivos hobbits y sus molestas preguntas.
−¿Has terminado de comer? –preguntó Alexander al entrar.
−Estoy terminando−respondió Valyghar con aspereza, se había librado de los medianos pero no de su compañero.
−Quizá este sea un buen momento para  proseguir con mi enteramiento.
−Antes de eso debemos resolver el  conflicto entre los Piespesados y los Cofrelleno.
−Es medio irrelevante intervenir en esas cuestiones, son sus asuntos y ellos pueden resolverlos por sí mismos.
−Puede ser… −concedió Valyghar y luego de un momento de silencio dijo−: pero como miembro del ejército es mi deber ayudar, además dudo que esta gente pueda hacerse cargo. No tomará mucho tiempo y luego podremos continuar con el entrenamiento; te lo prometo…
−Bien… –acordó Alexander sin mucho convencimiento–. Vamos a verlos.
Antes de dejar la taberna los aventureros debatieron sobre si era adecuado ir por ahí con sus armaduras puestas. Valyghar sostuvo que era innecesario, confiado en que con la piedra de bloqueo estarían a salvo, pero Alexander no estaba tan seguro, ya que siempre existía la posibilidad de que alguien, en particular cierto asesino del Fénix Negro, los viera caminando por ahí. Ante la duda se puso su armadura de cuero y ambos dejaron el Arado para dirigirse hacia el epicentro del conflicto en el norte del pueblo.
Los aventureros recorrieron el centro del Distrito, era el mediodía de un hermoso día de primavera pero ya no había mucho movimiento, todos estaban en sus casas por almorzar o en camino. Por primera vez pudieron observar el pueblo con detenimiento, el Distrito era un lugar con una estética singular dentro de la Bahía Dentada, las pequeñas casas tenían formas redondeadas y muchas de ellas estaban construidas dentro o a los pies de las colinas. Lo más llamativo del pueblo era un inmenso molino ubicado al sur, que alguna vez había sido una vieja torre de hechicería que los medianos se habían apropiado siguiendo sus necesidades. Tanto el pueblo como las tierras de cultivo que lo circundaban eran considerablemente más bajas que las de sus alrededores y quizá ésta es la razón por la que sus habitantes -y por momentos también los extranjeros- tenían la sensación de que en aquel sitio estaban protegidos, amparados de los problemas que asolaban el reino. Sería incorrecto decir que aquello parecía no ser Arcadia, era la Arcadía en la que ambos habían crecido y la que Valyghar luchaba por proteger.



Tras caminar durante un tiempo se detuvieron frente a un cartel que dividía el camino que iba cuesta arriba en la colina, éste rezaba que a la izquierda se extendían los dominios de los Piespesados y a la derecha los de los Cofrelleno (en realidad ambos apellidos habían sido alterados con malicia por su vecino pero con un poco de esfuerzo aún podían leerse). Los dos terrenos estaban peligrosamente uno al lado del otro, separados solo por una pared medianera. La morada de los Piespesados era una pequeña torre que estaba parada sobre la colina mientras que los Cofrelleno tenían una casa a los pies de la colina que era algo cuadrada y lujosa para el estilo del pueblo.
−¿A quién verás primero?  −preguntó Alexander frente a la bifurcación del camino.
−Es indistinto –dijo Valyghar tratando de recordar quien había comenzado el conflicto, algo que en realidad no sabía.
−¿Querés que cada uno vayamos a ver a una familia diferente y les digamos que depongan su actitud hostil y nos volvamos a reunir aquí cuando terminemos?
−No, vamos a ir los dos a ver a los Piespesados –dijo Valyghar con determinación−. Veremos cuál es su versión de los hechos para más luego ir a ver a los “Botaflojas” y que nos digan lo suyo.
−Seguramente será muy útil… −comentó Alexander como si supiera lo que se avecinaba.
−¿Puede ser que estés siendo irónico Alexander?
Siguieron avanzando por el camino de la izquierda pero antes de que pudieran acercarse a la propiedad unos pequeños perros salieron a defender sus territorios mientras que alguien profirió unos gritos desde el resguardo de la colina: <¿¡Quien es!? ¿¡Qué quiere!?>. El grupo se sobresaltó e instintivamente fue a empuñar sus armas pero, al recordar donde estaban, se detuvieron. Valyghar pronunció un respetuoso saludo e inmediatamente de atrás de un pajal en lo alto de la colina, salió un hobbit barbudo y canoso que no veía muy bien y tenía un solo diente. Estaba vestido con un enterito que ostentaba varias manchas y estaba gastado por el uso.
−¿Quienes son ustedes? –gritó el anciano mientras se dejaba caer por la colina.
−Buen día señor, mi nombre es Robert y mi compañero es…
No hubo respuesta.
–Edard …–se apresuró a decir Valyghar para cubrir el silencio de su amigo.
