[D&D-A] - El único camino que nos queda

 Esta entrada recopila la narración que Daveron hiciese de nuestra sesión del 11/12/2015. Tras derrotar a la invocación de La Bruja y compartir fuertes revelaciones, los aventureros se encuentran desorientados en el Bosque Elondir. ¿Podrán sobrevivir a las inclemencias de este implacable ecosistema?

El único camino que nos queda
(también publicado como "Revisionismo histórico en el Bosque Elondir")
Registrado y escrito por Daveron


Una vez más los primeros rayos del sol disiparon la bruma matutina de la frondosa espesura del Bosque Elondir y se filtraron por los agrietados muros de las ruinas élficas donde los aventureros habían pasado una larga y tortuosa noche. Los recuerdos de la bestia cadavérica y de las palabras de la Bruja aún estaban muy presentes en los corazones de todos. Como era habitual, Alexander fue el primero en despertar y sin mediar palabra fue en busca de los caballos que habían pasado la noche en el exterior, más allá de los montículos grises que guardaban la entrada a aquel antiquísimo sitio. El olor fétido de los cadáveres aun inundaba el lugar y el silencio y la desolación que había traído el advenimiento de la Bruja aún se prologaba por aquellas horas dando la sensación de que no había ningún ser vivo más interesante que una planta a kilómetros en un bosque que hasta hacía unas horas desbordaba de vida. El arquero caminó por la espesura atrapado en sus pensamientos sin notar que las cristalinas aguas que brotaban desde la parte superior del templo eran ahora oscuras y turbias como los viscosos fluidos de la terrible bestia que casi los había abatido la noche anterior. Por fortuna las monturas estaban bien y sin demasiadas dificultades las llevó de regreso hacía el edificio, allí Belara estaba preparando un apetitoso desayuno en una improvisada hoguera en la que estaba asando tocino y unos huevos.


−¡Buen día! –saludo amablemente la mediana rodeada con más planos que ingredientes−. El desayuno estará en breves, estoy viendo a dónde tenemos que ir, estimo que al anochecer tendríamos que estar cerca de la torre siempre y cuando salgamos temprano.
−Iré a despertarlos entonces –dijo Alexander contestando el saludo con un leve gesto con la cabeza y sin prestarle demasiada atención.
−No es para tanto –dijo Sindel frotándose los ojos– ¿Qué hora es?
−Ya amaneció y el desayuno está listo−comentó Alexander, con frialdad− Partiremos luego.
−Sí no nos desviamos y forzamos los caballos, quizá nos tome todo el día llegar –comentó el capitán como si hablara para sí.
−Valgyhar –lo interrumpió Alexander desganado− ¿Realmente crees que tenga sentido seguir con esto?
−Es necesario…−afirmó él incorporándose.
−Ustedes claramente quieren morirse –agregó Sindel mientras se cambiaba despreocupadamente frente a ellos− En serio, la idea de todo esto es encontrar una muerte lo más temprana y desagradable posible, ¿no?
−Entiendo cómo te sentís –le confesó Valyghar a su compañero con pesar– Hay muchas cosas que le dieron sentido a mi vida y que ahora no lo tienen en absoluto.
−No estoy segura de si ese es un buen motivo para buscar una muerte segura, estoy bastante convencida de que se pueden encontrar otras razones para vivir…
−Sindel, es bueno callarse de vez en cuando si uno aspira a tener una larga vida…
−¡Acabamos de pelearnos contra una cosa muerta, con cosas muertas adentro, y casi nos mata!
−No tenés idea de la cantidad de veces que nos hemos enfrentado a "cosas muertas"…
−Así que tuvieron esta idea muchas veces… –comentó Sindel con sarcasmo.
−Alexander –continuó Valyghar, ignorándola−, suponiendo que es cierto lo que nos han dicho, eso no cambia nada, a pesar de que nos estén manipulando tenemos que salvar a Arcadia.
−¿Salvarla de qué? Quizás yendo hacia donde se supone que vayamos estemos desencadenando los eventos que en realidad queremos evitar.
−Saqué el desayuno del fuego… –dijo Belara al entrar en la habitación y se detuvo al ver que estaban hablando.
−Es cierto lo que dices pero hay un montón de pistas que nos están guiando, poco a poco la niebla se va disipando frente a nuestros ojos y nos acercamos a la verdad –dijo Valyghar con convicción, aunque no tuvo respuesta− No podemos quedarnos de brazos cruzados.
−¿Qué les parece si primero desayunamos y lo pensamos con el estomago lleno? –sugirió Belara en tono conciliador− Creo que es algo que hay que analizar, no sé qué experiencias hayan tenido antes,  pero que pasó ayer claramente fue muy raro y me gustaría que conversemos al respecto.

Sin decir más se adentró en el templo y fue hacia la sala donde habían montado el campamento en la habitación circular a pocos metros de la escalera que llevaba a la terraza donde hacía pocas horas habían escuchado terribles y aterradoras verdades. Alexander se quedó un momento mirando la puerta mientras sus compañeros seguían plácidamente durmiendo uno encima del otro.

−Sindel, Valyghar −dijo el arquero sin mucha convicción mientras sacudía a su compañero. El león de Argos se levantó sobresaltado y bruscamente se quitó a la duelista de encima.

El grupo reunió sus cosas y se sentó a desayunar alrededor de la improvisada hoguera en uno de los balcones exteriores desde el cual podía contemplarse gran parte del bosque. Era la primera vez en mucho tiempo que desayunaban una comida más elaborada que pan, fruta y embutidos pero aquello no fue suficiente para levantar el ánimo de los aventureros. Charlaron algunas cosas triviales sobre la comida y Belara confirmó que los cálculos que Valyghar había hecho durante la noche eran más realistas que los suyos. Alexander, por su parte, se limitó a comer en silencio más distante que de costumbre.


