Primera parte de un recuento y rememoración de mi experiencia volviendo a jugar
World of Warcraft en su versión
Classic. Sociabilización y escapismo en tiempos de pandemia, cambios generaciones de perspectiva y estilo, nuevas aventuras en viejas tierras, y el mejor grupete de personas que un mago puede pedir para wipear.
Un portal hacia el pasado para escapar de la Plaga
Hace no tanto se hizo muy popular un video de CarbotAnimations que, en su primer minuto, mostraba el entusiasmo, diversión y alegría que experimenta(mos) los jugadores originales de World of Warcraft. En este blog hay alguna que otra entrada sobre mi tiempo jugando Wrath of the Lich King, la segunda expansión del WoW, durante el 2010. Pero, si tuviese que resumir a los ponchazos mi relación con el juego, la dividiría en un prologo y tres actos. El prologo con un joven Nuntius que, a los tropezones, descubre tanto los RTS como el género mismo de la fantasía de la mano del Warcraft 2 y que aún recuerda la sincera emoción al ver el anuncio de que Blizzard (¡aquella impoluta e implacable compañía!...) sacaría un Warcraft 3. Un primer acto, con un menos-joven Nuntius que descubre que ¡iban a sacar un MMORPG en Azeroth! y, tras encontrar el servidor privado WoWFenix, arma su primer personaje: el mago gnomo Tom Ramgast, un veterano de la Segunda Guerra que hablaba siempre manteniéndose in-character (para diversión de algunos y molestia de otros, jaja). La idea de un MMORPG que, a diferencia de el Ragnarok Online o el Lineage II, tuviese quests que modificaban lo que hacía tu personaje a cada momento (...ponele), mientras daban a cada acción una historia y un propósito me voló la cabeza. Me sentía literalmente trasportado a un mundo de fantasía ¡y no a cualquier mundo! Me encantaba explorar aquellos reinos y locaciones en los que tantas batallas había librado en el Warcraft 3 y (principalmente) en el 2: la capital de Lordaeron, los arrasados castillos de Stromgarde y Alterac, los eriales a la base de Blackrock Spire que vieron la heroica caída de Lord Lothar, las praderas de Kalimdor, las tierras de la Plaga. En WoW Fenix se armaría también una pequeña pero fuerte comunidad de jugadores, que incluyeron a memorables figuras como el jovial Adma, amigos entrañables como CrisFenix, Toncolon y Feadur, y el insondable líder implícito de la Alianza: Otaxeq. En aquel (creo) 2006/2007, yo no tenía absolutamente ningún ingreso, y fue únicamente gracias a la infinita generosidad de este sacerdote elfo de la noche que pudo comenzar el segundo acto, el 15 de julio del 2007 (algo después del inicio de Burning Crusade). Otaxeq me regaló una cuenta para jugar "al Ofi" y me puso en contacto con ...ehhm... "métodos alternativos" para pagar la subscripción mensual utilizando oro del juego. Como forma de humilde agradecimiento, le pedí que me diga qué clase necesitaban en su guild, y así nació el druida tauren Astterion. Incluso habiendo "tenido" que cambiar de clase y facción, en aquel entonces no podía creer que estaba jugando un servidor oficial de WoW (Ragnaros, para ser más específico). Ahora no solo podía recorrer esos escenarios y tierras de antaño, ¡sino que todo funcionaba! ¡y el servidor estaba lleno de gente! Incluso teniendo que pasar buena parte de mi tiempo de juego minando minerales para poder pagar la subscripción, la experiencia de exploración y descubrimiento constante era realmente mágica. Más aún, la comunidad de WoWFenix había migrado casi en su conjunto y todos nos paseamos por guilds como "Sangre", "Sed de Sangre" y los "Avatares del Caos", con lo que el vínculo social y afectivo y no hacía más que fortalecerse por chat y Ventrilo. En esta parte los detalles se vuelven un poco borrosos, pero parece que (a pesar de algunos lapsus, probablemente generados por mis incipientes estudios universitarios) entre mis modestos logros estuvo llegar al nivel máximo, derrotar a Grull y Magtheridon, saquear la torre de Karazhan, confrontar a Archimonde en las Cavernas del Tiempo y vencer a Zul'Jin, héroe de la Vieja Horda durante la Segunda Guerra. Lo que es seguro es que, hacia julio del 2008, mi druida (ya por entonces renombrado "Nuntïus") se sumergió en el sueño esmeralda y tan solo despertó para viajar a Northrend hacia el final de la siguiente expansión. Un nuevo ciclo de exploración, aventuras, amistades y redescubrimientos, que duró desde diciembre del 2009 hasta mayo del 2010 y que concluiría con una peculiar derrota en la batalla final contra mismísimo Rey Liche.