−Saludos, soy Halfred Piespesados –dijo el mediando mientras se sacudía el polvo. Les extendió la mano a cada uno−. No los había visto por el Distrito. ¿Qué los trae por aquí? ¿Están haciendo algún negocio o buscan asentarse?
−Queríamos conversar un poco con usted −comento Valyghar mientras le estrechaba la mano− ¿Usted es el señor de la familia?
−Padre, jefe de familia y furioso defensor de nuestro territorio en contra de esos condenados Cofrelleno –dijo el mediano con tanto orgulloso como lo hubiera hecho un noble de Darsila.
−Justamente de eso queríamos hablar –continuó Valyghar.
−¡Los mandan los Cofrellenos! –lo interrumpió Halfred como si de pronto todo tuviera sentido.
−Bajo ningún concepto, no he hablado jamás con esa gente –se apresuró a decir Valyghar.
–Hace muy bien en no hablar con esa gente…
–Solo quería saber el motivo de la pelea. ¿Por qué hay tanta rivalidad entre ustedes?
–Porque se lo han buscado, se han propasado una y otra vez y ha llegado el punto en que esa forma de proceder tiene sus consecuencias –replicó el hobbit mientras sacaba una pipa de su  morral–. Verán, los Cofrelleno fueron alguna vez una familia de buen vivir en el Distrito, algunos dicen que son descendientes de las cepas comerciales de los hobbits que fundaron estas tierras  pero lamentablemente han caído en la desgracia: sus vacas no son buenas, sus cosechas son una porquería, sus verduras saben a tierra y tienen la maldita costumbre de descargar toda esa incompetencia en sus buenos vecinos que han sabido acompañarnos y ayudarlos en sus momentos de necesidad.
–¿Así que los han ayudado?– preguntó Valyghar.
–Naturalmente, todos en el Distrito nos ayudamos entre nosotros a excepción de los Cofrelleno. No, ellos traen leyes arcaicas e inventan planos para decirme que pueden construir una medianera en el medio de mi condenado camino –dijo Halfred indignado–. ¡Este lugar hace veinte años era completamente distinto; pero lo peor es que ellos salen a hacer acusaciones cuando son ellos quienes agredieron primero a mi familia, mi propiedad y nuestros derechos! –Yo creo…–intentó decir Valyghar.
¡Mentiras y calumnias! –lo interrumpió Halfred con un brusco ademán y prácticamente a los gritos–. La pared sigue ahí y nosotros nos hemos visto obligados a hacer la vuelta larga a la colina. Durante generaciones hemos ido por el camino corto a recoger las fresas que usamos para hacer los dulces del invierno y les hemos convidado a esos malagradecidos. Todo se ha ido al demonio.
−¿Puedo hablar? –intervino Valyghar, sin éxito.
–Es Prisca, esa mujer se ha cagado en los viejos tratos, se ha orinado en las viejas tradiciones y nos ha obligado a pasar todo el invierno sin nuestros dulces.
–¿Me va dejar hablar a mi? –tanteo Valyghar, espero un momento y esta vez el mediano no lo interrumpió–. Yo le quería decir que, como nuevos habitantes de este pueblo, nos alarma el grado de violencia y virulencia de este enfrentamiento.
–¡Es una campaña de difamación! –dijo Halfred indignado–. Jamás un Piespesados ha pintado la vaca de nadie. ¡Nunca!
–¿Usted cree que habría alguna forma de resolver esto dialogando? Por ejemplo si ellos le dejasen hacer el camino cortó.
–Por supuesto, yo soy un hombre de bien y estoy dispuesto a dialogar. Que demuelan la condenada pared y se disculpen públicamente por lo de las vacas; cuando lo hagan nosotros dejaremos de recibirlos agresivamente.
–¿Entonces admite que se comportan de forma agresiva?
–No más agresiva de lo que los he recibido a ustedes. Pensé que habían sido enviados por ellos –se disculpó Halfred apenado.
–De todas formas si usted hubiera intentado agredirnos posiblemente hubiera resultado lastimado, hizo bien en no hacerlo –dijo Valyghar perdiendo la paciencia– ¡En el pueblo cuentan que cuando Wilband los reunió fue una carnicería! Ese nivel de violencia es inadmisible.
 –¿No murió uno? –preguntó Alexander con sarcasmo y el mediano se horrorizó al escuchar semejante cosa.
–No por favor, nosotros seriamos incapaces, fue una carnicería porque se servía estofado y cuando volaron los platos quedó lleno de carne por todos lados. Aunque ellos fueron los que la arrojaron primero –se apresuró a aclarar Halfred como si eso lo justificara todo.
–Así que eso es una carnicería…–comentó Valyghar tomando conciencia de que la magnitud del conflicto no era la que él esperaba.
