[D&D-A] - De regreso al camino

Esta entrada reproduce el registro escrito por Daveron de una sesión que tuvo lugar durante julio del 2015. Los aventureros finalmente dejan la tranquilidad del Distrito para digirse a Dellmid, Alexander enseña su filosofía del arco a Valyhgar, y viejos enemigos emboscan a nuestros héroes en antes de una esperada revancha!




De Regreso al Camino
Registrado y escrito por Daveron

Habían pasado cinco largos días desde que los aventureros llegaron al Distrito y casi una quincena desde que dejaron Argos. Como todas las madrugadas poco antes del amanecer del sexto día, Alexander esperó a su compañero bajo la sombra del gran molino; allí, lejos de ojos curiosos, Valyghar había estado instruyendo a su amigo en el fino arte de la espada desde que la guerra entre los Cofrelleno y los Piespesados había terminado. Tal como era usual en aquellos días, con los primeros rayos del sol llegó el León de Argos pero esta vez su determinación habitual no lo acompañaba, estaba pensativo, era consciente de que ese iba ser el último día en el pueblo y que la mañana siguiente debían proseguir su camino. Sus heridas habían sanado y la familia de Denkel aguardaba en Dellmid.

−¿Para qué es eso? –preguntó Valyghar al ver su compañero tenía un arco en sus manos y no la acostumbrada espada de entrenamiento.
−Cuando veníamos en camino al Distrito me preguntaste que era lo que había aprendido con Rhadika −contestó Alexander emocionado−. Y antes me dijiste que te gustaban las adivinanzas…
−Yo nunca dije que me gustaban las adivinanzas, solo dije que era muy bueno en ellas.
−Bueno, a mí me gustan las metáforas porque no tienen una sola respuesta. Las primeras palabras de Rhadika no fueron una adivinanza, fueron una metáfora sobre la vida y la tarea del aquero.
−No es muy complicado −replicó Valyghar−: se carga, se tensa, y se dispara a lo que quieras que se muera.
−Eso pensaba yo, pero Rhadika me enseño que el arco es mucho más que un arma…

Alexander contó que en la arquería hay tres elementos fundamentales: el arco, la flecha y el blanco. El arco representa la vida y la fuerza del arquero, su razón de ser es la tensión entre los elementos disimiles que lo constituyen y es aquello que le brinda unidad. Este balance es fundamental en todo lo que existe, por eso es que si el arco esta siempre armado al momento de disparar pierde su fuerza pero, a su vez, si esta en perpetuo reposo pierde su razón de ser. El arco es una prolongación de la mano y la voluntad del arquero, sirve tanto para meditar como para matar. Por eso es que el arquero siempre debe tener claras sus intenciones. La flecha por su parte es la intención, es lo que une la fuerza del arco con el centro del blanco. Por eso es que la intención siempre debe ser equilibrada. Una vez que la flecha parte ya no volverá. Por eso solo debe arrojarse cuando se esté seguro de que los movimientos que llevaron a ello fueron precisos y no disparar solo porque el arco esta tenso y el blanco espera. Aunque, por otra parte, el miedo al fracaso nunca debe evitar la manifestación de la intención, puesto que el error acerca más al éxito que la inacción. Luego está el blanco, que no sólo es el objetivo sino también es el camino y en tanto el arquero es quien lo elige, él debe cargar con las consecuencias. Por ello ver al blanco como un enemigo puede llevarlo a acertar pero no a superarlo realmente. Por otra parte no sólo hay que concentrarse en el objetivo sino también en lo que sucede alrededor, porque habrá factores que no pueden ser previstos. Sobre este punto, Alexander le recordó a Valyghar que cuando habían comenzado a entrenar estas habían sido sus primeras palabras. Por último hizo énfasis en algo que para él es fundamental y fue la razón por la cual vivió con Rhadika en los bosques del sur durante dos años. El blanco, el objetivo solo existe en la medida en que un hombre sea capaz de soñar con alcanzarlo, su existencia la justifica ese deseo, sin el cual sería una fantasía. De igual forma que la intención busca su objetivo, el objetivo busca la intención del hombre.

−Creo que resume bastante bien el camino que he tratado de seguir y la razón por la cual seguí las enseñanzas de Rhadika –concluyó Alexander−. Quizá a ti te sirva, a mi sirvió en su momento.
−Nunca te había visto tan reflexivo –dijo Valyghar y tomó las espadas para comenzar con el entrenamiento−. No sé si he entendido todo pero te agradezco que lo hayas compartido.
−También he comprendido algo de tu entrenamiento, algo que en principio no comprendía. A pesar de que no eres muy ágil, ni diestro, sueles atacar antes que tus enemigos puedan reaccionar. Eso es lo que me has estado enseñando todo este tiempo y  la razón por la que entrenamos tanto tiempo sin espada es porque has tratado de mostrarme que puedo hacer eso no sólo con la espada sino también con esto –dijo Alexander empuñando el arco.
−Me gusta que hayas comprendido, pero ¿cómo es eso que no soy diestro?
–No quise decir eso, tus habilidades con la espada son sorprendentes, no he podido tocarte.
–Ni podrás hacerlo –Valyghar sonrió y se preparó para continuar con el entrenamiento.
–Te agradezco que me hayas enseñado –dijo Alexander empuñando su espada.