−Alexander, entiendo lo te preocupa –dijo Valyghar al verlo− pero siento que las cosas que pasaron no fueron casualidades y aunque sea cierto todo lo que dijo la Bruja, al menos debemos ir hasta el final para confirmar quien es el que está detrás de todo esto.
−Pero que hay sobre eso que dijo de que los están manejando desde antes que llegaran a la Bahía Dentada, sí eso es cierto, ¿no están jugando su juego? –preguntó Belara pensativa−. Bueno, de todas formas, no tenemos ninguna garantía de que todo lo que dijo fuera cierto.
−Valyghar –comentó Alexander con la mirada perdida−, vos dijiste que nada era casual, eso fue lo que yo pensé durante todos estos años, que el mundo estaba ordenado, y eso es justamente lo que ahora nos han confirmado, nuestros enemigos han estado adelante poniendo las huellas que debíamos seguir…
−Pero ahora sabemos cuál es el final del camino.
−Ese es el punto –comentó Belara− ella habló sobre salvar Arcadia pero tal vez es todo lo contrario. Por lo que sabemos ella intentó matar a Sindel, ¿por qué habríamos de creerle?
−Eso no hubiera estado del todo mal –dijo Valyghar con tono burlón mientras terminaba su plato.
−Sí, digan lo que quieran pero al menos yo soy honesta con las cosas que hago –comentó Sindel con franqueza y miró a Alexander− ¿Pero qué hay de lo que te dijo a vos? ¿Qué es todo eso sobre las visiones y los secretos guardados?
−Es cierto que les debo una explicación…
−La verdad es que si tenés información deberías compartirla –dijo Belara con firmeza.
−La verdad es que a ellas no les debes nada –comentó Valyghar con sarcasmo y algo de reproche.
−Señor Dubrik, todos nos estamos arriesgando en esto y (sin ánimos de ofender) yo soy la que los está guiando a donde podrían conseguir información.
−Él puede darles la explicación pero “al que le debe la explicación” es a la persona que puso en riesgo su vida en cada una de las locuras que viene planteando desde hace años…
−Creo que te he dicho todo lo que sé y ellas también merecen saber toda la verdad –comentó Alexander con decisión y sus ojos brillaron−. Desde niño he visto imágenes y sueños sobre eventos pasados, presentes y otros que aún no han sucedido…
−¡Lo sabía! –dijo Sindel con entusiasmo rompiendo el silencio generalizado que generaron aquellas palabras− ¡Sabía que estaba loco!
−Hasta ahora he seguido esas intuiciones y esa fue la razón por la que dejé a mi familia hace cuatro años.
−Cuando decís visiones o intuiciones qué querés decir exactamente –preguntó Belara igualmente extrañada que intrigada− ¿Es como si se te ocurrieran ideas?
−No, veo imágenes, voces y sucesos que si no pasaron ya, eventualmente terminan acontecimiento.
−Estas hablando de que tenés visiones literalmente –afirmo sorprendida− ¿Perdés el conocimiento y ves esas imágenes?
−En general los veo cuando estoy durmiendo pero también ha sucedido cuando estoy despierto e incluso a veces puedo interactuar con ellas. Siempre pensé que todos podían hacerlo, sólo que no le daban la oportunidad para que suceda.
−Eso es algo muy llamativo.
−¿No le estarás creyendo? –preguntó Sindel conteniendo la risa− Claramente se cayó de un bote cuando era chico…
−Bueno, hay una escuela de magia que no se enseña mucho en Sarónica que se dedica a intentar ver lugares lejanos y cosas por el estilo. Se necesitan niveles de certificación más altos de los míos, pero sé que dentro de la escuela hay hechizos de nivel muy alto que se utilizan para hacer predicciones. El problema es que esos hechizos no suelen funcionar. Es una de las escuelas que hemos perdido.
−Al principio los sueños eran vagos, sobre sitios lejanos, yo pensaba que eran otros mundos posibles. pero con el tiempo se volvieron más concretos, y cuando llegué al continente supe de otros seres que también podían ver más allá de su propio destino.
−¿Has tenido alguno últimamente?
−Sí, eso fue lo que motivó este último viaje, vi lo que describió Selenia, vi a la ciudad de Argos caer bajo una bestia con alas de fuego y a Valyghar morir bajo las garras de la criatura.

La visión de Alexander: una bestia alada incinera Argos y a su guardián Valyghar

Ambas quedaron en silencio al escuchar aquellas palabras, una fuerte brisa meneo la corona de arboles que yacía sobre ellos trayendo nuevamente el pútrido olor de la bestia.