Teniendo esto como contexto, pasemos ahora al presente. Estamos en febrero del 2021. Ya pasaron más de diez años desde que, precisamente durante la batalla contra Arthas, descubriese que los MMORPG "ya no eran para mi" y no volviese a tocar uno. Sin embargo, estamos en febrero del 2021. Llevo un año de tomarme muy en serio (... tal vez, demasiado en serio) las medidas restrictivas de aislamiento social provocadas por la pandemia mundial de COVID-19. Y, sin una clara esperanza de un retorno inmediato a la normalidad, veo en una Blizzcon que anuncian la salida de The Burning Crusade Classic para más adelante en el año. Aprovechando que finalmente tengo una computadora que puede correr bien el WoW (¡algo que nunca antes había pasado!), rememoro esas fantasías escapistas de viaje, exploración y aventura. Recuerdo las horas chateando sobre boludeces, las carcajadas por voice-chat, el sentimiento de camaradería y amistad forjado en el fragor de lúdicas batallas, el sentimiento de libertad y maravilla mientras recorría inhóspitos y desconocidos panoramas. Porque, claro... no es muy difícil imaginar que mucha de la belleza que encontraba en el WoW, y del impacto que tuvo en mí venia dado por las fantasías escapistas que (sin que yo lo supiera del todo) me acercaban aspectos de la vida a los que, por aquel entonces, yo no podía (o no sabía cómo) acceder de otro modo. Pero, ¿acaso no se repetía, por razones totalmente distintas y mucho más explicitas, algo de eso nuevamente? Así fue como el 20 de febrero del 2021 decidí, de un modo deliberado e intencional, volver a buscar en esas fantasías escapistas aquellas cosas que la pandemia continuaba arrebatando de mi mundo: viaje y aventura, sociabilización y nuevas amistades, camaradería y diversión.
Un Azeroth distinto
Lo primero que descubrí al intentar volver a mis raíces fue cuanto había cambiado todo. Por un lado, el ritmo del juego, cómo se relacionaba entre sí su comunidad, como "consumía
" el contenido, por otro lado, yo mismo me descubría (para mi sorpresa y alivio) jugando, priorizando y sintiéndome bastante diferente a cómo lo recordaba. Constantemente se daba esta combinación de rememoración y nostalgia, acompañada de un marco sentimiento de cambio y diferencia. Primerísimo ejemplo: nada de druidas, ni de la Horda. Volvería a mi elección original, a mi fantasía primigenia, ¡un mago de la Alianza! Pero, inmediatamente, el contraste: incluso disfrutando del roleo, incluso disfrutando del escapismo y la fantasía, ya no tenía ganas de interpretar a "otra" persona. Lo que quería, en todo caso, era una versión fantástica de
mi, una deliberada proyección de mi persona que pudiese hacer aquellas cosas que de momento no se podían. Y así es que, en vez de un gnomo carismático nació otra encarnación de Nuntius (con ese pelo largo que solía tener en aquel entonces, y esa barba desaliñeada que los años me han regalado). No solo eso, sino que los años también me habían dado una noción más clara de que buscaba y de que
no buscaba en un juego (y en este juego en particular, en este momento tan peculiar). Desde el comienzo priorice armar un personaje que me gustase por encima de uno que fuese el más óptimo posible. Elegí Alquimia y Herboristería como profesiones, no por ser las mejores, sino porque me gustaba juntar plantitas mientras recorría bosques, páramos y praderas, y porque la idea de ser un hechicero alquimista me parecía genial. También había aprendido a superar lo que suelo denominar "el síndrome Diablo": esa tendencia de acumular los ítems consumibles "para el momento importante" en vez de disfrutarlos en el momento, que termina haciendo que enfrentes a Diablo con el quintuple de pociones que necesitabas. A cada momento mi mago alquimista preparaba elixires con hierbas recién cortadas para obtener una ventaja extra en la batalla. En esta misma línea, me aseguraba que el modo en que mi personaje se viese me resultara agradable, y me rehusaba terminantemente a vestirme como un payaso para sumar un par de puntos de intelecto o mana. Estaba decidido a
disfrutar de la experiencia, oler las flores (virtuales) y ver todas esas quests de la Alianza que nunca pude hacer en un servidor oficial.