Al anochecer tras otro largo día de entrenamiento y medianos, los aventureros regresaron a la taberna y cenaron junto con Edwin como era habitual.

–¿Cómo les fue hoy? –preguntó Edwin dándoles la bienvenida.
–Valyghar fue particularmente cruel porque le dije que no era muy diestro. En realidad dije diestro en el sentido de ágil y se enojo.
–Supongo que te lo habrás buscado como el día anterior y el que vino antes…–comentó Edwin entre risas– ¿Van a comer algo?
–Por favor –respondió el capitán inclinando la cabeza en señal de cortesía.
–No sé si se enteraron pero llegó Madwick y se llevará a su hijo a Argos pronto.
–Me sorprendió que no quisieras verlo –le dijo Alexander a su compañero.
–No me pareció prudente –dijo él sin darle mayor importancia.
–Después de todo se supone que Valyghar no está aquí, está lejos o muerto dependiendo de quién cuente la historia –afirmó el posadero mientras servía algo para comer–. En otras noticias, la carta que enviaron llegó a su destino y aparentemente el destinatario estaría viniendo a la Bahía.
­–¿El mismo Ramgast vendrá? –preguntó Alexander entre sorprendido y emocionado.
–¿A qué parte? – peguntó Valyghar preocupado–. Con la piedra de bloqueo no podrá encontrarnos…
–No sé, es sólo un rumor –aclaró Edwin–. El problema es que Arcadia está dividida en prefecturas gobernadas por distintos Jueces y no se supone que otro Juez entre en sus dominios. Actualmente la Bahía Dentada tiene a Montag en servicio, así que si viene lo más seguro es que lo haga de incognito o que mande a otra persona. Por otra parte tampoco creo que sea una buena idea que alguien abandone un puesto en el sur en los tiempos que corren.
–¿Se sabe algo sobre eso? –preguntó Valyghar.
–Han pasado pocos días, las noticias no son muy claras. Al parecer es un gran movimiento mendicante, una gran cantidad de gente está siguiendo a este tal Ander que va por los pueblos consiguiendo nuevos adeptos.
–Pero no han utilizado la violencia hasta ahora –afirmó Valyghar sin mucha convicción.
–Eso no es del todo claro, tengo entendido que algunas divisiones del Ejército Regular fueron enviados a dialogar con él y si bien los arcadianos no nos caracterizamos por nuestra gran conciencia sobre la historia reciente, si ésta sirve de indicativo para algo, ésto no terminará de forma pacífica –comentó el posadero apesadumbrado– ¿Lo conocen?
–Sí –confesó Valyghar.
–¿Has podido averiguar algo sobre el otro asunto? –preguntó Alexander, cambiando de tema.
–De hecho sí, parece que se ha visto alguien con esa descripción en Dellmin.
–Supongo que tiene sentido, si alguien busca matarnos es normal que nos espere al final de camino –afirmo Alexander con frialdad.
–Si tienen algún problema con este tipo quizá deberían evitar pasar por ahí –comentó Edwin.
–Tenemos asuntos que resolver ahí –replicó Alexander.
–Si es cierto, pero es verdad que es peligroso –objetó Valyghar, preocupado.
–Juntos podremos vencerlo; hay una última cosa que no te he mostrado.
–¿Más sorpresas, Alexander?
–Te lo contaré en el camino.
–¿Cuándo piensan partir? –preguntó Edwin.
–Mañana al amanecer –respondió Alexander.