−¿Y les pareció que lo más inteligente en ese contexto era dar vueltas alrededor de la Bahía Dentada? –dijo Sindel lentamente y luego se detuvo pensativa−. Quieren evitarlo, ¿no?
−Ya lo dijo la Bruja –dijo Valyghar con firmeza−, nosotros somos los únicos capaces de detenerlo.
−El problema es que hasta ahora todos los sucesos se han dado siempre como vi que serían, con lo cual estar aquí o en cualquier otro lado es irrelevante, eventualmente terminaremos en esas circunstancias –comentó Alexander mirando el crepitar del fuego de la hoguera−. Rhadica me dijo que a diferencia de lo que todos creen, el mundo no se mueve por causas finales, hacia un fin dado del que carece, lo que hay es una primera causa que determina que todo sea lo que es, pero las circunstancias nunca son necesarias. –Se detuvo−.  Eso es lo que he estado intentando probar y la razón porque viaje hasta aquí, quizá a pesar de que todo este determinado haya cosas que podamos modificar.
−Entonces no tienen ningún sentido no ir hacia la Torre Blanca –comentó Valyghar, pensativo.
−Si lo que dijo tu compañero es cierto tampoco tiene ningún sentido hacerlo –lo contradijo Belara frunciendo el ceño.
−Todo eso tenía sentido antes de que Selenia hablara –dijo Alexander exponiendo sus sentimientos como nunca antes, estaba desesperado−, si de verdad los pasos que hemos estado siguiendo han sido puesto frente a nosotros y ellos tenían acceso a lo que yo sabía. –Se detuvo y miró a su compañero−. Vos no lo comprendes, siempre  seguiste órdenes, ese es tu trabajo, yo seguía mis intuiciones, pero ahora no sé cuál es siguiente paso. ¿Cómo sé que esas visiones son siquiera mías?
−Bueno ahora que lo decís, hay hechizos que permiten hacer que la gente tenga sueños y evidentemente estamos lidiando con gente muy poderosa –comentó Belara− ¿Qué es eso de la Barrera Canon?
−Hace poco –dijo Alexander más calmado−, luego del naufragio en Fondaria tuve un sueño en el que vi como los marineros muertos quedaban atrapados junto a miles de almas dentro de un inexorable muro de cristal que se alza sobre los cielos. –Se detuvo, mirando a lo lejos, como pendiente de algo que no llegaba a ver−. En su momento no tuvo sentido pero ahora sé que esa la razón por la que no podemos invocar a seres del exterior y posiblemente esa sea la razón detrás del dominio de los Jueces.

La Barrera Canon, otra visión de Alexander 

−Quizá lo que encontró Denkel es esa barrera…−comentó Valyghar mientras arrojaba tierra sobre las llamas.
−El punto es que puede que si vamos a esa Torre terminemos por precipitar los eventos que estamos tratando de evitar –interrumpió Alexander con brusquedad como si todo lo demás no importara en lo más mínimo.
−¡Es obvio que sí! –exclamó Sindel claramente exasperada.
−La única forma de terminar con esto es llegando hasta el fondo –repitió Valyghar con la calma de quien sabe que sólo hay un camino.
−Vos sos el que va a llegar “al fondo” si las cosas que dice tu delirante amigo son ciertas y Argos va a terminar quemada por una cosa con alas. ¿Se dan cuenta que están completamente por fuera de su liga?
−Eso siempre ha sido así pero nunca tuvimos tan claro que las huellas que no éramos nosotros quienes tomábamos las decisiones –dijo Alexander forzando una sonrisa y se volvió hacia su compañero−. Vos no vas dejar Argos, no lo harías, nunca, pase lo que pase…
−Es cierto –concedió Valyghar porque en el fondo si él tenía un compromiso con alguien ese era con el pueblo al que había jurado proteger.
−Valyghar yo sé que nos hemos peleado en el pasado pero tengo una cabaña muy linda en el norte, podemos envejecer juntos y dejar que todo esto pase –bromeó Sindel aunque en sus palabras podían entreverse cierto temor.
−Existe la posibilidad de que los estén manipulando porque los necesitan para algún plan –intervino Belara pensativa− Si ese el caso, seguir con esto podría de hecho precipitar los eventos que están intentando evitar como dice Alexander.
−Es una falsa elección –dijo él como si de pronto lo comprendiera todo y nuevamente miró a su compañero−. ¿De verdad te imaginas dejando a Belara sola, buscando a su primo? Todo está puesto allí para que hagamos lo que se supone que debemos hacer, por eso fuimos escogidos.
−Yo desearía saber qué pasó con mi primo –dijo Belara lentamente, eligiendo cuidadosamente cada palabra−, pero no sabía que todo esto estaba alrededor de su desaparición. Sí deciden ir hacia la Torre Blanca yo los acompañaré hasta el final, pero si deciden que es mejor no hacerlo no les guardaré ningún rencor.
−Hay que ir, Alexander –dijo Valyghar buscando de nuevo su mirada y con la convicción de que allí estaba la verdad que tanto habían buscado−. Eso es lo que siempre hemos estado haciendo y lo que haremos esta llegar al fondo de esto.
−Son unos verdaderos idiotas –comentó Sindel y se puso de pie resignada− así que juntemos las cosas y vamos yendo porque se va a hacer tarde y encima de que nos vamos a morir, nos vamos a morir por el camino por imbéciles.
−Hay una última cosa –comentó Alexander y vio que sus manos temblaban−. El sueño que mencionó Selenia sobre la Barrera Canon no se lo había comentado a nadie. Pero eso no es todo, ella dijo que el fantasma de Ventisca me estaba guiando…
−¿Estás insinuando que ellos tienen acceso a los sueños o que ellos son su causa? –preguntó Belara directamente.
−No lo sé, pero siempre esas visiones se me han presentado incluso como más reales que todo que nos rodea. El punto es que sí ellos pueden ver lo que yo veo, ya no tendremos ninguna ventaja contra ellos…
−¿Sos consciente de que te dijeron que hagas lo que estás a punto de hacer y te estás preocupando de estar adelantado de ellos? –comentó Sindel implacable− ¿Qué importa si pueden ver tus visiones? Es irrelevante, están como cinco pasos adelante, lo importante es que llegado el caso puedan darles vuelta la jugada final y honestamente no parece que vaya a ser el caso.
−Quizá sea eso, en última instancia ese sea el margen…
−Que no pueden prever −repuso Valyghar pensativo.
−Tal vez tengamos una oportunidad…
−¡Bien dicho Sindel! –dijo Belara admirada y le dio una palmada en la espalda.
−¿Eh? Eso no fue lo que yo dije –comentó la duelista agarrándose la cabeza con la firme convicción de que estaba rodeada de psicópatas−. Espero que la próxima vez no tenga que decírselos con una pala…