Curiosamente, se hizo inmediatamente claro que este no era el modo en que "se jugaba" al WoW ahora. Aquí comencé a sentir el mencionado cambio de la comunidad, aunque en la dirección directamente opuesta. La mayoría (o, al menos, la porción más vocal) de los jugadores parecían
obsesionados con optimizar absolutamente todos los aspectos del juego. . . a excepción de la diversión. Y si, entiendo que el comentario es un poco inapropiado, porque alguien puede encontrar su diversión precisamente en eso. Pero mentiría si dijese que esa era el clima que yo captaba en el juego. Una porción enorme de los jugadores prácticamente no hablaba con otros jugadores, e intentaba pasar lo más rápido posible por el contenido. Quienes no miraban una guía sobre cómo saltearse cosas para llegar más rápido a nivel máximo, directamente pagaban un servicio de "boost" y se iban AFK mientras un mago subía de nivel su personaje. El contraste con el nivel de inmersión, reverencia y apreciación por el juego que yo recordaba era desconcertante. Antes fantaseábamos con la idea de combatir en equipo contra una dragona como Onyxia o imaginábamos cómo sería luchar contra el mismísimo Kel'Thuzad en la necrópolis de Naxxaramas. Ahora, la gente competía por ver quien mataba al boss en menos tiempo, y parecía dispuesta a descartar toda clase y/o jugador que no fuese la mejor opción matemática para tal fin. Antes todo era un viaje, un épica, una historia. Ahora todo era una carrera: para ser el primer nivel 60, para llegar a 60 antes que otro, para terminar antes el raid, para subir más eficientemente la profesión más eficiente, etc. Este contraste entre lo que yo recordaba/buscaba y lo que veía en tantos jugadores me interpeló desde un primer momento, señalizando con cierta incomodidad la sutil futilidad de intentar revivir el pasado.
La "Experiencia Classic"
Aún así, y gracias a lo tozudo que puedo llegar a ser, conseguí encontrar y cultivar aquellos aspectos del juego que fui a buscar. Todo el proceso de questeo y subida de nivel tuvo un sabor muy rolero, muy agradable. Intenté ir a zonas "nuevas" para mi, en las que no hubiese questeado antes con Ramgast o Nuntïus, y que me permitiesen visitar partes de Azeroth que tenía "pendientes". Por como está diseñado el juego, es imposible subir de nivel en todas las zonas con un único personaje, pero aún así pude hacer misiones en zonas como
Redrirdge Mountains, Searing Gorge, Hinterlands y
Western Plaguelands (siendo la primera una zona cuya estética me causaba
mucha envidia cuando jugaba con la horda). También pude saldar algunos viejos pendientes, como lo eran terminar toda la cadena de la Hermandad Defias y hacer la quest de la hija de Magni. Gracias a esto, mi personaje tiene guardados entre sus mementos un par de anillos obsequiados por dos de los más importantes reyes de la Alianza (
1 y
2). Además, completé con obstinada diligencia todas las misiones de clase que me ofrecían en la Torre de Magos de Stormwind. La primera de ellas, y el primer "gran viaje" de mi personaje, quedó bonitamente registrado en este video de
La Misión de Mauren. También volvieron todas esas "pequeñas incomodidades" que le daban cierto sentido de relevancia, impacto y épica al viejo juego: las misiones dificiles contra monstruos élite que (en general) requerían formar grupos para vencerlos. La constante carencia de dinero, y el tener que balancear los gastos y el aprovechamiento de las profesiones para llegar a comprar una montura en nivel 40. Las cadenas de quests que terminaban en alguna larguísima mazmorra, y los largos viajes (a veces de un continente a otro) que eran necesarios para llegar a las ellas. Y, como se ve en el video de Mauren, ¡el pvp de mundo abierto, con los jugadores de la Horda acechando a cada paso! Esto se fue volviendo progresivamente más problemático y molesto, a medida que fui notando lo ... bueno... "poco