Los aventureros le agradecieron a Edwin por todo lo que había hecho por ellos y prometieron regresar algún día. Al salir de la oficina se encontraron que muchos de los hobbits que habían conocido en esos días estaban cenando en la taberna. En una mesa junto a la ventana estaban discutiendo acaloradamente Jago, Fosco, Yolanda y Gruffo, aunque este último estaba más interesado en intercambiar ocasionales miradas con Linda mientras ella se paseaba de un lado hacia otro llevando platos y fuentes. Todo era tal como el primer día a excepción de un gran detalle: tanto Halfred Piespesados como Prisca Cofrelleno (y sus endemoniados hijos) estaban cenando en paz bajo el mismo techo y a solo dos mesas de distancia. Puede que sea un detalle menor pero aquello reconfortó a los aventureros que pasaron entre las mesas saludando a unos y a otros, procurando no detenerse a hablar demasiado con ninguno.
Al amanecer del decimo quinto día los aventureros dejaron el Distrito y siguieron el camino hacia Dellmid. Ambos procuraron ir cubiertos para evitar ser vistos, Alexander viajó con la capucha puesta y Valyghar oculto bajo el poder de su anillo camaleónico. El inmenso molino quedó atrás junto con las pequeñas casas cuando el sol comenzó a salir en el horizonte. El paisaje que rodeaba el camino era bastante similar al que dejaban atrás, con colinas que subían y bajaban y árboles que progresivamente iban multiplicándose hasta convertirse en el espeso bosque que rodeaba Delmind conocido como la alameda Wokin. El amparo de los arboles los tranquilizó puesto que llegado el caso siempre podían esconderse allí aunque también significaba que sus enemigos podían seguirlos con mayor facilidad y los aventureros lo sabían. 

–¿Crees que aun el monje aún tenga tu arco? –preguntó Valyghar mientras caminaban.
–Espero que lo tenga porque sino Rhadika va a matarme –confesó Alexander con temor– No es aconsejable hacerla enojar y yo lo hacía con facilidad…
–Como a todo el mundo…

Al anochecer se detuvieron a acampar entre la protección de los arboles a no más de cien metros camino. Cenaron allí y con cierta preocupación comenzaron a debatir cual sería su plan.

(Mapa de la zona. Click para agrandar)


–Esta es nuestra oportunidad para atacar, ellos no nos esperan –dijo Alexander emocionado, arrojando el primer leño al fuego.
–El monje está allí, no sé si será prudente atacar –replicó Valyghar, preocupado por lo que pudiera llegar a hacer su compañero.
–Tenemos que descubrir quien esta atrás de todo esto. Bajo ninguna circunstancia debemos  matar al monje.
– A mí me gustaría evitar atacar al monje…
–Puedo contarte todo lo que sé respecto a sus técnicas de batalla –continuó el arquero ignorando la prudente advertencia de su compañero–. Dudo que sea una persona con la que podamos dialogar sin derrotarla primero. Originalmente yo no quería enfrentarlo pero mis palabras no llegaron a él y el conflicto fue inevitable. Debemos plantear una estrategia por si las palabras no funcionan nuevamente.
Bajo aquellos arboles frente a la hoguera, Alexander explicó lo mejor que pudo las habilidades del monje haciendo particular énfasis en su inusual velocidad además de su fuerza descomunal, confiando siempre que entre ambos podían derrotarlo. Por otra parte destacó lo vulnerable que era su arma frente a las técnicas del enemigo pero que conocía una técnica con la que quizá podría superarlo.
–Este es el último de mis recursos, es la última carta bajo la manga. Una vez que te lo diga te habré contado todo, tal como me pediste –confesó Alexander.
–¿De qué se trata? –preguntó Valyghar temiendo que su compañero quebrante más leyes.
El arquero extendió el arco y disparó tres flechas sucesivas contra un árbol. Dos impactan en el mismo punto, una sobre la otra. A pesar de que había sido un excelente tiro Valyghar manifestó decepcionado que eso era lo que siempre hacía pero su compañero aclaró que eso no era lo que quería mostrarle. Alexander tensó nuevamente el arco pero esta vez cargando dos flechas que disparó simultáneamente con un único tiro, las dos impactaron juntas resquebrajando la corteza del árbol. La ventaja de ésta técnica, según dijo, era que podía usarla mientras corría fuera del rango de sus enemigos, el problema era que cuantas más flechas arrojara más difícil era darle al objetivo y más impredecible y mortal era el ataque. Esa era la razón por la que no lo había hecho hasta ahora. Alexander comentó que su límite eran tres flechas pero, según le dijo Rhadika, los grandes maestros del arco podían lanzar muchas más. Sin embargo el enemigo tenía la capacidad de detener flechas con sus manos, con lo cual para que eso funcione su compañero debía entablar un combate cuerpo a cuerpo con él.
–No creo que sea la mejor opción luchar por más que este ahí, nos descubrirían –reiteró Valyghar preocupado porque la tragedia de Lansdow y Fondaria se repitiera en Dellmid.
–Ya lo deben haberlo hecho. Yo no confiaría mucho en nuestra coartada, luego de que yo dije que habías muerto todo el mundo supo que apareciste en Fondaria e incluso mandaste un mensaje a Madwick.
–No lo sé, Alexander…–murmuró Valyghar lleno de dudas
–Es nuestra oportunidad podemos atrapar e interrogar al asesino y averiguar cuál es la relación del Fénix Negro con todo lo que sucede y lo que sucederá –reiteró Alexander con determinación.
–Por lo que sabemos el monje es invencible –dijo Valyghar con aspereza, ya claramente molesto–. Alexander, no quiero volver a enojarme con vos pero nada va impedir que no vuelvas a hacer lo mismo.
–Yo no enfrentaré al monje solo, eso es una decisión que debemos tomar juntos.
–No puedo creerte, siempre te has comportado de muy forma egoísta –le recrimino Valyghar aun dolido por haberle ocultado tantas cosas–. Pero está bien, estamos juntos en esto y espero que sigamos así.