La discusión se había extendido más de lo esperado y ya era la media mañana, todos eran consientes que viajar de noche por esas tierras indómitas era riesgoso con lo cual debían partir lo antes posibles y rogar porque ningún imprevisto se presente, algo que naturalmente no iba suceder. Dicho y hecho, antes de dejar el templo Belara vació frente a ellos una cantimplora y un líquido viscoso cayó del recipiente, no había que ser un alquimista para saber que aquello claramente no podía consumirse. La hechicera explicó que contrariamente lo que creían las pútridas aguas que rodeaban el templo no eran producto de la caída de la criatura, quizá toda el agua en un rango indefinido se contaminó cuando la Bruja la invocó a la bestia o quizá el mal aún seguía emanando de sus restos.

Por su parte Alexander y Valyghar ya habían pasado por estas circunstancias antes y se dispusieron a conseguir agua segura, conjuntamente y con la seguridad de quien creer saber lo que hace decidieron seguir la pequeña la cascada y caminar siguiendo el arroyo. Como era habitual, Sindel se mostró desconfiada respecto del camino elegido y las dudosas razones por las cuales lo habían tomado y si bien decidió seguirlos, durante el camino no dejó de recordarles que no tenían la menor idea de lo que estaban haciendo. Por su parte Belara los siguió con gusto pues tampoco tenía la menor idea de que lo estaba haciendo y ese camino era tan bueno como cualquier otro.

En el camino Sindel se acercó a Valyghar portando un enorme objeto cubierto por unos mantos deshechos por el tiempo.

−¿Qué es?
−Es para vos, idiota –dijo ella, revoloteando los ojos.

El capitán descubrió el objeto, era una larga espada repleta de grabados élficos desde el mango hasta la punta, tenía un solo filo y era ligeramente curva y más fina y liviana que la mellada espada bastarda que el capitán esgrimía con afecto desde hacía años, desde aquella tarde en la que dejó Gland y su oficial superior se la legó para que se abriera paso en el mundo con ella, como él había hecho en su juventud. Ciertamente le había hecho honor aquellas palabras porque ese día fue también en el que partió a la batalla junto a un peculiar explorador a las órdenes de un implacable Juez del sur sin saber que su vida cambiaría para siempre. Desde entonces nunca más volvió a aquellas tierras y lamentó no recordar el nombre del oficial cuando le confesó alguno de estos sentimientos a Sindel, quien ni se molestó en fingir el mínimo interés.

− Lo encontramos con Belara tirado en el templo del agua frente a una escultura –comentó ella–. Tú martillo está todo mellado y este parece haber sido hecho por un herrero experto
−Lo sé, gracias Sindel.

La duelista tenía razón, por más que le costara desprenderse de la espada del oficial, la hoja élfica estaba perfectamente balanceada y demasiado bien conservada, parecía nunca haber sido usada en combate. Dicen que todo guerrero debe conocer la historia del arma al que le confía su vida, pero Valyghar era una persona práctica y no creía particularmente en esas cosas, aunque ciertamente se entretenía imaginando quienes pudieron haber sido los antiguos portadores de las armas que esgrimía. La historia de su hoja solar la conocía bien, había sido un regalo del Juez Montag cuando fue nombrado capitán en Argos, evento del que se sitió muy orgulloso en su momento y que ahora sólo evocaba aquella secreta runa que el Juez había marcado en la hoja para mantenerlo vigilado. Sin embargo su nueva espada no tenía nombre, ni parecía tener un origen claro, ¿qué razones podía tener su anterior amo para abandonar semejante arma? El capitán nunca lo sabría, pero aun así aceptó la ofrenda con gusto, y la espada lo acompañó por mucho tiempo. 

La primera hora de búsqueda, Valyghar y Alexander se mostraron confiados; la segunda indiferentes y la tercera desesperados porque hacía treinta minutos que el pequeño arrollo había desaparecido tras unas rocas. Ciertamente le paisaje era muy distinto al del tenebroso paramo que habían visto durante la noche, la vida desbordaba por donde miraban y sobre ellos se erigían los antiquísimos troncos plateados de inmensos árboles, algunos de los cuales subían para luego bajar y se retorcían abrazando la espesura. Había lugares en que las copas de los arboles incluso llegaban a tapar el cielo y les daba la sensación de que era más tarde de lo que en realidad era. La mayoría estaban de pie sobre sus fornidas raíces pero muchos otros habían caído quizá producto de alguna fuerte tormenta, o quizá simplemente se habían cansado de reinar en el cielo y habían ido por la tierra. El terreno no era llano, estaba constituido por un sinfín de subidas y bajadas que retrasaron hasta más no poder la marcha de los caballos, no había tal cosa como un sendero y a pesar de que el paisaje era tan diverso como los surcos de la corteza de un sauce, era sorprendentemente fácil perderse, algo que los aventureros aprendieron de la peor manera. Cuando se habían alejado lo suficiente de las ruinas élficas comenzaron a aparecer toda clase de aves y animales que se detenían a observar la errática marcha del grupo, posiblemente era la primera vez que veían seres tan singulares como aquellos, caminado toscamente, cubiertos de metal y cargando un sinfín de cosas inútiles que no necesitaban. Los canticos de centenares de aves de todos los colores y tamaños acompañaban la marcha de los aventureros y llenaban sus largos y profundos silencios. En ese sitio no había lugar para no muertos, rebeliones, naufragios, hombres lagarto y proféticas tragedias, por un momento todo ello quedó atrás y los aventureros comprendieron que los Jueces no se acercaban allí, no sólo porque no pudieran usar sus poderes, sino porque el bosque Elondir era una bestia indómita que nunca podría ser gobernada por ningún hombre.