–¡Naturalmente Valyghar! –dijo Alexander arto de aquella situación. El León de Argos se horrorizó al oír su verdadero nombre.
–¿Valyghar? –preguntó el mediano sin comprender–  ¿Por qué lleva una armadura joven?
–Ehh…llevo una armadura porque el señor Robert Volyghor me está enseñando a usar la espada… –se apresuró a decir Alexander para salir del paso.
–Su nombre es parecido a un héroe militar de Argos, gente igual de violenta que los Cofrellenos ¿Se lo han dicho alguna vez?
–Eh no, no me suena…– comentó Valyghar con severidad–. Pero me parece peligrosa esa forma de hablar sobre el ejército que mantiene la paz en estas tierras.
–¡No me gusta su tono! Quiero que se vayan de mi camino –dijo Halfred completamente  enojado–. Ustedes son los viajeros muy sospechosos, estoy volviendo a pensar que los enviaron los Cofrelleno. ¡Todas son calumnias! ¡Nosotros no pintamos las vacas! ¡Buen día!
Valyghar se dio cuenta que no mentía, ellos no habían pintado las vacas y le comentó a Alexander que era momento de ir a ver a la otra familia y hacia allí fueron.
–Quizá sea momento de continuar con mi entrenamiento –replicó Alexander mientras caminaban– Crecí entre esta gente, entre estos conflictos y no van a escalar más que esa carnicería…
Cuando terminó de decir esa palabra una mora voladora impactó directamente en su cara. Unos niños hobbits salen corriendo, Valyghar rió y Alexander sacó su arco…
Al llegar a la residencia de los Cofrelleno una señora algo mayor, que sin duda era Prisca, los recibió en la puerta. Era medio regordeta  y vestía un delantal que estaba gastado por el uso.


–¡Oh disculpen! –dijo Prisca apenada al ver el estado en que sus hijos habían dejado a Alexander–, los pequeños son unos demonios y con todo este problema con los condenados Cofrelleno…
–Justamente de eso venimos a hablar…–interrumpió Valyghar con tono cordial.
–Así que ellos los envían –comento Prisca haciendo un ademán de desprecio y desconfianza.
− Casualmente nos cruzamos con uno de ellos −comentó Alexander, decidido a intervenir−. Ellos nos dijeron que usted había construido un muro y que ellos no habían pintado sus vacas.
−Si tiene una mejor explicación de porqué mis vacas aparecen pintadas al amanecer yo estoy dispuesta a escucharla.
−¿Tiene alguna prueba de que fueron ellos? –replicó Valyghar, algo distraído−. Yo puedo cortarle un dedo a mi compañero y eso no significa que fui yo –Se detuvo−. Bueno, no es un buen ejemplo.
−Mire señor, con el debido respeto, yo sé que no les gusta a los Piespesados y que mi padre hacía las cosas de forma distinta pero la pared está dentro de mi propiedad y estamos hartos que su ganado arruine nuestros cultivos. Ellos pueden hacer el camino largo.
−Podrían poner una tranquera para permitirles el paso −sugirió Alexander pero luego se lamentó en voz alta− ¿Por qué me estoy metiendo en ésto?
−De hecho eso no se nos había ocurrido y hubiera sido una excelente forma de solucionar este problema si ellos no hubieran pintado nuestras vacas. Yo no tengo ningún problema en poner una puerta si Halfred admite lo que hizo, se disculpa públicamente y les corta el pelo.
−¿Usted está seguro que fue él? Porque esa misma noche Edwin vio a Halfred en el Arado −mintió Valyghar−. Su acusación no solo es falsa sino también apresurada…
−Halfred va tener que conseguirse mejores defensores −dijo Prisca acercándole la cara con la seguridad de quien no ha estado en un conflicto real en toda su vida−. Con el debido respeto, fuera de mi propiedad.
El León de Argos intentó sugerir algo más pero la mediana cerró la puerta de un portazo.
−¿Por qué no dejamos que ellos arreglen sus conflictos y nosotros arreglamos los nuestros que por otra parte competen al futuro de la Bahía Dentada?
 −Puede ser Alexander −concedió Valyghar que ya estaba harto de tratar con los medianos−. Pero no podemos dejar este insignificante conflicto sin resolver... ¡Qué testaruda es esta gente!
Tras decir eso Valyghar volvió a golpear la puerta pero esta vez no hubo respuesta. Los aventureros prosiguieron su camino debatiendo formas de solucionar el conflicto y llegaron a la conclusión de que ante todo debían averiguar quién había pintado las dichosas vacas. En camino hacia el hogar de Halfred vieron que Linda, la mesera que los había despertado la noche anterior, entraba en la casa del anciano y como no tenían idea de por dónde empezar a investigar, se acercaron.