La noche ya había caído y a la distancia podía vislumbrarse como el resplandor de las dos ciudades se reflejaba en el cielo. Hubo silencio por un rato antes que la llama de la discusión volviera a agitarse en términos incluso más hostiles que antes:

–Deberíamos aprovechar el tiempo en pensar una estrategia –le recriminó Alexander a su compañero.
–Haremos lo que dijiste, yo recibiré los golpes y tú lo acabaras con el arco –comentó Valyghar con sarcasmo–. Como siempre…
–¿Y si llegase a estar acompañado?
–No cambiaría en nada –dijo Valyghar, sin ninguna intención de continuar con aquella charla.
–Me extraña que no quieras ir contra un miembro del Fénix Negro –le recriminó Alexander.
–No es que no quiera, va en contra de lo que estamos haciendo, que es mucho más grande.
–Bueno, habíamos acordado contarnos todo –concedió Alexander como si hablara para sí mismo–, como te he dicho, he visto cómo terminará todo, nuestros antiguos enemigos cumplirán el objetivo en el que antes fallaron, he visto un terrible mal caer sobre Argos pero no tengo la menor idea de que lo causará, ni cuándo y menos aún cómo evitarlo. Keyra también vio el fuego y me advirtió que buscara dibujos en la Torre Blanca pero hasta ahora no pude descifrar lo que eso significa. Tenemos poderosos motivos para creer que el Fénix Negro y la Bruja estarán detrás de todo esto, no podemos dejar pasar esta oportunidad.
–Estoy de acuerdo y si hay alguien que quiere acabar con ellos soy yo, pero si nosotros generamos un disturbio y quedamos en evidencia van a venir a buscarnos de cualquier forma y todo el esfuerzo que nos costó conseguir la piedra de bloqueo habrá sido en vano.
–La piedra impedirá en principio que nos detecten mediante la adivinación y esa es nuestra principal ventaja. Si logramos capturar a un agente del Fénix Negro quizá podamos acercarnos más a nuestro verdadero enemigo.
–Es peligroso, puede ser que tengas razón –concedió Valyghar con la convicción de que su temerario compañero no era consciente de las habilidades de su contrincante–. No vamos a saberlo hasta que estemos allá pero está bien como objetivo que planeemos no matarlo para poder interrogarlo. Como si pudiéramos hacerlo…
–La primera vez que luchamos estábamos desarmados no teníamos ningún plan, la segunda fui solo, intenté hablar y cometí el error de jugar su juego.
–Seguramente no tuviste opción –afirmó Valyghar con sarcasmo.
–Puede haber huido, pero tal como me dijiste mi arrogancia me impidió hacerlo.
–Si hacemos un escándalo el que invocó la tormenta puede venir por nosotros, no podemos correr ese riesgo.
–Nuestra coartada es débil, dijimos muchas cosas inconsistentes –reiteró Alexander con insoportable calma.
–Está bien, pero no saben dónde estamos, pasamos mucho tiempo en el Distrito.
–Pero saben hacia dónde vamos. Nos estarán esperando, por eso es que debemos hacer un plan.
–Es muy prematuro hacer un plan sin conocer el campo de batalla, yo no sé en qué situación va a estar el monje y rodeado de qué gente va a estar…
–¿Vos no sos un estratega militar? –le recriminó Alexander, subiendo el tono– ¿No deberíamos pensar al menos qué hacer si nos lo encontramos?
–¡Él no va vernos si yo no soy Valyghar y vos sos un campesino! –dijo Valyghar, enojado.
–Esas palabras no son tuyas… –comentó Alexander desafiante.
–¡Vos sos el que me estás hablando! –gritó Valyghar y entró a la carpa.