−Bueno muchachos –dijo Sindel cuando el sol del mediodía se posó sobre ellos −, no veo agua y
empiezo a tener algo de sed…
−Continuaremos hasta llegar a la torre –respondió Valyghar sin mirarla, con el orgullo herido.
−¿Y estamos yendo en dirección a la torre? ¡Pensé que estábamos yendo en dirección al agua!
−¿El vino también se echó a perder? –preguntó Alexander con la esperanza de callarla pero luego se arrepintió al ver que la duelista destapó una de sus botella despreocupadamente− ¿Estás segura que se puede tomar?
−Se podía tomar hace unas horas, seguro se puede seguir tomando ahora –afirmó Sindel y empinó la botella.
−¿Desayunaste con vino? –preguntó Alexander extrañado, él y sus compañeros no habían tomado nada y eso comenzaba a pasarles factura.
−El vino puede remplazar todas las comidas –respondió solemnemente− ¿Quieren un poco?

Ambos rechazaron su ofrecimiento más por orgullo que por falta de sed. Siguieron avanzando  mecánicamente hasta que Belara les recordó que no estaban avanzando ningún sitio enumerando uno a uno los peligros de deshidratarse con macabro lujo de detalles. Parecía divertida.

−Muy bien, todo está perdido –dijo Sindel subiendo progresivamente el tono−. Vamos a morir por entrar a un maldito bosque en busca de que nos maten en una estúpida torre ¡No tenemos agua, me estoy quedando sin vino y esto simplemente no tiene ningún sentido!

Tras decir aquellas palabras se sentó en una piedra en señal de indignación mientras Belara trataba de tranquilizarla. Alexander y Valyghar se iban a sumar a la discusión cuando algo los perturbó, había una presencia enemiga; a lo lejos saltando entre los troncos caídos un temible lobo huía desesperadamente cuando desde el cielo una gigantesca ave de presa se precipitó sobre él atrapándolo en el aire con sus dos garras y llevándoselo consigo. Tras ella venían otras dos que inmediatamente se abalanzaron sobre los aventureros chillando, eran una especie de búho gigante con unos terribles cuernos de alce, algo ciertamente temible. Pero aquella no era la presencia que habían sentido, no era la verdadera amenaza, había algo más, algo realmente terrible iba en camino y ambos lo sabían.

Valyghar desenfundó sus armas y le advirtió a sus compañeras sobre la amenaza, pero ellas no llegaron a reaccionar y una de las aves se precipitó con furia desde los cielos sobre Belara. Antes de que pudiera tocarla el León de Argos logró asestarle un terrible golpe, empuñando su espada élfica con dos manos, cortando a la pobre criatura en dos partes y arrojándola sobre unos arbustos. Otra de las bestias embistió a Alexander con sus cuernos pero este rápidamente evadió el ataque, se puso por debajo de la criatura y disparó cuatro flechas. Dos de ellas impactaron sobre su atacante y las otras sobre otra ave que iba en camino, ambas cayeron instantáneamente sin vida.

El verdadero enemigo aun aguardaba y ellos lo sabían cuando otras cinco aves aparecieron en el cielo y entre ellas una era roja como la sangre. La criatura carmesí rugió con furia y Valyghar vio en ella las alas de fuego de las que hablaba la profecía y por un momento imaginó la ciudad de Argos caer, había pasado poco tiempo desde el enfrentamiento contra la terrible bestia cadavérica y las imágenes que había visto entonces estaban más presentes de lo que creía. Sin pensarlo abrió sus manos y sus dos espadas cayeron sobre el suelo.

−Valyghar, ¿qué estás haciendo? –preguntó Sindel mientras ponía a resguardo a Belara.
−Alas de fuego…− logró articular con dificultad cuando la verdadera amenaza surgió de la espesura, volviendo a la realidad.

Una inmensa hidra se alzo sobre la vegetación derribando múltiples árboles y devorando una a una a las aves con sus seis cabezas. El ave carmesí le hizo frente con sus cuernos a una de la cabezas mientras que otra se alzó por detrás destrozándola con un sus fauces. La criatura estaba compuesta de escamas plateadas que a su vez segregaban un fluido viscoso de color verde que derretía todo lo que tocaba como si se tratara de ácido, así era el rastro de desolación y muerte que la bestia iba dejando a su paso por el bosque. Pero lo peor de la sustancia era que emanaba un nauseabundo olor capaz de paralizar a sus presas. El hedor aturdió al grupo, Alexander se cubrió la nariz e hizo que Valyghar reaccionara y fuera por sus armas. Belara por su parte comenzó a descomponerse y a vomitar y Sindel fue en su auxilio. Pero la hidra no tuvo piedad y se arrojó sobre ellos con furia sin darles siquiera tiempo a reaccionar. Una pared de tierra se levantó separando a los miembros del grupo, Sindel empujó a Belara a uno de los lados y una de las cabezas cayó sobre ella, Alexander saltó para evadir las fauces de la criatura y corrió por una de las cabezas para atacarla por la espalda, pero contrariamente a lo que esperaba la bestia tenía dos colas muy largas que arrojó sobre él apresándolo como si fueran tentáculos. 