Ambos estaban por almorzar cuando el dueño de casa los vio a los extraños acechándolos desde una ventana, inmediatamente Halfred fue a la puerta a exigirles que le explicaran qué hacían allí nuevamente y por qué lo estaban observando mientras comía.
−Queremos solucionar un conflicto que preocupa a todo el pueblo, Linda es testigo de ello –explicó Valyghar con diplomacia−. Por eso nos gustaría hablar con ambos; no estamos de su lado, ni el de ellos.
Halfred pensó un momento, cerró la puerta y luego de un momento regresó para invitarlos a sentarse en su mesa. Linda no solo había confirmado la versión de los aventureros sino también le insistió a su padre para que ceda en el conflicto. Valyghar le contó que sabía que él no había pintado las vacas y le preguntó quién pudo haberlo hecho. Alexander y Linda por su parte le atribuyeron la responsabilidad a los malcriados hijos de Prisca. Por su parte Halfred, tras meditarlo un momento, terminó aceptando la propuesta de la puerta en la medianera pero con la condición de que su vecina se disculpase por todo lo que dijo. Valyghar, consciente de que eso no iba a pasar, le sugirió que se haga cargo para evitar más problemas pero él anciano se negó rotundamente. Linda volvió a sugerir que quizá era una travesura de los niños pero el León de Argos se negó a intimidar a un niño (como si esta fuera la única forma de obtener información de alguien). Por su Alexander lo tranquilizó diciéndole que él se haría cargo. Finalmente y gracias a las suplicas de Linda y Robert, Halfred accedió a ayudar a Prisca a cortar el pelo de sus vacas pero siempre bajo la condición de que ella se disculpe antes. Alexander conforme con el resultado le dijo a su compañero que estaba todo resuelto, sólo era cuestión de amenazar a unos chicos… 

Ya había atardecido en el Distrito cuando los aventureros se prepararon para emboscar a su objetivo. El grupo se separó y mientras Valyghar oficiaba de carnada, Alexander se escondió en la espesura y espero. El plan funcionó y en determinado momento un proyectil de moras impactó en el rostro de Valyghar seguido por unas risas lejanas. Los aventureros intentaron calcular la ubicación del enemigo a partir la trayectoria del proyectil y de los murmullos, pero no lo lograron, había demasiados sitios para esconderse entre las colinas y sus contendientes eran particularmente hábiles en aquello. Poco después un segundo proyectil impactó en el imperturbable rostro del León de Argos y Alexander logró detectar la posición enemiga y emboscarlos antes de que pudieran disparar por tercera vez. El arquero recordó los malos momentos vividos durante el día mientras sus enemigos recargaban la horqueta. No los detuvo. Un tercer proyectil impactó sobre el capitán y una peligrosa vena comenzó a hincharse en su cien. Aquella vez no hubo risas, los atacantes, un niño y una niña de no más de diez años, se habían percatado de que Alexander los había acorralado. Ella, que era un poco mayor, tomó del brazo a su hermano y emprendió la huida, pero Alexander, rápido como un rayo, inició una presa contra el pequeño pero no fue suficientemente rápido y la niña logra escabullirse y salir corriendo. A pesar de que los ojos de Valyghar estaban comprometidos por el acido de las frutas, logró vislumbrar con terror como la niña rápidamente se acercaba hacia su casa donde tendría la protección de su temible madre. Consciente de que su plan estaba a punto de fracasar el León de Argos corrió como si su vida dependiera de ello y un momento antes de que la pequeña pudiera abrir la puerta, un hombre de unos ochenta kilos se precipitó sobre ella derribándola. Los objetivos habían sido capturados, ahora solo restaba hacer que confiesen.
Tras algunos forcejeos el grupo había logrado reunir a los niños en un paramo cercano, la niña se llamaba Melba y el niño Fesco, eran bastante parecidos, ambos tenían el cabello castaño, él estaba peinado hacia atrás y ella tenía dos colitas. Fesco estaba muy asustado, a punto de llorar mientras que Melba miraba a sus raptores con odio. 
−Nadie tiene porque morir esta tarde –pronunció Alexander, implacable, su frase de cabecera para romper el hielo. Naturalmente el niño estalló en llantos y la niña comenzó a forcejear para liberase–. Nos hemos enterado que ustedes han pintado las vacas.
−¿Quién te dijo eso grandulón? –preguntó Melba.
−Tu madre –mintió Alexander.
−Nosotros no pintamos ninguna vaca aunque te pintamos a ti bastante bien –dijo la niña refiriéndose a Valyghar y ambos se distendieron y empezaron a reír.
−Bien, si no fueron ustedes –concedió Alexander− ¿Quién lo hizo?
−¿Y si supiéramos y no les queremos decir? −preguntó Fresco envalentonado tratando de imitar a su hermana− ¿Qué van a hacer?
−Pagarles para que nos digan –respondió Alexander para asombra de todos.