Al amanecer del decimosexto día de viaje ambos despertaron todavía alterados por la discusión de la noche pasada, pero al ver que el día había llegado sin sobresaltos se sintieron un poco reconfortados. La piedra de bloqueo había funcionado, por primera vez en mucho tiempo habían podido descansar a la intemperie sin que una tempestad los despertase a la mitad de la noche. Sin perder más tiempo, levantaron el campamento y en medio de un silencio cómplice que buscaba deliberadamente evitar el conflicto prosiguieron su marcha. Muchas dudas pasaron por la cabeza de los aventureros en aquellos momentos de incomodo silencio, la llama de la certeza del orgullo y la juventud que tanto había ardido la noche pasada, había ido menguando con el pasar de las horas. Fue el León de Argos quien varias horas más tarde, rompió el silencio:
–Puede ser que tengas razón en algunas cosas de las que dijiste ayer –comentó Valyghar con tono conciliador–. Estuve pensando en diferentes situaciones y debemos acordar un plan.
–Así es –asintió Alexander como si nada hubiera pasado.
–Si llegamos a cruzamos con el monje, yo podría ir a hablarle como Robert mientras vos buscas una buena posición para disparar…–dijo Valyghar armándose de paciencia–. Aunque no sé por qué habría de responderme…
–Quizá hable con Valyghar, creo que es a ti a quien buscan, no a mí, por eso no acabó conmigo cuando tuvo la oportunidad. Es arriesgado, es realmente fuerte…
–¿Y sí está acompañado?
–En ese caso supongo que deberíamos obtener la información y desaparecer lo antes posible.
–Perdóname si me sobresalté ayer a la noche –se disculpó Valyghar.
–No te preocupes, te sucede todo el tiempo –respondió Alexander con frialdad.
–Alexander, nunca te esfuerzas por mejorar las cosas … –murmuró Valyghar con resignación.
En las primeras horas de la tarde divisaron a lo lejos la ciudad de Dellmid y tal como se decía, esta estaba situada en el sitio donde todos los caminos se cruzan. Era considerablemente más grande y activa que el Distrito y era conocida, según dijo Valyghar, porque en sus orígenes había sido un pueblo de paso en que, con el tiempo, gente de todas partes de la Bahía se había ido asentando hasta formar la ciudad que era ahora. Su arquitectura era tan variopinta como sus habitantes y daba claros indicios de haber sido construida sobre la marcha, había casas pequeñas de madera y roca, otras grandes y elaboradas, algunas de las cuales oficiaban de talleres y comercios; todo estaba entrelazado por un sinfín de calles y puentes que iban desde estrechos callejones sin salida hasta amplias avenidas que terminaban abruptamente en la propiedad de alguien. Y por si todo esto fuera poco, la ciudad había sido construida alrededor de un caudaloso río que nacía en las montañas Tenaces, se bifurcaba allí para luego ir a morir en el Mar de las Escamas. Nada parecía seguir un orden y eso le daba a la ciudad un estilo único. Entre todas las estructuras destacaba una que era distinta a todas, la imponente la torre donde se asentaban las fuerzas armadas, que no eran más de un puñado de hombres bajo el mando del cabo Eradan, un amigo de la infancia de Valyghar que había dejado Gland para buscar nuevas oportunidades en el este del reino.
A la distancia los aventureros contemplaron algo que no veían hacía tiempo, había un inmenso barco volador varado en las afueras del pueblo que claramente pertenecía al Trono de Comercio. Con cautela los aventureros se acercaron a las puertas del pueblo donde fueron recibidos por unos guardias y allí Valyghar, bajo la apariencia de Robert, obtuvo información sobre la ubicación de su viejo amigo. Sin perder más tiempo, los aventureros fueron hacia un concurrido mercado en el centro de la ciudad donde Eradan estaba de guardia junto a otros dos hombres. No había cambiado mucho desde la última vez que el Léon de Argos lo había visto, seguía pelado, con un aspecto desaliñado y seguramente seguía sin poder tocar a una mujer a pesar de que estaba muy bien dotado para ello.
Tras llegar al mercado, los aventureros se separaron, Alexander fue a tratar de vender unas joyas sin éxito y Valyghar, oculto bajo la forma de Robert, se dirigió a ver a su viejo amigo. Mientras se acercaba pudo escucharlo decir algo acerca de una inminente reorganización del ejército y que el general Grognar estaba muy preocupado por los levantamientos en el sur. Todos aquellos asuntos claramente lo perturbaban. El cabo no dijo más cuando percibió la presencia de Robert y le preguntó que necesitaba. La conversación no fue tan larga y amena como le hubiera gustado al León de Argos, quien se limitó a presentarse como un amigo de Valyghar. Ese nombre lleno de recuerdos bastó que el cabo revelase sin la mínima sospecha la ubicación de los Denkel y comentase alguna que otra cosa sobre el barco averiado. Al parecer de hecho pertenecía al Trono de Comercio y estaba comandando por un tal Franklin Van Hasel.
 Los aventureros se reencontraron en la plaza y decidieron ir a intentar vender algunos objetos al barco del Trono de Comercio antes de ir a visitar al negocio de la familia de Denkel. Procurando llamar la atención lo menos posible, atravesaron la ciudad siguiendo el camino del río. Había mucho movimiento, Dellmid estaba de llena de gente de todas partes realizando las actividades más diversas, allí convivían  humanos, hobbits y gnomos desde hacía muchas décadas. En el camino no hubo sobresaltos hasta que en determinado momento a Alexander le pareció ver entre unas casas una figura conocida, tenía un poncho y llevaba en su cinto un puñado de plumas negras que se agitaban con su marcha. Se detuvo en seco pero cuando volvió a mirar ya no había nadie.