¡Una temible hidra ruge en el Bosque Elondir!

Entre los terribles alaridos y la tierra envolviéndolo todo, dos cabezas envistieron contra Valyghar pero él rápidamente evadió la primera moviéndose a un lado y pasó bajo la segunda rodando hacia sus armas. En ese momento otra de las cabezas se precipitó sobre él y antes de que pudiera reaccionar los colmillos de la bestia ya habían penetrado su armadura. De todas formas ya era demasiado tarde, para ese momento él ya había recuperado la compostura y junto con ella sus dos espadas. Con fuerza rugió y una de las cabezas salió volando desprendida de su cuerpo cubriendo todo con ese repugnante fluido viscoso; la hidra se estremeció de dolor levantando sus largas y serpentinas cabezas para centrar su furia en el León de Argos. Sindel seguía agarrada a una de las cabezas intentando -sin mucho éxito- que su estoque penetre las escamas mientras que el arquero estaba prácticamente inmovilizado aunque había logrado liberar una de sus manos en la que sostenía una vara particularmente peligrosa.

−¡La bola de fuego no! –gritó Sindel al verlo y trató, sin éxito, de sacar la espada de entre las escamas y ponerse a cubierto.

Una gran explosión estalló sobre la hidra envolviéndola, a ella, en llamas junto con Alexander. La criatura arrojó con fuerza al arquero pero este rápidamente dio un giro para mantenerse erguido y empuñó nuevamente su arco. Sindel por su parte logró agarrase de la rama de un árbol cercano, estaba a salvo o al menos eso pensó antes de corroborar que las mangas de su camisa aún estaban en llamas.

El fuego se había mezclado con la hedionda sustancia que segregaba la criatura liberando un vapor tóxico que marchitaba las plantas y nublaba la visión de los aventureros. La bestia jadeaba sin dejar de observar con sus numerosas cabezas a sus presas, claramente estaba enojada. Un terrible alarido resonó por el bosque y la hidra cargó contra los aventureros destruyendo todo a su paso, una de las cabezas se incrustó en el suelo frente a Alexander tragando tierra y piedras mientras que él rápidamente saltó sobre ella y tensó el arco para disparar. En ese instante una de las colas se abalanzó sobre su cabeza pero él rápidamente la esquivó, ya no volvería a caer en el mismo truco.

Con sorprendente destreza Valyghar saltó sobre una de las cabezas evadiendo el primer ataque, pero otros dos lograron impactarlo con gran fuerza incrustándolo contra el suelo, levantando nuevamente la nube de tierra. Pero aquello no lo detuvo, el León de Argos cortó una cabeza en dos partes y corrió hacia la criatura abriéndose paso con sus dos espadas. La danza fue rápida y letal y para cuando terminó la bestia yacía a sus pies y él se alzó sobre ella cubierto con su sangre.

Los aventureros se quedaron en silencio recuperando el aliento mientras contemplaban el resultado de la batalla, había trozos de madera por todos lados, los restos de los pájaros cornudos se encimaban sobre los de la hidra y a su alrededor yacían abatidos una decena de árboles que seguramente habían estado en pie durante siglos contemplado batallas tan terribles como aquella. Todo estaba cubierto por aquella pútrida sustancia viscosa. Valyghar se preguntó cómo un ecosistema como aquel podía mantenerse en pie con semejantes criaturas y  cuántas danzas como aquella se habrían librado desde los inicios de los tiempos en aquel mundo salvaje en donde sólo el fuerte sobrevive. 

−¿Qué mierda era eso? –preguntó el capitán, quitándose el fluido viscoso de la cara− ¿Belara, Sindel, están bien?

A unos pocos metros Belara intentó hacer un gesto pero las náuseas fueron más fuertes y sólo se limitó a proferir un largo vomito que se terminó de llevar lo que había comido en el desayuno. Por su parte Sindel se levantó entre los troncos tan enojada como chamuscada.

−¿Dónde está ese hijo de re mil…? −gritó mientras se levantaba y extendió sus manos sobre el arquero.
−Era la mejor de las opciones que teníamos disponible –dijo Alexander con tranquilidad−. Sabía que nada te…
−¡Si lo haces de nuevo te juro que vas a tener esas visiones a distancia! –dijo Sindel zarandeando del cuello− ¡No vuelvas a tirar una bola de fuego donde estoy yo! ¿Entendiste?
−Sí… −articulo el arquero mientras trataba de respirar−. Me quedó claro…
−¿Estás bien Alexander? –preguntó Valyghar, más tranquilo al ver que el peligro había pasado y que todos estaban tan bien como podían estar.
−Sí, no esperaba algo como esto –respondió Alexander recuperando el aliento−. Belara perdió mucho líquido, tenemos que encontrar agua rápido.
−De hecho tienen un poco de razón –dijo Sindel mientras llevaba a su amiga a un lugar alejado−. No sé cuánto tiempo le quede a Belara…
−¿¡Como que me queda poco tiempo!? –gritó ella aun mareada
recciones menos por las que buscar...aba por ac arquero

s toda chamuscada−. Esta cosa debe haber descompuesto el agua que estaba por su camino, ya hay dos direcciones menos por las que buscar…

Como si estar deshidratándose en una jungla llena de mortíferas criaturas fuera poco, los aventureros se llevaron otra ingrata sorpresa, al parecer mientras luchaban las monturas gobernadas por el pánico habían huido junto con sus raciones de viaje y otros valiosos objetos en los que prefirieron no pensar. Nuevamente otra gran disyuntiva se hizo presente: gastar sus energías buscando el agua a pie o seguir las débiles huellas que los caballos -o alguna otra criatura similar- habían dejado. A esta altura la impericia del arquero, el solado, la mercenaria y la maga estaba más que demostrada y la elección debía ser tomada con cuidado porque podría ser la última. Naturalmente este cuidado no existió y sin discutirlo demasiado Alexander fue en busca de los caballos y Valyghar lo siguió.