−¿Cuánto? –preguntó Melba entusiasmada.
−Una pieza de oro −intervino Valyghar en la negociación.
−Tres para cada uno −replicó la niña.
−Tres y se la reparten entre los dos…
−Cuatro…−dijo Melba y estiro las manos fingiendo el mismo desinterés que hubiera mostrado un experto mercader de los bajos fondos de Porturaria.
La pequeña Melba y el León de Argos siguieron negociando un buen rato hasta que finalmente ella dio el brazo a torcer. Una vez que se aseguraron de tener las monedas en el bolsillo, los niños develaron el misterio: el perpetrador no era otro que el supersticioso Gruffo Tallabuena aunque las razones por las cuales había vejado a las vacas les eran desconocidas.
−¿Por qué no se lo dijeron a su madre cuando ella acusó a los Piespesados? –preguntó Valyghar.
−Porque Gruffo nos pagó para que no dijéramos nada –dijo Marga mostrando una amplia sonrisa sin algunos de sus dientes de leche−. La primera vez nos dio una pieza de plata, la segunda dos, la tercera tres…
−No te creo. Es probable que él vaya preso y que tú también por seguir mintiendo –comentó el León de Argos con su temple de acero pero con el mismo éxito que la vez pasada, por alguna razón su poder de intimidación no lo acompañaba bajo la forma de Robert–. Es muy triste que vayas a la cárcel siendo tan pequeña…
−Lo que digas –contesto Melba, algo aburrida− ¿Ya terminamos aquí señor?
−¿Qué te parece si te doy dos monedas de oro para que le digas la verdad a tu madre? Es muy triste estar pagándote para que digas la verdad.
−¡Para mí es algo muy divertido, con todo este problema he hecho un montón de monedas!
−Dos monedas y dices la verdad –repitió Valyghar sin poder creer que estaba siendo chantajeado por niña que tenía un tercio de su edad. Los niños se susurraron al odio, deliberaron un momento y finalmente llegaron a un acuerdo.
−Es una mala inversión –expresó Melba con agudeza−. Si le digo a mamá no puedo volver a decirle a Gruffo que si no me da una moneda más que la semana anterior, le contaré toda la verdad.
−Gruffo va estar muerto para la semana que viene y va ser tu culpa −comentó Valyghar con absoluta seriedad y el mismo efecto de la vez pasada.
−¡Bueno! −concluyó el demonio y corrió al ver a su madre que estaba hablando con Alexander.


Ya había atardecido en el Distrito cuando los aventureros se prepararon para emboscar a su objetivo. El grupo se separó y mientras Valyghar oficiaba de carnada, Alexander se escondió en la espesura y espero. El plan funcionó y en determinado momento un proyectil de moras impactó en el rostro de Valyghar seguido por unas risas lejanas. Los aventureros intentaron calcular la ubicación del enemigo a partir la trayectoria del proyectil y de los murmullos, pero no lo lograron, había demasiados sitios para esconderse entre las colinas y sus contendientes eran particularmente hábiles en aquello. Poco después un segundo proyectil impactó en el imperturbable rostro del León de Argos y Alexander logró detectar la posición enemiga y emboscarlos antes de que pudieran disparar por tercera vez. El arquero recordó los malos momentos vividos durante el día mientras sus enemigos recargaban la horqueta. No los detuvo. Un tercer proyectil impactó sobre el capitán y una peligrosa vena comenzó a hincharse en su cien. Aquella vez no hubo risas, los atacantes, un niño y una niña de no más de diez años, se habían percatado de que Alexander los había acorralado. Ella, que era un poco mayor, tomó del brazo a su hermano y emprendió la huida, pero Alexander, rápido como un rayo, inició una presa contra el pequeño pero no fue suficientemente rápido y la niña logra escabullirse y salir corriendo. A pesar de que los ojos de Valyghar estaban comprometidos por el acido de las frutas, logró vislumbrar con terror como la niña rápidamente se acercaba hacia su casa donde tendría la protección de su temible madre. Consciente de que su plan estaba a punto de fracasar el León de Argos corrió como si su vida dependiera de ello y un momento antes de que la pequeña pudiera abrir la puerta, un hombre de unos ochenta kilos se precipitó sobre ella derribándola. Los objetivos habían sido capturados, ahora solo restaba hacer que confiesen.
Tras algunos forcejeos el grupo había logrado reunir a los niños en un paramo cercano, la niña se llamaba Melba y el niño Fesco, eran bastante parecidos, ambos tenían el cabello castaño, él estaba peinado hacia atrás y ella tenía dos colitas. Fesco estaba muy asustado, a punto de llorar mientras que Melba miraba a sus raptores con odio.