–Creo que esta aquí… –murmuró Alexander sombrío.
–Hay que estar alerta –afirmó Valyghar con determinación–. Sigamos con el plan.

Los aventureros prosiguieron su camino hasta llegar al barco del Trono de Comercio, allí un hombre de cabello negro de mediana edad que ostentaba lujosas ropas estaba charlando con una chica mientras un grupo de cadetes manipulaba una decena de cajas repletas de mercancías. Tal como les habían dicho, el Trono había montado una improvisada tienda con todo tipo artículos de tierras lejanas.

¡Muchacho! –Los sorprendió una temible y conocida voz femenina que había visto a Alexander a lo lejos; un sudor frío corrió por el cuerpo de los aventureros, era Sindel–. Pensé que te habías quedado en Fondaria. ¿En tan poco tiempo encontraste un remplazo para Valyghar?
–No…realmente fue muy triste lo de Valyghar –mintió Alexander mientras se frotaba la cara con la mano.
Tras algunas aclaraciones, Sindel le presentó el grupo a Franklin Van Hasel y el noble y orgulloso comerciante estrecho las manos de los aventureros.
–¿Qué los trae por aquí? –preguntó Sindel mientras se sentaba en una caja–. ¿Y tú quién eres?
–Robert, un gusto –mintió doblemente Valyghar–. Venimos a vender unas gemas.
–Es un comerciante que conocí –se apresuró a explicar Alexander al ver que Sindel sospechaba.
–¿De dónde provienen las gemas? –preguntó Franklin mientras las observaba con detenimiento.
–De la Isla de los Túmulos –dijo Alexander sin medir las consecuencias de sus palabras–. Fue una de las últimas cosas que Valyghar me dejó…
–¿Fueron a la Isla de los Túmulos? –preguntó Sindel con una sonrisa cómplice – ¿Cuándo fue Valyghar a la Isla de los Túmulos?
–Después de salvar Fondaria pero antes de ahogarse…–balbuceo Alexander mirando para un costado.
–Después de salvar Fondaria, pero antes de ahogarse después de salir de Portuaria…–repitió Sindel lamente mientras asentía con cabeza.
–¿Valyghar? –intervino Robert con jovialidad para tratar de arreglar lo que claramente no tenía solución– ¡No está muerto! ¡Se fue hacia Rendial!
–¡No me digas que no está muerto! ¡Qué sorpresa! –exclamó Sindel conteniendo la risa–. Hubiera jurado que me habían dicho que estaba muerto…
–Espero que lo hayas comentado por todos lados…–comentó Alexander resignado–. El punto es que no sé dónde está Valyghar.
–Estoy segura de que querías que lo hiciera –dijo Sindel levantando una ceja–. Tal vez tu nuevo compañero sepa dónde está…
–Yo sí sé –se apresuró a decir Valyghar– está muy lejos, en Rendial.
–¡Ah, qué bueno! Es mucho mejor que lo habíamos escuchado antes –afirmó Sindel con sarcasmo– ¿No crees Franklin?
–Perdón Sin, no estaba escuchando –se disculpó el mercader que estaba ocupado en sus asuntos– ¿Habían dicho algo de unas gemas verdad?
Sindel
–¿Así que usted también es comerciante? –le preguntó Franklin a Robert–. ¿Quiere un habano?
–Intento, estoy dando mis primeros pasos –mintió Valyghar–. Le agradezco pero no puedo permitírmelo.
–Así que comerciante…–comentó Sindel con aire altanero–. ¿Hace cuánto que empezaste? ¿Tres días? ¿Una semana?
–Un par de meses…–comentó Valyghar moviendo sus brazos como si estuviera desconcertado.
–¿Cuál es su ruta? –preguntó Franklin con total normalidad.
–Este momento no estoy trabajando, vine a la ciudad a descansar luego de encontrarme con este muchacho que tiene muchas cosas de valor que le dejó su compañero…–dijo Valyghar mientras miraba a su compañero con reprobación.
–Disculpa que insista, pero cuál es su ruta  –reiteró Frankin, mirándolo fijamente.
–Bueno… –dijo Valyghar, desconcertado–. No tengo una aún.
–Si va a dedicarse a este negocio tiene que conseguir una ruta y debería considerar obtener sponsors –lo aconsejó le mercader–. Si llega a estar interesado, en el Trono siempre estamos buscando gente nueva.
–Lo agradezco pero quiero dar mis propios pasos. Además de dónde vengo me han hablado pestes de un tal Nordheim y no me gustaría pertenecer a su misma organización.
–Es muy importante que aprenda a diferenciar tácticas para hacer negocios por buenas y por malas –afirmó Franklin con severidad–. Hay mucha gente pagada por la Coalición explicándote que la gente del Trono tiene intereses de clase y cosas por el estilo. Son puras mentiras, si hay un motivo por el que puedo comprarles a un costo tan alto es porque puedo bajar mucho el precio del transporte gracias a este tipo de aeronaves y este tipo de facilidades se las podemos facilitar a todos.
–No a todos...–replicó Valyghar, sagaz.
–A todos los que quieran sumarse al Trono. Habrá más barcos y estos funcionarían mejor si no los sabotearan las mismas personas que les dicen a otros comerciantes que no se unan a nosotros…