Consecuentemente y con la misma naturalidad una hora más tarde los aventureros seguían sin agua y sin caballos pero el conjunto de huellas que habían seguido -algunas propias otras ajenas y ciertamente ninguna de las monturas- los había llevado a una antigua estructura que no figuraba en los mapas y que a duras penas había sobrevivido al paso del tiempo. Eran unas largas escalinatas de lo que quizá había sido un puesto de vigilancia, una granja o cualquier cosa. La estructura ostentaba la inconfundible arquitectura élfica en donde la que las líneas eran poco comunes en comparación de los arcos y los ya desvanecidos grabados. Ciertamente el trabajo del mármol de los elfos era algo digno de admiración para todo aquel que no lleva más de cinco horas caminando bajo el sol sin agua. Valyghar se sorprendió frente a una antiquísima puerta trampa que llevaba a las entrañas de la tierra y la abrió.

−¿Enserio quieren ponerse a buscar calabozos en este momento? –lo interrumpió Sindel.
–No necesariamente es un calabozo…–dijo Alexander tanta curiosidad como sed.
–Claro puede ser que alguien guarde provisiones como agua y armas mágicas –dijo el capitán sin mucho convencimiento.
–Eso empieza a sonar como un calabozo y no sé si quiero tomar las raciones que alguien pudo haber dejado acá hace quinientos años…–comentó Sindel–. Pero lo que más me intriga es lo siguiente: ¿cómo sobrevivieron tanto tiempo ustedes dos solos?
–Puede que la idiota tenga un punto –le susurró Valyghar a su amigo.

Con el pasar de las horas la sed se volvió más ríspida y el calor insoportable. La elección de continuar con la búsqueda de los caballos podría condenarlos a deshidratarse aunque, como sugirió Belara, quizá las monturas ya habían encontrado aquel preciado bien y encontrarlas implicaba encontrar el agua.

Por fortuna la mediana tuvo razón y tras otra hora de ardua búsqueda los aventureros encontraron a las monturas en un paradisíaco claro en el bosque, frente a un cristalino manantial y una pequeña cabaña. Las hojas de los árboles que los rodeaban iban de colores rojizos a purpureo y parecían meneaban con y contra el viento. Los caballos por su parte aún estaban nerviosos y alterados y cualquier movimiento brusco podría hacer que huyeran nuevamente, Alexander dio un paso hacia ellos pero Sindel lo detuvo y sutilmente le señaló las copas de los árboles. Lo que a primera vista parecían ser hojas en realidad eran miles de mariposas posadas unas sobre las otras cubriéndolo todo. 


–Esas no son mariposas cualquiera, hay que tener cuidado, tiran un polen cuando se defienden que tiene determinadas propiedades alucinógenas –advirtió Sindel con cuidado–. Se usa en determinados círculos recreativos, no es que yo los haya probado, no…
–Están saliendo de la hibernación –aclaró Belara, fascinada– pero en cualquier caso si llegan a asustarse por los relinchos de los caballos van a salir al mismo tiempo y eso no va a ser recreativo…
–Quizá esto pueda resolver el problema –propuso Alexander señalando la vara de bolas de fuego.
–¡Estas criaturas forman una parte integral del ecosistema de este lugar! –le reprochó la mediana indignada–. Además si se fijan esos árboles en los que están posados tienen forma humanoide, no son meros árboles, son peligrosas criaturas. –Se detuvo–. Alguien debería ir hasta allá, calmar a los caballos sin alarmar las mariposas y los árboles y volver.
–Claro, ¿qué podría salir mal? –preguntó Sindel con infinito sarcasmo.
–Yo lo hare –dijo Alexander con determinación.

El arquero caminó lenta y silenciosamente hacía las monturas, uno de los árboles se movió sutilmente y algunas mariposas levantaron vuelo, todo parecía tender de un delgado hilo que en cualquier momento iba a romperse desencadenando una catástrofe. Alexander tomó aire, recordó las enseñanzas de su maestra y continuó caminando con la convicción de que todo estaba en allí en su sitió fluyendo o danzando bajo un sutil balance no debía, ni podía ser perturbado. Rhadika decía que los seres finitos tienen dos opciones, ser arrastrados por la totalidad de lo que existe o actuar conforme a sus leyes para poder trasformar aquello que es pasible de ser trasformado, de eso se trata la vida. Y así lo hizo Alexander, con solemne paz el arquero se dejó llevar y logró transmitir aquella sensación a los caballos, ellos se le acercaron reconfortados y sin mayores dificultades juntos salieron de aquel sitio.

Los aventureros considerando que ya habían tentado suficiente a la suerte e inmediatamente dejaron aquel paramo y se dirigieron hacia el otro lado de la pequeña laguna, lejos de las peligrosas mariposas y cerca de la misteriosa cabaña. Allí bebieron lo que no habían bebido en mucho tiempo y cargaron sus cantimploras.