−Nadie tiene porque morir esta tarde –pronunció Alexander, implacable, su frase de cabecera para romper el hielo. Naturalmente el niño estalló en llantos y la niña comenzó a forcejear para liberase–. Nos hemos enterado que ustedes han pintado las vacas.
−¿Quién te dijo eso grandulón? –preguntó Melba.
−Tu madre –mintió Alexander.
−Nosotros no pintamos ninguna vaca aunque te pintamos a ti bastante bien –dijo la niña refiriéndose a Valyghar y ambos se distendieron y empezaron a reír.
−Bien, si no fueron ustedes –concedió Alexander− ¿Quién lo hizo?
−¿Y si supiéramos y no les queremos decir? −preguntó Fresco envalentonado tratando de imitar a su hermana− ¿Qué van a hacer?
−Pagarles para que nos digan –respondió Alexander para asombra de todos.
−¿Cuánto? –preguntó Melba entusiasmada.
−Una pieza de oro −intervino Valyghar en la negociación.
−Tres para cada uno −replicó la niña.
−Tres y se la reparten entre los dos…
−Cuatro…−dijo Melba y estiro las manos fingiendo el mismo desinterés que hubiera mostrado un experto mercader de los bajos fondos de Porturaria.
La pequeña Melba y el León de Argos siguieron negociando un buen rato hasta que finalmente ella dio el brazo a torcer. Una vez que se aseguraron de tener las monedas en el bolsillo, los niños develaron el misterio: el perpetrador no era otro que el supersticioso Gruffo Tallabuena aunque las razones por las cuales había vejado a las vacas les eran desconocidas.
−¿Por qué no se lo dijeron a su madre cuando ella acusó a los Piespesados? –preguntó Valyghar.
−Porque Gruffo nos pagó para que no dijéramos nada –dijo Marga mostrando una amplia sonrisa sin algunos de sus dientes de leche−. La primera vez nos dio una pieza de plata, la segunda dos, la tercera tres…
−No te creo. Es probable que él vaya preso y que tú también por seguir mintiendo –comentó el León de Argos con su temple de acero pero con el mismo éxito que la vez pasada, por alguna razón su poder de intimidación no lo acompañaba bajo la forma de Robert–. Es muy triste que vayas a la cárcel siendo tan pequeña…
−Lo que digas –contesto Melba, algo aburrida− ¿Ya terminamos aquí señor?
−¿Qué te parece si te doy dos monedas de oro para que le digas la verdad a tu madre? Es muy triste estar pagándote para que digas la verdad.
−¡Para mí es algo muy divertido, con todo este problema he hecho un montón de monedas!
−Dos monedas y dices la verdad –repitió Valyghar sin poder creer que estaba siendo chantajeado por niña que tenía un tercio de su edad. Los niños se susurraron al odio, deliberaron un momento y finalmente llegaron a un acuerdo.
−Es una mala inversión –expresó Melba con agudeza−. Si le digo a mamá no puedo volver a decirle a Gruffo que si no me da una moneda más que la semana anterior, le contaré toda la verdad.
−Gruffo va estar muerto para la semana que viene y va ser tu culpa −comentó Valyghar con absoluta seriedad y el mismo efecto de la vez pasada.
−¡Bueno! −concluyó el demonio y corrió al ver a su madre que estaba hablando con Alexander.
−Otra vez ustedes…−dijo Prisca cuando reconoció al extranjero en su puerta.
−Sí  −afirmó el arquero−. Sus hijos nos siguen agrediendo…
−Bueno, quizá ustedes no deberían estar en mi propiedad…
−No solamente nos tiraron cosas sino que además nos exigen dinero…−comentó Alexander mientras los chicos pasaron corriendo a su lado y entraron en la casa para esconder el botín.
−Bueno, menos mal que estaban con adultos responsables que seguramente no le dieron nada…
−Por supuesto −gritó Valyghar mientras se acercaba a la casa−. ¡Sus hijos me robaron tres monedas oro! ¡Búsquelas entre sus pertenencias!
−¡Como se atreve a hacer esas acusaciones sobre mis hijos! –exclamó Prisca, indignada–. Es extremadamente descortés de su parte volver a mi granja, tocar mi puerta y acusar a mis hijos de ladrones!
−Mire señora, se lo voy a decir de una vez y espero que le quede bien claro –dijo Valyghar levantando progresivamente el tono− Halfred no pintó sus dichosas vacas, fue Gruffo y sí usted no lo quiere creer voy a traerlo a la puerta de su casa vivo o muerto. ¡Este conflicto ya me tiene cansado!
Valyghar se dió media vuelta a la vez que Prisca dio un portazo en la cara Alexander que se disponía contar la propuesta de Halfred…
−Valyghar…−comentó Alexander lleno de ira frente a la puerta cerrada− ¡Vamos a hacer que ese tipo confiese y a terminar con esto de una vez por todas!