Sindel abrió una caja, sacó una botella de vino y se sentó a disfrutar mientras Robert mostraba que no tenía la menor idea de cómo eran los gajes de la profesión o, en palabras de ella, demostró que “como mercader era un excelente soldado”. Los aventureros solo tenían una idea vaga de los precios de los objetos que llevaban, pero afortunadamente para ellos Franklin fue bastante honesto. Vendieron algunas cosas y compraron otras y Franklin se retiró poco después con la precaución de no reiterarle su oferta a Robert.

–Yo si fuera ustedes me llenaría el cuerpo de metal, por si alguien quiere golpearlos –dijo Sindel al ver que los aventureros habían preguntado por unas armaduras–. Nunca se sabe, son tiempos peligros…
–No entiendo lo que dice tu amiga Alexander pero me dan ganas de golpearla cuando habla así –dijo Valyghar con tono amenazador–. Chica te lo estás buscando, no te metas con quien no conoces.
–¿Qué clase de problemas? –dijo desafiante mientras se ponía de pie–. Me encantan los problemas y además, hay algo que quiero comprobar.
–Evitemos todo esto –dijo Alexander resignado–. Todos sabemos quiénes somos y lo que hacemos aquí.
–No era necesario que me mintieras, yo nunca te mientó –acotó Sindel mientras se relajaba– Por cierto Valyghar, te ves bien.
–Tenemos motivos para pensar que el asesino del Fénix Negro está aquí.
–Creo haberlo visto por aquí en alguna parte –concedió ella con aire despreocupado–. Claro que hasta que Valyghar apareció matando una tortuga gigante en Fondaria todos pensábamos que había muerto. –Hizo una pausa teatral–. Grandes canciones fueron entonadas en su honor, tragos levantados y hasta hubo llantos. –Se detuvo–. Naturalmente yo estaba ocupada haciendo otra cosa pero en cualquier caso, ¿no me digas que tenes miedo de que te vuelvan a propinar una paliza o seguís enojado por la pérdida de tu arco?
–Yo nunca te comenté nada acerca de eso... –dijo Alexander pensativo; el rostro de Valyghar se oscureció, todos sus temores se habían confirmado. Ella tenía alguna relación con el enemigo.
–¿Cómo será que lo sé? –se encogió de hombros–. Yo que ustedes tendría cuidado…
–Te voy a hacer una pregunta que debí haberte hecho en un principio –dijo Alexander con la esperanza de oír la verdad–: ¿Podemos confiar en vos, Sindel?
–En líneas generales, si tenés que preguntarle eso a alguien, lo más probable que no puedas confiar en él –comentó sin inmutar su sonrisa–. ¿Tienen planes para hoy?
–Por mi ésta charla ha terminado –dijo el León de Argos con severidad mientras se retiraba.
–Lamento escuchar eso… –comentó Alexander con frialdad–. Agradezco tu sinceridad.
–No hay ningún problema –dijo ella y alzó la botella en su honor–. Nos veremos pronto…
Sindel siguió profiriendo comentarios burlones sobre cuando fingió su derrota en Lansdow y otras cosas mientras los aventureros se marchaban dándole la espalda.
–¿Qué tan hábil es Sindel? –murmuró Alexander mientras caminaban.
–No podríamos vencerla ni siquiera los dos juntos. Es muy rápida, cuando luchamos no pude asestarle ningún golpe –afirmó Valyghar preocupado.
–Quizá deberíamos averiguar lo que vinimos a buscar e irnos. Yo no contaba con que estuviera Sindel acá, sí es tan hábil como describís, no tendíamos muchas posibilidades enfrentándolos a ambos.
–Sé donde está la casa de la familia de Denkel. Vamos.