–Buen trabajo, chico –lo felicitó Sindel, reconfortada–. No puedo creer que no hayamos terminado drogados luchando contra los árboles y teniendo sexo con los caballos…
–Una vez más, la no participación de Sindel hizo que todo saliera bien –comentó Valyghar con tono burlón recordando la lucha contra la hidra–: ¡Gracias Sindel!
–Si no fuera porque les advertí de las mariposas estaríamos bailando desnudos y abrazando los árboles…
–¿Qué habrá en aquel sitio? –preguntó Alexander señalando la cabaña.

El lugar estaba corroído por el tiempo y claramente abandonado, en el interior había restos de telas y muebles desvencijados que no parecían ser élficos. Mientras buscaban objetos que les fueran útiles los aventureros divagaron divertidos con lo que aquel sitio pudo haber sido en su momento, ¿habría sido una casa de campo de algún elfo antes de que los Jueces llegaran o quizá aquellos dominios le habían pertenecido a un traficante de polvo de mariposa? Independientemente de lo que haya sido aquel sitio, el grupo encontró bajó el suelo un pequeño y antiguo cofre con monedas de oro blanco con un sello desconocido, una estatuilla de mármol, mapas ininteligibles y un pergamino mágico, con lo que parecía ser un sortilegio de curación, que Belara monopolizó. ¿Sería quizá aquel cofre el último recurso que algún elfo había dejado atrás cuando su mundo se derrumbó y que jamás había llegado a reclamar? Nadie podría asegurarlo, lo único cierto era que los tiempos de los elfos habían pasado y que su historia se había perdido.

Considerablemente más relajados y en medio de estas delirantes historias los aventureros subieron al techo de la cabaña para contemplar las nacientes dos lunas en el cielo crepuscular y se sorprendieron al ver que la Torre Blanca que dividía el firmamento estaba más cerca de los que pensaban. Desde allí se podía contemplar que la torre no era lo único que los elfos habían dejado atrás, era en realidad la máxima expresión y el centro de lo que parecían ser las ruinas de una inmensa ciudadela protegida por grandes muros que brillaban a la distancia como si fueran de cristal.

–Es increíble que esto no esté en ningún mapa –comentó Alexander, maravillado.
–Es increíblemente problemático –repuso Sindel, imaginado lo que vendría.
–Claramente no llegaremos el día de hoy –continuó Belara.
–Este sitio no es seguro –advirtió Valyghar mirando a la oscilación de las mariposas al otro lado del lago–. Sigamos avanzando hasta que anochezca.
–¿Qué demonios es eso? –dijo Sindel, pálida.



A lo lejos a los pies de la Torre Blanca bajo el cielo rojo, el grupo contemplo como un colosal autómata se alzaba sobre las ya de por sí gigantescas estructuras de la ciudadela. La magnificencia del artefacto era soberana, incomparable con lo que cualquier artífice mediano pudiera hacer e incluso la terrible araña mecánica con la que el Fénix Negro había atacado Teknoran años atrás parecía un cacharro ante semejante creatura. El artefacto se detuvo como si pudiera verlos a la distancia pero luego giró y prosiguió su eterna vigilancia hacía otro sitio. No había dudas de que aquel ser pertenecía a un mundo perdido y olvidado.

–¿Estamos seguros que Denkel sobrevivió? –preguntó Valyghar en voz alta, sin pensar.
–¿Estamos seguros de que queremos ir ahí?–dijo Sindel lentamente–. Tengo una idea, ustedes encuentren a Denkel mientras Belara y yo los esperamos en el Mesón de la Espada Dorada…
–Es increíble –dijo Alexander más maravillado que antes– ¡De esto hablaba Montag en tu historia, Belara!
–Sí, es impresionante que algo así pueda moverse después de tanto tiempo, parece que está en plenas condiciones operativas –dijo ella igualmente admirada–. Miren como rastrea toda zona ¡Apuesto a que nada puede pasar por debajo de esa cosa sin ser detectado!
 –¿No planeamos reconsiderar nuestro plan? –preguntó Sindel, en vano.
–No hay otra opción –dijo Valyghar con determinación.
–Quizá esta sea otra de las razones por las que la ciudad se mantuvo en pie a pesar del dominio de los Jueces –comentó Alexander.
–Una vez Ed me comentó que tenía la teoría de que, antes de la fundación, de Arcadia los diferentes reinos tenían gigantescos artefactos guardianes. Quizá se refería a esto.
–Tu primo logró entrar y salir de allí, así que tiene que haber una forma –comentó Sindel destapando una botella–. Supongo que si vamos a morir de una forma horrible, aplastados por una cosa gigantesca tiene que ser de noche…
–No importa lo que tengamos adelante –concluyó Alexander con renovada determinación–. ¡Si no podemos evitarlo entonces lo destruiremos!

~ ~ ~

Notas para recordar: 
  • Alexander finalmente les revela a Valyghar, Sindel y Belara, que ha tenido visiones premonitorias desde hace tiempo. Comparte su visión de la Barrera Canon, y de la Valyghar muriendo frente a una bestia alada que incinera todo Argos. 
  • Valyghar recibe una espada élfica con grabados rúnicos, que Sindel y Belara encontraron en el Templo élfico del Bosque Elondir. Con ella, reemplaza la espada que sus superiores le dieran como regalo de despedida al abandonar su pueblo natal. 
  • El grupo de aventureros diambuló por el Bosque Elondir al borde de la deshidratación, combatieron contra una hidra, evadieron una colmena de mariposas alucinógenas, y consiguieron recuperar sus provisiones, caballos extraviados y agua. 
  • Rodeando la Torre Blanca, el grupo divisa una enorme ciudad élfica en prístinas condiciones. Y, caminando por ella, un gigantesco autómata de colosales dimensiones. 


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