Las nacientes dos lunas brillaban en el firmamento del Distrito aún bañadas por el resplandor del sol rojo del crepúsculo mientras nuestros héroes caminaban por el centro del pueblo camino a enfrentar su destino. Al verlos los hobbits se apartaban sin comprender qué podían estar haciendo esos psicópatas marchando en silencio en el medio de la calle con sus rostros pintados con fruta seca. Pero aquello no los detuvo, claro que no, sus ojos llenos de justicia estaban puestos en el horizonte y portaban una determinación pocas veces antes vista. La mentira de Gruffo terminaría esa noche y la paz volvería a reinar en aquellas tierras. Eso o ellos los matarían a todos...
La puerta del Arado se abrió con una estruendosa patada que dejó a todos los medianos asustados y en silencio. Los aventureros entraron y sin decir nada observaron a la clientela buscando a su enemigo. −¿Dónde tienen a Gruffo?− gritó Alexander con los ojos desorbitados. El mediano levantó tímidamente la mano y comentó que aquello debía ser un malentendido. Valyghar lo tomó de camisa y lo levantó sobre sus pies. El dueño de la posada al ver semejante escándalo trató de pedir explicaciones, pero el León de Argos lo detuvo exigiéndole que le permita estar a solas en sus aposentos para interrogar al mediano. Gruffo tragó saliva, pero para su suerte el tabernero se puso firme y les exigió a los aventureros que si tenían que decir algo que lo hagan enfrente de todos.
−Muy bien. Escúchenme señores −dijo Valyghar solemnemente−, todos estamos al corriente de las agresiones que tienen lugar entre los Piespesados y los Cofrelleno. Eso se termina esta noche, porque aquí tengo al responsable. ¿Saben quién comenzó la guerra? ¿Quién pintó las vacas de Prisca? ¡Fue Gruffo! ¡Y Edwin, tú fuiste el que impidió que yo resolviera esto sin que todo el mundo se entere de que él es el culpable!
−Bueno, bueno –dijo Edwin con todo conciliador−quizá deberíamos calmarnos todos y continuar esta charla en mi oficina…
−¡Ninguna oficina! Ahora hablamos enfrente de la gente, lo que tenga que decir Gruffo lo va decir aquí mismo.
−Creo que nos estamos excediendo… −comentó Alexander por lo bajo al ver las expresiones de terror del resto de los comensales.
−Agradezco que te estés involucrando pero el tono es un poco elevado y estás levantado a Gruffo en el  aire –comentó el tabernero con pesar−. Me rompe el corazón hacerlo pero voy a tener que pedirles que se vayan de la taberna.
−Se ve que olvidas rápido a las personas que te ayudan.
−Estas a punto de matar a alguien, Robert. Guffo, ¿por qué no le dices que no fuiste tú y se soluciona todo este asunto? –preguntó Edwin pero al ver que vacilaba, cerró los ojos−: Porque no fuiste tú, ¿no?
−Tal vez tuve algo que ver –balbuceó Guffo abochornado−. Fui yo, voy a hacerme cargo. Lo hice para impresionar a Linda, su padre estaba peleando con los otros y cuando se lo iba a decir Wilband los juntó y se empezaron a tirar carne entre ellos.
−Una carnicería, una carnicería…−repitió para sí mismo el León de Argos.

La historia terminó bien, Gruffo se comprometió a confesar frente a Prisca y a ayudar a los aventureros a cortar el pelo del ganado. Esa misma noche todos se reunieron en la casa de los Cofrelleno donde Prisca y Halfred se disculparon mutuamente y acordaron derribar el muro que los separaba o al menos construir una puerta allí. Valyghar mismo hizo un impresionante marco tan recto como sus principios para la retorcida tranquera que el mismo Alexander construyó. Hubo una gran cena y a la medianoche cada uno emprendió el retorno a su hogar.
−No hay nada que la violencia no solucione, esta es la moraleja de todo esto –ironizó Valyghar mientras caminaban bajo la luz de las estrellas−. Creo que con todo esto que está sucediendo con el Orden, estoy un poco alterado, no puedo resolver los problemas como lo hacía antes…
−¿Por qué quisiste involucrarte en todo esto? –preguntó Alexander mirando el firmamento−. Claramente no tenía nada que ver con nosotros y con lo que hacemos.
−No lo sé, Alexander−confesó Valyghar mientras un perro aullaba a la distancia−. Puede que no quiera ver algo más grande que se avecina.
−Supongo que lo difícil debería ser dejar este lugar y volver a enfrentar el mundo, pero no es así, es claro que nosotros no pertenecemos aquí, ya no más…
−Solo quiero descansar –comentó Valyghar claramente fatigado.
−Aún queda un misterio por resolver –dijo Alexander−. Quizá sea cierto que sus conflictos correspondan a otra escala a la que nosotros estamos acostumbrados pero muchas veces la gente común dice cosas que, a pesar de parecer simples, hablan sobre verdades insondables.