orgullosa y solidaria" que podía ser la Alianza para con sus miembros. Este fue otro de los contrastes radicales con como recordaba yo el juego, siendo que antes (o, al menos, en la Horda) juraría que bastaba con que alguien diga en el chat de zona que estaba siendo molestado para que varios jugadores fueran a asistirlo por el mero placer del combate y de defender la supremacía de su facción. La forma en que se jugaban las mazmorras también había cambiado radicalmente: siendo un mago, fui emocionado a buscar esos metódicos procesos de "crowd control" en los que cada personaje se asignaba una función y, entre polimorfias e incapacitaciones, se dividía calculadamente la cantidad de enemigos que se enfrentaban por vez. En cambio, encontré que me decían: "Ya nadie hace las mazmorras así, toma demasiado tiempo. Sos mago, te van a pedir que hagas AoE y ya". En mi corazón, esto se sentía como una falta de respeto a la gracia y complejidad del contenido. Una vez más, dejábamos de ser aventureros enfrentando épicos desafíos para volvernos
gamers intentando optimizar el
clear run time y
dps. Disfruté mezquinamente cada vez que ese enfoque fallaba, pero también aprendí a aceptar lo muy seguido que efectivamente funcionaba.
Creo que fue alrededor de este tipo de cosas que empecé a entender que, incluso si el juego era el mismo, nosotros habíamos cambiado: el acceso a la información, la pericia, el tiempo para jugar, todo había cambiado. Allá por el 2006 no existían las Wikis, ni existía WoWHead o un YouTube tan desarrollado como ahora. Las guías (si existían) se leían por Gamefaqs, estaban enormemente incompletas y eran imprecisas. El juego se sentía un mundo atrapante y misterioso porque en buena medida lo era. La gente dialogaba más entre sí y formaba lazos de camaradería y cooperación, en parte, porque lo necesitaba. La información no estaba inmediatamente disponible a cualquiera. Había sujetos con conocimientos verdaderamente esotéricos y arcanos acerca de aspectos muy específicos del juego y, en buena medida, todos estábamos aprendiendo sobre la marcha. En la enorme mayoría de los casos, la solución que realmente ofrecía los mejores resultados para un problema era preguntarle a mucha gente qué sabía al respecto. Naturalmente, y como se ha repetido mucho desde la salida de WoW Classic, esto implicaba que todos éramos bastante peores jugando de lo que somos ahora. Encuentros que recordábamos épicos y complejos, misiones difíciles y mecánicas indescifrables, hoy nos parecen triviales... porque la solución a todas ellas nos resulta trivialmente accesible. En mi humilde opinión, esto ha hecho que lo que antes era misterio, aventura y descubrimiento se transforme en receta, trámite y mero consumo.
Afortunadamente, el timing para comenzar a jugar fue bastante acertado: así como yo, muchos otros jugadores habían recordado la existencia de WoW Classic gracias al anuncio de la Blizzcon. Una multitud de personajes nuevos comenzaron sus aventuras al mismo tiempo que yo y se encontraban haciendo las mismas misiones y mazmorras que yo. Mejor aún, ¡había incluso jugadores que estaban teniendo sus primeras experiencias en las tierras de Azeroth! El ver como un (entonces) aprendiz de mago llamado Strohzar se entusiasmaba al descubrir las infinitas facetas del juego, o como el guerrero elfo Nudebandit atravesaba emocionado el Continente del Este para tankear por primera vez el Monasterio Escarlata, traía hermosas reminiscencias de experiencias y emociones pasadas. Estos jugadores, y otros tantos en posiciones más afines a la mía, realmente parecían apreciar y maravillarse con la fantasía de este mundo virtual. Esto contrastaba gratamente con los silenciosos chats de las zonas, totalmente carentes del tipo de humor, pavoneo y entretenimiento mutuo que constituía clásicos chats como el de Barrens (Horda). Siguiendo estos encuentros fue que terminé en mi primera guild latina:
Khazad Dum, y encontré lo que (sin ningún lugar a dudas) ha sido lo mejor que toda esta experiencia me ha dejado: el grupo de compañeros e incipientes amigos que hemos dado en llamar "Los TITANES del Wipe". El grupo nació, sin saberlo, cuando cinco miembros de Kazhad Dum unieron sus fuerzas para luchar contra los orcos elite del BlackRock Clan que amenazaban Lakeshire, y a su vil lider:
Ghath'Ilzogg. A partir de esa batalla, el druida Nekomimimode, el pícaro Poyk y el brujo Henryloh (quienes se conocían ya con anterioridad) se encontrarían juntando fuerzas con el mago Nuntius y un tanke de turno, para asaltar mazmorras y completar misiones difíciles mientras subían de nivel. En un comienzo, ese tanque solía ser el ya mencionado Nudebandit, quien desconocía el idioma común de las tierras latinas y para quien Nuntius debía servir como interprete y traductor. Este quinteto consiguió superar todas las alas del Monasterio Escarlata, así como asistir en la recuperación de la capital perdida de Gnomeregan y hasta asaltar las guaridas de los Razorfen. Sin embargo, no fue hasta que el guerrero humano Ardoz reemplazara a un ausente Nudebandit mientras explorábamos las condenadas ruinas de Uldaman (y que Henry cambiara su identidad a la de la sacerdotiza enana Airissu) que el grupo terminó de afianzarse. El equipo que formamos con Ardoz, Neko, Henry (Airissu) y Poyk nos llevó por casi todas las mazmorras del juego original. Conseguimos saquear el Templo Sumergido de Hakkar, asaltar la ciudad enana en las Profunidades de la volcánica montaña Rocanegra y vencer, junto con otros cinco aventureros, a los remanentes de la Vieja Horda y a los dragones negros que ocupaban su Cima. Exploramos la ciudad ardiente de Stratholme, purgamos a los no-muertos que la asediaban, y desbaratamos el último bastión de la Cruzada Escarlata. Nos infiltramos en Scholomance y vencimos a los nigromantes que auspiciaban como sus rectores. Nos escabullimos por los pasillos de Dire Maul (¡usando mis
pociones alquímicas! |
screenshot) y fuimos coronados reyes de los ogros tras liberarlos de su antiguo patriarca. Con Neko hasta tuvimos la suerte de colarnos en lo que bien puede haber sido la última expedición al Núcleo de Magma (
Molten Core), consiguiendo cumplir uno de mis sueños de antaño de asistir a un raid de 40 personas . . . ¡y hasta obteniendo una
túnica épica para recordarlo! A medida que se sumaban las aventuras, las proezas, las pulls metódicos "a la Nauti" y las imposibles sobrevividas a pulls accidentales, aquel viejo sentimiento de amistad y camaradería se iba formando al fragor de lúdicas batallas. Y todos festejamos y acompañamos cada vez que uno de nosotros alcanzaba llegar al nivel máximo (60).
Las anécdotas son demasiadas para sumariarlas en esta, ya demasiado extensa, entrada. ¡Y varias podrían ser una entrada entera en si mismas! La capa que tejió Kazumina con la perla que encontramos en Los Páramos, desafiar al hechicero en la cima de la Torre Ilgazar con junto a Strohzar, ¡y que luego tejiese una toga para conmemorar nuestra victoria!. El progresivo aprendizaje (y desaprendizaje) del crowd control. Las escaramuzas contra la Horda a cada momento, las frustrantes peripecias en Uldaman y el fatídico run en Blackrock Depths que acuñó el nombre "los TITANES del Wipe". Megel.
Esa vez que la Alianza ganó un battleground, Airissu y las nubes de ácido en Maraudon (4man). El Ardoz volador. ¡La progresiva venta de pociones alquímicas en la casa de subastas para conseguir un primera montura al llegar a nivel 40! Los "atajos" de Poyk, los cofres de Poyk, el DPS de Poyk. Esta pequeña selección de screenshots no es más que una gota en un océano de amenidad. Y, naturalmente, los buenos momentos continuaron cuando todos nos preparamos para cruzar el portal oscuro a Terrallende. Pero dejo esa rememoración para la siguiente entrada.