Una vez más el cielo rojizo del atardecer acompañó la marcha de los aventureros por las intricadas calles de Dellmid, cada esquina, cada callejón representaba un potencial peligro, su enemigo podía estar en cualquier sitio pero, tal como lo habían adelantado, inexorablemente sólo estaba en uno: al final del camino. Al llegar a la última pendiente y frente a la casa de los Denkel, el implacable asesino los esperaba pacientemente, estaba de pie apoyado contra los muros de una taberna cercana con su clásico poncho y su rostro oculto tras su sakkat. Los aventureros vacilaron por un momento pero luego avanzaron con determinación, ya no podían echarse atrás.


–Es tu momento –murmuró Alexander y cambió su rumbo para proceder con el plan.
Valyghar continuó su camino como si nada sucediera preguntándose si el anillo sería suficiente para ocultarlo pero con la sensación de que en cualquier momento sería descubierto. Pero no fue así, el monje siguió absorto, inmóvil, como si aguardara su presa. ¿Sabría realmente que estaba frente a él y todo aquello era un engaño? El León de Argos no podía asegurarlo.
Alexander siguió el plan de su compañero y buscó un sitio seguro para disparar sobre una casa cercana. Extendió el arco y apuntó al asesino a la espera de que realizara un movimiento en falso que nunca llegó. Tal como, casi premonitoriamente, Valyghar y Rhadika habían anunciado, cuando la flecha parte inexorablemente se encontrará con factores están más allá de la voluntad del arquero; un escalofrío atravesó el cuerpo de Alexander al contemplar con terror que Sindel caminaba despreocupada por la calle a espaldas de su compañero. Inmediatamente tensó su arco y la apuntó pero ya era demasiado tarde, habían caído en la trampa del enemigo.

–Bueno Val, ¿qué estamos haciendo? –dijo Sindel con una inusual severidad pero manteniendo su imperturbable sonrisa–. Por un momento pensé que habías muerto y eras un comerciante gordo y aburrido.
–¿Qué querés Sindel? –replicó Valyghar desafiante sin dejar de observar al monje que seguía inmóvil a su lado.
–Alguien me prometió problemas y por lo que veo ustedes no aprenden de las golpizas –dijo Sindel mientras buscaba al arquero sin éxito– o tal vez aprenden demasiado rápido. ¿Qué te parece si repetimos lo de Lansdow, sin reglas, ni testigos?

No hubo respuesta, Valyghar se quitó el anillo camaleónico, lo tiro al suelo y la figura de Robert se difuminó para dar paso al temible semblante del León de Argos. La duelista, manteniendo su confiada sonrisa, esgrimió su estoque al tiempo que Valyghar desenfundó sus dos espadas preparado para combatir, pero en ese instante se percató que el monje estaba caminando detrás suyo. Con pasos firmes y determinados el asesino del Fénix Negro pasó a su lado como si no estuviera allí y solo levantó la cabeza para mirar hacia donde Alexander estaba escondido. Plenamente consciente de que había sido descubierto, el arquero salió de su escondite y encaró a su enemigo; el monje por su parte dio un gran salto hacia los tejados y se quedó inmóvil, con el rostro cubierto por el sakkat y el poncho al viento esperando el momento adecuado para actuar. Sólo unas casas lo separaban de su objetivo. Ya no había lugar para las palabras, la primer parte del plan de los aventureros había fallado radicalmente y ahora era tiempo de pasar a la segunda fase. 

(No será una representación muy precisa de lo que pasó, pero ciertamente se sintió así)
~ ~ ~

Notas para recordar:
  • Alexander explicó su enfoque filosófico sobre el significado del arco, tal y como se la transmitió Rhadika. Involucra el balance de los opuestos, la convicción, y la responsabilidad. "Es una herramienta tanto para meditar, como para matar"
  • Tom Ramgast recibió la carta, y está viniendo hacia la Bahía Dentada
  • La "rebelión" de Ander en el sur cobra fuerza. De momento, se trata de un movimiento pacífico y mendicante. 
  • Al finalizar el decimosexto día de viaje, los aventureros se encuentran en el pueblo de Dellmid.
  • Eradan, un amigo de la infancia de Valyghar y coterreano de Glad, es el oficial a cargo del pueblo. 
  • ¡Sindel está trabajando con el Fenix Negro! ¡Y, junto al Monje Asesino, han emboscado a los aventureros tras desbaratar su disfraz! ¡El duelo final entre el Monje, Sindel y nuestros héroes tendrá lugar en las calles de Dellmid!