El grupo se dirigió al bosque al norte del pueblo para investigar el misterio del fantasma. Pasaron bajo el molino gigante y Valyghar, sabiendo que a su amigo le gustaría, contó su historia. La torre se remontaba a tiempos inmemoriales en los que Arcadia no existía y en su lugar había múltiples reinos sumidos en constante caos. Se cree que en esos tiempos era una torre de hechicería en la que los magos aprendían y compartían sus artes pero con la fundación del reino hace cuatro siglos todo aquello desapareció y los medianos se apropiaron de la torre y la convirtieron en un gigantesco molino. Los habitantes del Distrito fantaseaban que aún había magia allí, no era raro que justo el fantasma apareciera en aquella zona, comentó Valyghar.  Alexander se sintió intrigado y quiso entrar pero su compañero lo detuvo, los secretos que pudiera poseer la torre les pertenecían ahora a los medianos.
Los viajeros continuaron su camino por el bosque guiados por las luciérnagas y en determinado momento Alexander escuchó un susurro proveniente del corazón del bosque, eran las voces de las que Gruffo había hablado, era el fantasma. El arquero corrió en la espesura con la esperanza de encontrar la respuesta a una pregunta que lo había acompañado desde hacía mucho y que había recordado en el sueño de Fondaria. De pronto el sonido mermó y Alexander se detuvo a escuchar, cerró los ojos y se concentró, pero lo que escuchó no fue el susurro de un espíritu, era la respiración de alguien, alguien que agonizaba. Rápidamente siguió su rastro hasta un profundo y oscuro pozo, conjuró a la luz y encontró en su interior el cuerpo de un joven deshidratado y con una pierna destrozada. Era Thomas, el posadero hijo de Baldwin que había desapareció tras el ataque a Fondaria. Inmediatamente Alexander llamó a  su compañero para que lo estabilizara y corrió en busca de un médico. El León de Argos entró al pozo y lo trató con lo poco que tenía a su disposición. Cuando el arquero regresó junto con el médico y algunos pueblerinos curiosos, Valyghar ya estaba en el camino cargando al joven con una pierna y un brazo entablillados. El mediano les aseguró que se salvaría y que conservaría su pierna, él mismo lo llevaría a su casa y se ocuparía de su recuperación.
Camino al Arado, Alexander le recordó a su compañero que debían disculparse con Edwin y que tenía una promesa que cumplir, había pasado un día y él todavía no sabía ni siquiera como empuñar la espada. Valyghar aprovechó la oportunidad para usar la libélula mágica y enviarle un mensaje a Baldwin informándole lo que había pasado con su hijo, era una jugada riesgosa y él lo sabía pero aquello era sin duda más importante.
La reunión con Edwin fue grata. Los aventureros se disculparon por el exabrupto y el posadero destapó una botella de una añejo wisky en señal de amistad. El mediano pertenecía a la red de informantes y había tratado con aventureros durante toda su vida, por eso trató de explicarles lo fuera de lugar que habían estado sus acciones. Él puso en palabras algo que ellos ya sabían: la gente del Distrito era sumamente afortunada, no sabían que en una isla a menos de un día de viaje habitaban criaturas horribles que no pueden descansar en paz, posiblemente producto de inhumanos experimentos que los rebeldes habían llevado a cabo allí con sus pares; tampoco sabían que los muertos vivientes aún caminan entre los vivos en el norte, que las guerras contra las tribus gnolls proseguían en el oeste y que en el sur un hombre buscaba agitar el espíritu de la rebelión amenazando con traer nuevamente la guerra y la desolación. Justamente porque no conocían todas estas cosas es que la gente del Distrito cree que levantar el tono es una gran ofensa y que es un terrible problema tener que hacer el camino largo porque su vecino levantó una medianera. Tanto Alexander como Valyghar se disculparon sinceramente, en el fondo comprendían muy bien a los hobbits porque ellos llevaban la vida que los aventureros habían rechazado hacía muchos años y a la que ya no podrían regresar. Quizá ya era tiempo de que siguieran su camino. Antes de ir a descansar, Alexander le pidió un último favor a Edwin, había alguien a quien necesitaban encontrar.

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Notas a Recordar
  • Existe un pueblo en Arcadia, llamado "el Distrito", cuyos habitantes hobbits viven con la alegre ingenuidad de quien desconoce lo terrible. 
  • Los aventureros encontraron y rescataron a Thomas, hijo de Baldwin (posadero de Fondaria), de lo que parece haber sido un desafortunado tropiezo. 
  • Alexander le ha solicitado a la Cofradía de Informantes la ubicación de "alguien". 
  • Al finalizar el décimo día de viaje, los aventureros se preparan para partir del Distrito.