Algunas cositas más:
- Llegué al pre-parche de TBC siendo nivel 55, y habiendo jugado 271hs (distribuidas en algo así como 3 meses). En ese tiempo hice aproximadamente 38 expediciones a mazmorras, de las cuales 6 terminaron en derrotas definitivas.
- Alcance nivel 60 a las 298hs de juego, durante el pre-parche de TBC. Para entonces sumé 9 expediciones exitosas a mazmorras (incluido un grupo de diez personas a Upper Blackrock Spire), y un épico fracaso a Molten Core que recuerdo con mucho afecto.
- Las zonas de questeo, en orden, fueron: Elwyn Forest, Westfall, Redridge Mountains, Duskwood, Hillsbrad Foothills, Alterac Mountains, Arathi Highlands, Dustwallow Marsh (...como putié con la Horda acá, por dios...), Swamp of Sorrows, Desolace, [muchos dungeons], Feralas, Hinterlans, Searing Gorge, Azhara y Western Plaguelands.
- Además de los mencionados anillos, montura y toga, otros mementos son el Pearl-Clasp Cloak tejido por Kasumina que marcó la primera interacción social interesante con otro/a jugador/a, la Gray Woolen Robe que tejió Strohzar tras la batalla de Ilgalar (y la correspondencia rolera que intercambiamos para ello), una Large Knapsack que me obsequió Nudebandit en lo que prácticamente fue nuestro última mazmorra como equipo, el Thawpelt Sack que conmemoro terminar con todas las quests de Uldaman, y el Swift White Stead que conseguí justo a tiempo para cabalgar hacia el Portal Oscuro.
Primeras conclusiones
Creo que mi experiencia con el World of Warcraft Classic claramente fue positiva y que definitivamente conseguí lo que buscaba. Fueron un par de meses de juego intensos. Y, aún así, no tanto como estilan algunos jugadores "hardcore" (como tal vez lo haya sido yo mismo en otro momento de mi vida). Si bien hubo algo de ese entusiasmo enorme al principio, ese enganche fue cediendo paulatinamente y hasta me atrevería a decir que en varios momentos me descubrí un poco aburrido. Al parecer, el juego (¿los juegos?) ya no pueden ser (o ya no deseo que sean) más que eso, juegos. Y, si bien darme cuenta de eso tiene un sabor agridulce, creo que en el fondo estoy muy contento con que ese sea el caso. En ese contexto, es indudable que el WoW Classic cumplió los objetivos buscados: fue un bello proxy para un poco de aventura y viaje en la forma de escapismo virtual, así como para dar con nuevas formas de sociabilización real (¡cuyos frutos continúan al día de hoy!). Los contrastes y diferencias, tanto externas como internas, también fueron muy interesantes. Ver lo que (yo al menos) percibo como un cambio en el modo en que la comunidad se relaciona con ciertos juegos fue muy chocante, pero también muy instructivo y revelador. Tomar ciertas decisiones para disfrutar el juego "en mis propios términos" (de nuevo, como un "mero juego"), como puede ser priorizar la estética del personaje por sobre su eficiencia o prestarle más atención a los aspectos lúdicos del juego por sobre el "completismo" o lo esperado por otros jugadores, fueron otras evidencias de cambios claros en como me tomo hoy en día estas cosas (tema que se volvería particularmente importante durante Burning Crusade Classic). Creo que, irónicamente o no tanto, volver a este hito de mi pasado me hizo notar cuando había crecido y cambiado en estos años. El Nuntius que caminó este año por Azeroth definitivamente no fue el mismo que cruzó el portal oscuro hace trece años. Y, si bien eso debería ser obvio y esperable, me descubrí gratamente sorprendido de comprobarlo. Esto tiene muchas, muchas aristas que van más allá de lo resumible acá: el autoconocimiento, el cambio de prioridades, la consciencia del tiempo, el asignar importancia a ciertas cosas y sacárselas a otras. Volver a jugar para intentar "estar bien", pero desde otro lado, de otra forma, y con una definición muy distinta de qué es "estar bien". Durante la pandemia, hubo un progresivo re-encuentro con ciertos aspectos perdidos de mi pasado, renovados a la luz de mi presente. Estos son desarrollos que también fueron positivos, y que quiero dejar asentados para cuando relea esto dentro de otros trece años.
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